Por Cristina Gomar Padilla - Estudiante de la carrera de Psicología
Las frases “los hombres no lloran”, “levántese como hombre”, “los hombres no tienen miedo”, o “los hombres son fuertes” parecen haberse repetido tanto que se han permeado en la sociedad hasta convertirse en enemigas. Porter (2015) afirma que a los niños se les ha exigido guardar sus emociones, mientras que Riso (2018) sostiene que el sufrimiento masculino se ha subestimado tanto a través de la historia que ha provocado una crítica al hombre que rechaza su papel social, el cual fue construido por el mismo modelo patriarcal que oprime a las mujeres. En palabras del mismo autor, “la verdadera revolución del hombre más que política, es psicológica y socioafectiva” (Riso, 2018). Es decir, parece ser que los derechos otorgados a los hombres son reclamados por las mujeres, mientras que los comportamientos atribuidos y permitidos para las mujeres son necesarios para los hombres. La gran diferencia es que la lucha feminista ha dado a conocer esos derechos mientras que esa opresión emocional masculina sigue siendo un tabú y poco se habla de la afectividad y la salud mental masculina.
La psicología y la construcción de la identidad, la biología y las diferencias genéticas y hormonales, la religión y sus doctrinas, y las ciencias humanas y sociales en relación con las cultura son las responsables de los comportamientos estereotipados que se consideran normales o aceptados según el género (Faur, 2004). La misma autora propone ocho perspectivas masculinas de entender, cuestionar e interpretar la masculinidad. La número cuatro se refiere a la corriente masculina de hablar de su lado emocional y descifrar los modelos inconscientes que significa ser hombre. Bly (1990), dentro de esta visión, critica al movimiento feminista por sus heridas y generalizaciones sobre los hombres y defiende la importancia de darle un nuevo significado a la masculinidad (Faur, 2004).
Faur (2014) utiliza el término de ‘blindaje emocional’ a la opresión de las expresiones específicamente del miedo, la tristeza y la alegría, mientras que la emoción que sí es permitida es el enojo y sus variantes. Según Paladino y Gorostiaga (2004), los hombres optan por no expresar o hablar del miedo que puedan sentir, además de la poca frecuencia en que una madre o un padre entabla una conversación acerca de la tristeza que su hijo pueda sentir, a pesar de sí hacerlo con sus hijas.
Desde un punto de vista biológico, Goleman (1995) sostiene que la ira provoca el flujo de sangre hacia las manos, la elevación del ritmo cardíaco y el aumento de hormonas como la adrenalina que provoca más energía de lo normal. Entonces, ¿existe algunas relación entre este ‘blindaje emocional’ y la diferencia contundente entre los hombres como mayores perpetradores de actos de violencia, víctimas del suicidio y ser los mayores consumidores de sustancias como las drogas y el alcohol?
Así como las sufragistas se convirtieron en las primeras heroínas femeninas, el movimiento de #MeToo desenmascaró actos sistémicos y sistemáticos de abuso y acoso sexual en posiciones de poder , y la canción "Un violador en tu camino" recorrió el mundo, parece ser crucial una movilización de parte de los hombres con el mismo vigor que el movimiento feminista que luche por resignificar lo que se entiende y se espera de parte de un hombre. Como bien lo llama Riso (2018), una liberación masculina afectiva, o deconstrucción masculina, donde se recuerde que los hombres tienen derecho a sentir miedo y debilidad, pedir ayuda, cometer errores, fracasar económicamente, vivir en paz al rechazar su participación en guerras, a sentir y expresar sus emociones con libertad, a tener una comunicación afectiva con sus amigos, a deshacerse de todos los estereotipos que se les han impuesto y recuperar eso que también se les ha quitado.