John Gray, en su obra Las dos caras del liberalismo, revela que hay dos formas de ser pluralista. Una supone que hay un solo bien pero múltiples maneras de alcanzarlo. La otra que hay varios bienes y, por supuesto, múltiples maneras de alcanzarlos.

Ambas formas de pluralismo son una manera de pensar la vida de los otros. Y constituyen, además, una posición ética que intenta evitar el fundamentalismo que proclama un solo bien y una sola manera de alcanzarlo.

El fundamentalismo es la principal fuente de intolerancia en el mundo contemporáneo, pero no la única. No todo intolerante es un fundamentalista, es más, algunas formas de intolerancia se disfrazan de tolerancia, como aquella que pregona la doctrina de separados pero iguales.

No es fácil argumentar a favor de la idea de que hay una pluralidad de modos de vida igualmente respetables, cuando contamos con el lastre de toda una tradición de pensamiento occidental, antiguo y medieval, que nos ha inducido a creer no solo que hay un único fin para el ser humano sino que entre los medios disponibles debe haber, necesariamente, uno que sea mejor a todos los demás.

Uno podría conceder que esta tradición es coherente, pero lamentablemente es deficiente como posición ética, si pensamos que la ética no solo tiene que ver con mi vida y cómo debo vivirla, sino también con la vida de los otros. Y lo que me interesa en este escrito es esta interpretación más amplia de la ética. Por ello, resulta más provechoso pensar éticamente desde el pluralismo que desde el fundamentalismo.

El asunto es que hay varias formas de ser pluralista, que no es equivalente a ser relativista, aunque para el fundamentalista todo pluralismo conlleva al relativismo y, por tanto, debe ser rechazado.

Sin embargo, hay un pluralismo que estrictamente no puede ser tildado de relativista. Es el caso del primer ejemplo que dimos. No es relativista en tanto supone un solo bien pero múltiples formas de alcanzarlo. Entendemos aquí relativismo en un sentido moral, como una posición que discurre sobre los fines del ser humano.

La forma de pluralismo a la que aludimos no es neutral ante los diferentes medios (modos de vida), sino que estipula que dentro de los posibles medios hay un subconjunto que es razonable y con respecto al cual debemos practicar la tolerancia.

El tema se complica con el segundo ejemplo de pluralismo, pues con este es más difícil encontrar puntos en común, y la importancia de encontrar puntos en común es que la vida en común solo es posible si tenemos cosas en común, por ejemplo, valores en común. Igual podría argumentarse que tener algo en común no es necesario para considerar al otro desde un punto de vista ético.

Yo particularmente no encuentro gran dificultad en conceder que eso pueda ser así, el inconveniente radica en que tanto él o ella como yo requerimos construir un mundo en común para poder convivir, ningún ser humano es una isla y la riqueza de nuestras vidas mentales es el resultado evolutivo de la complejidad de nuestros mundos sociales, que tienen más la forma de red que de puntos desperdigados en el espacio.

Es aquí donde la doctrina de separados pero iguales que abrazaron los libertarios del movimiento de elección escolar en Estados Unidos colisiona de frente con uno de los valores más importantes del liberalismo y se acerca peligrosamente al fundamentalismo religioso, en cuanto ambos prefieren aislase en su fe o en su propiedad con tal de no pasar por la pena de edificar un mundo compartido.

Otro ejemplo lo podemos ver en los libertarios del movimiento neorreaccionario, conocido también como NRx, que aspira a un mundo constituido de muchos feudos sin regulaciones externas en donde las jerarquías y distinciones sociales anteriores al advenimiento de la Ilustración se mantendrían vigentes, pero ahora dirigidos por CEOs que serían el equivalente moderno de los señores feudales.

Para quien aún no lo haya notado, allí podrá encontrar, bajo pretendidos argumentos éticos, el nuevo rostro de la antipolítica, que parece surgir de la intolerancia a tener que vivir un mundo plural que por su propia naturaleza va a generar fricciones. Y ser pluralista es precisamente asumir, no evadir, esas fricciones.

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