Cuando se lucha por la gente, hay que estar preparado para que la misma gente luche contra uno. Es parte ineludible de la lucha. Hay demasiada gente que se resiste a la ayuda porque no quieren cambios en el pedacito de mundo que gobiernan como señoritos feudales. Muchos han comprado tan bien los discursos represivos que en verdad creen que el que viola sus derechos los está protegiendo y viceversa. Muchos no quieren admitir que han estado engañados o equivocados, no soportan ni siquiera que se dé la alarma, son como reyes que matan al mensajero y queman las cartas. Ni hablemos de los que se resisten porque tienen intereses particulares y mezquinos.
Desde hace poco me ha tocado participar de cerca en una de las tantas luchas del sector cultura; un sector que en este país se ve obligado a defenderse ya no con frecuencia, sino en forma permanente.
La mayor parte de mi vida estuve desentendido de la política y los temas sociales, al punto en que ciertos colegas reprocharon mi falta de interés y empezaron a verme como un autor de mero entretenimiento. No obstante, como filólogo, siempre he tratado de ser útil y aportar en un campo que es más importante de lo que muchos creen y, quizá por esto mismo, donde muchos fallan, que es en la debida preparación de documentos. Un informe, un estatuto, una carta y hasta un correo electrónico bien escritos pueden ser decisivos para obtener mejores resultados en una gestión. Cuánto tiempo se pierde por ambigüedades y enredos, por datos mal suministrados, por textos vinculantes mal redactados. Cuántos rechazos se habrán producido porque una mala expresión escrita predispone el ánimo del receptor. Y cuánta gente pierde oportunidades porque no logra generar ni un texto básico. Desde que estaba en el colegio ayudaba a redactar cartas y apelaciones. Nunca pensé que mi afán de ayudar en estos asuntos me llevaría a involucrarme en los temas de fondo, para los cuales me sentía mucho menos útil, e incluso que me haría a rozarme con instancias como una asamblea universitaria y la propia Asamblea Legislativa.
No voy a decir ahora que soy un campeón del sector cultura; apenas acabo de abrir esa puerta. Mi perfil sigue siendo muy bajo en comparación con el de otras personas que son como torbellinos. Pero me he involucrado lo suficiente para dimensionar los inmensos esfuerzos, las decepciones, el hostigamiento y los peligros que afrontan las personas luchadoras del sector. Quizá no los peligros que se ciernen en otros países; pero sí económicos, laborales, sociales. Y gran parte de estas penurias son provocadas por gente del propio sector; la misma gente por la cual se lucha, la misma gente a la cual se defiende.
Sobre esto reflexionaba días atrás con algunos colegas que han debido aguantar insultos, gritos, calumnias e incluso matráfulas de esas que hemos visto en las noticias últimamente para purgar las juntas directivas y otras instancias.
Supongo que el sector cultura es como cualquier otro. Uno tiende a pensar que el sector de uno está dividido, lleno de rivalidades y feudos, pero es probable que en todos los sectores pase lo mismo. Solo hay que ver los ataques en contra de las personas que efectúan denuncias y luchan desde muy variados frentes. Basta con que un sector sea humano para que sea conflictivo, pero eso también significa que está lleno de cosas maravillosas que defender.
Cuando la decepción y la violencia corroen el ánimo es cuando hay que decirse que se lucha por el sector y lo que representa en su conjunto; no por esas personas, con suerte pocas, que se oponen a la ayuda. Se lucha por el libro, por la música, por el arte, por los derechos y el futuro; no por los burócratas y lacayos. Otros lucharán por los trabajadores, por la libertad de prensa, por los pobres, las mujeres, los maestros, los campesinos, los migrantes, los árabes, los judíos, los mareros en la cárcel, los policías que encierran a los mareros, los orcos damnificados de Mordor y lo que a usted se le ocurra. En todos los casos habrá ejemplares de esas poblaciones que estarán en contra de quienes las defienden, pero no es por esos que se lucha y trabaja.
Los defensores de una población deberán lidiar, tarde o temprano, con el dilema ético de enfrentarse, denunciar, atacar e incluso neutralizar (para decirlo bonito) a miembros del propio sector que se está defendiendo. ¿Cómo hacerlo sin traicionar los principios de la lucha? ¿Cómo hacerlo sin convertirse en villano? ¿Cómo hacerlo sin caer en la trampa del ego? No abordaré semejante disyuntiva aquí porque ya existen desde poemas épicos y novelas hasta sagas de superhéroes que lo hacen muy bien.
Por ahora, termino con esto: luchar por la gente es como luchar por los derechos de los animales, sin ánimo de ofender a ninguno de los dos grupos. Los animales quizá nunca entiendan que les están ayudando y pueden morder al que los ayuda. Hasta pueden comérselo. Pero vale la pena luchar.
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