Llegamos temprano al gimnasio de la Ciudad Deportiva de Hatillo 2. Ya garuaba y había un poco de fila. Nadie sabía decirte cuál era la entrada VIP. Alguien de la producción señaló un portón y para allá nos fuimos. El resto de las entradas eran gratuitas.

Detrás de nosotros, un policía pensionado, con su gorra de servicio, nos metió conversa y mencionó luchadores legendarios. El único nombre que reconocimos era Huracán Ramírez. Contó que de chiquillo iba a ver las películas de El Santo en el cine: todos se levantaban a aplaudir, a abuchear los villanos y que aquello era como estar en el ring. 

Hace cuatro horas vos nunca habías oído hablar de El Santo, de su hijo, ni de la lucha libre. No sabías que le decían el Enmascarado de Plata ni que los luchadores usan máscaras especiales que no se quitan nunca. Que la pueden llegar a perder en una pelea.  Te adoctriné y te hice fan para el evento.

Después de tocar muchas veces el portón, alguien dijo “Voooy” y abrieron. Allá, en el fondo, estaba El Hijo del Santo, en persona, esperando a los que habíamos pagado para poder saludarlo, tomarnos una foto y pedirle un autógrafo. Era por vos que vinimos, pero apenas vi la máscara de plata, te llevé de la mano tan rápido que ibas casi arrastrado. 

Nuestro turno. El Hijo del Santo te chocó el puño, como si fueras un viejo amigo, digamos El Fantasma o Blue Demon. Se tomó una foto con vos con su gesto clásico: un pie atrás, una mano arriba, como cuando se lanza de la segunda o tercera cuerda y vuela por el aire. 

Te firmó el muñeco de El Santo y una máscara plateada. No lo recordaba chaparrito y menudo, porque para mí siempre es un gigante. Notó mis ojos de chiquita emocionada y me preguntó, para que vos oyeras: “Nosotros nos conocemos ¿verdad?”. Por supuesto que no. 

“Sí. Yo lo vi a los 8 años en México manejando su descapotable (en realidad era al papá o un recuerdo implantado. No importa) y hace 10 años lo vi pelear en el DF y gritaba con todo el mundo “San-to, SAN-TO, SAN-TO” y vi todas sus películas y mi favorita es la de Capulina y El Santo”. Se me atropellaban las palabras. Se me salían las lágrimas. 

Ya le toca a otra familia. Nos vamos a sentar y a esperar que empiece todo. El Hijo del Santo pasa hora y media saludando, posando, chocando puños, haciéndose fotos con gente que le quiere hacer llaves, poses de hombres fuertes, abrazarlo, contarle algo.  El policía jubilado tiene silla muy cerca y se pone una máscara. Tal vez fue luchador cuando era joven o es un admirador más. No sabemos. 

El gimnasio ya está lleno. Llegan muchachos en zancos, vestidos de luchadores. Anuncian que El Santo quiere regalar máscaras de lucha libre y yo me imagino los molotes y la gente tirándose para arrebatar lo que tiren a las graderías, como en los estadios. Pero no. Los luchadores llevan una bolsa grande y cada uno de los niños que está en el gimnasio, incluyendo el mío, recibe una máscara. Es otro regalo de El Hijo del Santo.

Cuando termina el evento Meet & Greet VIP,  El Hijo del Santo, rompe el protocolo, viene con su staff por el pasillo y camina hacia la familia que estaba en la gradería desde las 2 de la tarde. Saluda a cada uno, se sienta con ellos, se toma fotos, les pregunta cosas, les mete conversa. Los del VIP nos ponemos de pie y aplaudimos.

“¿Ves? Ese es un super héroe de verdad, no como los de la tele. Lo viste, lo saludaste, te tomaste fotos con él. Te firmó la máscara. No tiene poderes mágicos. El pelea de verdad,  no juega sucio, no hace trampa. Su superpoder es la disciplina para entrenar todos los días. Y lo más importante: él sabe estar del lado del pueblo”.

Ojalá te acordés siempre que conociste a un super héroe de carne y hueso, que te habló en tu idioma.  Que a los 6 años lo viste hacer el Angelito. Que te acercaste al ring al final para celebrar la victoria y otra vez te dio la mano.  Que esa noche los dos ganaron. Que nunca te importe que los demás se rían o crean que El Santo o la lucha libre es de polos.

Ojalá siempre tengás claro de qué lado están tus afectos. 

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