Por Dayanna Castro Sandí – Estudiante de la Escuela de Estudios Generales
Era el domingo 5 de febrero de 2012 cuando Maribel Sandí sintió un bulto en su seno derecho mientras jugaba con su nieto Gabriel. Desde ese momento su vida cambió y esto la hizo mirar el mundo desde una perspectiva completamente diferente. Se sabe que el cáncer existe, y nadie desea escuchar la frase “Tiene un cáncer avanzado, no sabe qué va a pasar. En ese momento la vida completa pasa frente a los ojos; es ahí cuando se debe tomar una decisión: es el inicio del fin de la vida o es una oportunidad para luchar por ella. Esta segunda propuesta fue la decisión que Maribel tomó sin pensarlo dos veces y así comenzó su camino a través de la lucha contra esta dura enfermedad.
Una semana después del diagnóstico, el doctor ya tenía los resultados de los exámenes médicos. Era un hecho que el tratamiento debía comenzar lo más antes posible: el cáncer de mama se estaba expandiendo y pronto alcanzaría otros órganos. La cirugía ya estaba agendada.
De aquel quirófano, salió una mujer transformada tanto física como anímicamente. Los ojos de Maribel se abrieron, en una segunda oportunidad, en esa sala de recuperación. Ella miró detalladamente ese cuarto frío lleno de gabachas blancas, drenajes saliendo de su cuerpo. También escuchó ese “bip” aturdidor que le recordaba que su corazón apenas latía. Maribel vio esperanza, estaba viva, podía respirar y todavía había mucho por qué luchar. “No hay nada más que mirar hacia adelante con los ojos de frente” (Kaschak, 2019, p.10) Transcurrieron varios días en el hospital hasta que Maribel pudo volver a casa; toda su familia la esperaba con emoción y muestras de amor. La primera prueba estaba superada.
Maribel volvió a ver a su nieto Gabriel, cuyos ojos chispeantes e inocentes le recordaron el verdadero valor de la vida. Se dio cuenta de que había estado mirando sin ver detenidamente durante muchos años, “su visión ahora era una habilidad aprendida” (Kaschak, 2019, p.11) y comprendió, en ese momento, que su vida había cambiado y ahora la vería con otros ojos. Aquella noche Maribel, a pesar de su dolor y cansancio físico, se tomó su tiempo para hablar con cada uno de sus familiares, decirles cuánto los amaba, recargar su alma de energía positiva y descubrir que, en las palabras de sus hijos disfrazadas de aliento, se podía ver el sufrimiento que tenían por lo que ella estaba pasando.
Las heridas físicas sanaron, los drenajes y los hilos fueron retirados, pero ahora los médicos tenían preparada la segunda parte de su tratamiento: la quimioterapia y radioterapia serían sus compañeras de vida durante los siguientes 8 meses. Una tarde, después su tercera cita de quimioterapia, su inseparable nieto Gabriel la esperaba en casa. Como era de costumbre compartirían un rato de amor, risas y travesuras, pero algo diferente ocurrió esa tarde mientras jugaban.
“Mamay”, que es como Gabriel llama a su abuela, pasó su mano por el cabello e inmediatamente supo que había llegado lo que era solo cuestión de tiempo; su cabello se empezó a caer. Rápidamente e intentando ocultar lo sucedido, Maribel arrojó el puñado de cabello a un basurero, pero lo ojos de Gabriel eran rápidos por lo que de inmediato se fue al basurero, tomó el mechón y dijo: “Mamay se te cayó esto, ¿quieres que traiga goma y lo pegamos?”. En ese momento lágrimas cayeron por las mejillas de Maribel; era el golpe de realidad que estaba pasando frente a sus ojos.
Los días pasaron y no solo perdió todo su cabello, sino también sus pestañas, cejas y hasta sus uñas. Esto fue un impacto grande para Maribel. Nuevamente, se puso a prueba su nueva visión de vida y, cada mañana, como ella lo describe, se “armaba”. Frente a un espejo se decía a sí misma un “yo puedo”, se ponía su peluca, sus pestañas y dibujaba sus cejas con delicadeza; Maribel estaba lista para irse a trabajar. Y así con esta misma energía los días transcurrieron y después de varias complicaciones de salud, quemaduras por la radioterapia, cirugías adicionales y hasta una grave neumonía que casi le cuesta la vida, Maribel culminó sus tratamientos oncológicos. Ella y los doctores habían detenido el cáncer, ahora venía 5 años de tratamiento tomado en casa para poder declararla libre de cáncer.
Este tiempo no pasó en suspenso; su mente y su visión estuvieron muy ocupadas buscando la manera de ayudar a otras personas a sobrellevar la situación que ella tan bien conocía. Además, deseaba, desde la perspectiva de la experiencia, poder alentar, apoyar y empatizar con estas personas que pasan por lo que ella ya había pasado. Maribel construyó una visión de la vida de lo que era posible para ella ver y la nombró como una posibilidad de ayudar a los demás. (Kaschak, 2019).
Una vez más su familia volvió a ser clave y, con el apoyo de esta, Maribel se aventura en un proyecto que rondaba en su mente desde el día que abrió los ojos en aquella sala de recuperación. Ella decide formar la fundación Ángeles Rosa, entidad guiada por ella, encargada de apoyar desde diferentes aristas a esas personas que tanto necesitan en esos momentos duros del cáncer. Para Maribel la vida cambió radicalmente, ahora ella convierte los momentos más simples de la vida en algo extraordinario; atesora el tiempo con su familia, cada amanecer, cada abrazo, porque para ella cada suspiro es un regalo.
Han pasado ocho años desde ese domingo 5 de febrero y tres desde que se le declaró sobreviviente de cáncer. Para los doctores su actitud y resiliencia ante su realidad fueron claves y, aunque el camino no ha sido nada fácil, Maribel sigue descubriendo cosas que jamás imaginó posibles, porque después de todo nadie ve la vida con los mismos ojos después de atravesar una enfermedad como el cáncer.