Por Doriana Franchesca Aden Gómez – Estudiante de la Escuela de Estudios Generales
En las últimas décadas se ha reconocido a Costa Rica como un ejemplo en la región centroamericana por su estabilidad política, iniciativas proambientales y gracias a grandes avances en importantes indicadores de desarrollo humano. Por ejemplo, la esperanza de vida al nacer en Costa Rica se encuentra entre las más altas del mundo. El PIB per cápita ha incrementado de $3 247 en 1995 hasta $12 027 para 2018 (The Growth Lab at Harvard University, 2018). No obstante, el país viene arrastrando altos niveles de desempleo que merman el crecimiento y desarrollo del país. “Para todos los países, cualquiera que sea su nivel de desarrollo, la base para impulsar la prosperidad, la inclusión y la cohesión social de manera sostenible y creciente es contar con una oferta suficiente de empleos” (OIT, 2015, párr. 1). Durante la pandemia del COVID-19, los niveles de desempleo han incrementado a niveles históricos en el país, lo que pone en riesgo muchos de los avances alcanzados hasta la fecha.
En los últimos 40 años, Costa rica ha dado un salto adelante en comparación con sus países vecinos. La estabilidad política, una fuerte inversión en salud y en educación forman parte de la receta del éxito costarricense. Según Oviedo et al. (2015), “Costa Rica ha tenido regímenes democráticos ininterrumpidos desde 1953, por lo que se le considera la democracia más antigua de América Latina” (p. 1). El desarrollo humano ha sido notable en diferentes áreas, por lo que, este país centroamericano ha sido expuesto por diferentes instituciones internacionales como un ejemplo a seguir para la región. La economía costarricense pasó a transformarse de industria agrícola a mayormente dedicada a los servicios, con mayor grado de complejidad y con mayor grado de inversión en las capacidades cognitivas de los individuos.
No obstante, las fuentes de empleo y el déficit fiscal han sido una de las principales preocupaciones para los costarricenses en años recientes, ya que el déficit fiscal junto con la tasa de desempleo ha ido incrementando paulatinamente desde la crisis financiera de 2008. Específicamente, la falta de oportunidades en el mercado laboral resalta la falta de habilidades y competencias de la fuerza laboral costarricense. A pesar de que el país destina gran cantidad de recursos en la educación, la realidad es que el retorno de la inversión ha estado muy por debajo de la expectativa. Según Cerdas (2019), la elevada inversión que realiza el país en educación no ha resultado en un nivel relativamente más alto de capital humano de la fuerza laboral, y los resultados de aprendizaje no están en sintonía con el PIB per cápita del país.
La generación de nuevos puestos de trabajo ha sido insuficiente para un mercado laboral que año con año incrementa en cantidad de personas que activamente buscan nuevas oportunidades. Adicionalmente, la pandemia de la COVID-19 ha expuesto e intensificado la problemática, arrastrando a más personas a la informalidad y frenando el desarrollo. Es más, es posible que la metodología de trabajo remoto y del uso de software como soporte de las actividades empresariales desplace a más personas al desempleo. Las adversidades que enfrenta Costa Rica exacerbada por la pandemia son retos que requieren decisiones acertadas y enfocadas a capacitar a la población. La prioridad del país será en encontrar soluciones para la población para evitar mayores complicaciones en el futuro.