Por Fernando Fairén – Estudiante de la Especialización de Ingeniería en Sonido
La acústica en las ciudades es un problema primario, esto debido al impacto que posee sobre la calidad de vida de los habitantes y sus consecuencias a largo plazo. Se sabe que más de 50% de la población a nivel mundial se desenvuelve en un entorno urbano. En Costa Rica la situación no es distinta, ya que en la Gran Área Metropolitana (GAM) se alberga más de la mitad de la población del país, la cual se encuentra expuesta a estos mismos problemas.
Si se suman factores tales como ruido urbano y acústica interna de los edificios, se llega a la conclusión de que las condiciones presentes en cuanto a sonido y percepción espacial se posicionan dentro del espectro de lo inadecuado. Además, se debe recalcar que por lo menos el 20% de estas personas que viven en un entorno urbano se sienten disconformes con las condiciones sonoras que los rodean (OSMAN, 2004). Por otra parte la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que el nivel adecuado de áreas verdes por persona en una ciudad debe ser de 9 m2, por lo tanto la GAM debería poseer al menos 22.500.000 m2 de área verde y actualmente existen tan solo 4.173,6 m2 (MSJ, 2014). Entonces, ¿por qué no acondicionar acústicamente los espacios por medio de elementos vegetales?
Las plantas poseen una cualidad natural para potenciar la calidad de vida de las personas, aún cuando se habla de control sonoro. Se sabe que masas de vegetación perenne con una densidad de por lo menos 100 m puede llegar a disminuir hasta 20 db desde su fuente inicial (Galiana et al., 1990). Además, las plantas poseen una percepción muy positiva como caracterizador del sonido (Schaffer, 1977), por lo que son elementos aptos para usar como elementos para el control acústico por estas virtudes.
Se habla en el campo de la acústica sobre cuatro técnicas para controlar el sonido en el espacio: aislamiento sonoro, reflexión, difusión y caracterización. Hay evidencia científica sobre plantas cumpliendo tres de estas cuatro funciones; son sumamente eficientes en cuanto a difusión (Galiana et al., 1990) y caracterización sonora (Schaffer, 1977) y un poco menos eficiente en absorción.
Si se analiza el funcionamiento acústico de las plantas, queda claro que son sumamente eficientes absorbiendo frecuencias desde 600 hz hasta 1600 hz y teniendo una respuesta menor en el resto del espectro (Benkreira y Horoshenkov, 2013). Esto quiere decir que simplemente con el empleo de masas vegetales, no se puede tratar ningún espacio con requerimientos acústicos muy elevados, sin embargo, en conjunto con otros materiales pueden llegar a ser una alternativa óptima, pensando en el resto de los beneficios que trae. El impacto psicológico que poseen las plantas y las visuales hacia puntos naturales dentro de un ambiente artificial es de suma importancia y puede transformar un ambiente hostil en un espacio mucho más placentero (Dravigne et al., 2008). Si se complementa esto con el comportamiento acústico de las masas vegetales y la calidad de vida que proporcionan a las personas, se llega a la conclusión de que los únicos determinantes para no emplear estas como estrategias acústicas se concentran primariamente en el mantenimiento y el costo.
Tomando en cuenta las diversas perspectivas posibles, es probable que el tratamiento acústico por medio de masas vegetales no sea el más práctico existente. Sin embargo, se debe recalcar que las intervenciones que lo incluyen poseen un impacto más global sobre los individuos, mejorando no tan solo la percepción sonora de los espacios, sino sus sensaciones en general y en consecuencia la calidad de vida de los usuarios.