Decía el jurista y filósofo alemán, Carl Schmitt, que toda revolución social era una revolución espacial. Misma que va de la mano con el desarrollo del conocimiento, la filosofía y las ciencias, de ninguna manera se pueden ver por separado y mucho menos entender fuera del contexto de lo político. Estos profundos cambios que atraviesa la humanidad constantemente, conforme su conocimiento y conciencia se amplían en la marcha del tiempo y la existencia, transforman los conceptos de espacio, y en la misma medida, el imaginario del ser humano respecto a su entorno; así se construye, modifica y crea la realidad como una construcción social y de la voluntad, que deviene en orden político, social, económico y jurídico.

Por ello, el desarrollo de un orden social es una ordenación del espacio, para esto se inventan mecanismos para la toma, división, administración y explotación de este, en otras palabras, para su dominio. Un muy buen ejemplo de esto lo podemos tomar, según el pensador alemán anteriormente mencionado, con la ruptura histórica de la Edad Media y la llegada del Renacimiento, algo que trajo consigo un verdadero giro copernicano en la forma de comprender el mundo y la existencia más allá del dogma y la fe, recuperando de la época clásica aquellos preceptos humanistas, filosóficos, racionales y antropológicos para repensar la realidad, el conocimiento y el cosmos.

Esta revolución del conocimiento se materializó no solo con los nuevos inventos de la ciencia y herramientas para el trabajo y producción, su máxima representación espacial fue el “descubrimiento” de América, finales del siglo XV, todo el siglo XVI y XVII. Los nuevos mecanismos para navegar, estudiar la tierra, conocerla y demás, llevaron a ampliar los horizontes y la visión del ser humano sobre su alrededor, sobre el mundo que habita. Entre más amplios y nuevos horizontes se abran a la conciencia humana, más espacios hay para conquistar, administrar y trasladar la naturaleza de lo político.

Como decía el gran geógrafo y abogado brasileño Milton Santos, la técnica entendida como un instrumento-forma de relacionarse el ser humano con su entorno, tiene una aplicación concreta sobre el espacio, y desde luego, tiene sus implicaciones directas en la geografía, la política, cultura, economía y seguridad. La técnica ordena el territorio, uno que es previamente tomado (ya sea por la fuerza o la cooperación) y administrado; Estado, historia, población y territorio están íntimamente ligados a la técnica y el poder de la voluntad.

Así, cuando el ser humano dominó los medios terrestres y desde la costa miró la inmensidad del mar, buscó la forma de hacer lo mismo, navegar sobre éste, y lo consiguió, con tal nivel de perfección, que el espacio terrestre y marítimo hoy están completamente dominados por el ser humano y su técnica. Siglos después, vino el dominio aéreo, el cual implicó una forma completamente diferente de pensar la política, la geografía y la geopolítica.

A finales del siglo pasado y a inicios de este, se llevó a cabo otra revolución científica de proporciones aún difíciles de medir; el ciberespacio y el mundo digital. Algo así como un mundo paralelo a este dónde no existen fronteras; donde, además, como todo espacio nuevo, no tiene legislación ni reglas claras en lo absoluto y es uno donde todos los países, especialmente los más poderosos, se encuentran navegando y explorando, buscando colonizar ese “fragmento de tierra digital” que les permita poner su bandera y hacer valer su soberanía.

Pero no solo los estados y las empresas lo hacen, el crimen organizado ha encontrado ahí un gran nicho, lo que eran los piratas en la época del mar, son ahora esos grupos inescrupulosos en el ciberespacio; terroristas, hackers que roban información, desestabilizan gobiernos y andan en busca de sus propios intereses económicos o políticos. Sin duda, los nuevos piratas. El egoísmo y esa parte de la naturaleza humana simplemente muta y se “adapta” a los nuevos medios, en especial, en una época donde la parte espiritual de la humanidad ha sido negada sistemáticamente por las principales ideologías político-económicas que vio nacer la modernidad.

Por eso yo afirmo con contundencia que el desarrollo-descubrimiento del ciberespacio ha sido como el equivalente al “descubrimiento” de América en cuanto a geopolítica se refiere en nuestra época; una revolución digital que iba a transformar espacio, tiempo y pensamiento en su totalidad. Como consecuencia directa de esto, la política, economía, derecho y lo que brindaba fundamento a la vida misma están pasando por una forma de transición o estado crítico, ya que ese mundo recién nacido no es ni sólido ni líquido, no está en el aire tampoco. Por el contrario, se le puede identificar con el elemento fuego; se ve, se siente, puede crear o destruir en este plano material, pero no se puede tocar. Es como un estar-ser-intermedio entre dos mundos; el tangible y el inteligible, coexistiendo de forma dialéctica donde ambos se necesitan mutuamente para existir y ser reales, recordando un poco la filosofía platónica.

Ahora bien, teniendo claro que el ciberespacio y el mundo digital es también un espacio político, tanto así que existe ya una cartografía de este bien delimitada y conocida, en términos de seguridad nacional es importante entender que existen actores de todo tipo que “juegan en diversos bandos”. Es menester también, comprender a profundidad el rol de los algoritmos, la inteligencia artificial y todas las características propias de ese nuevo mundo, porque de la misma manera en que un orden social determinado por la voluntad humana crea injusticias y situaciones que atentan contra la dignidad de las personas, en la era digital también sucede por igual; las nuevas brechas digitales y desigualdades que nacen e inician nuevas formas de estratificación social, nos tiene que llevar a la discusión sobre justicia digital, gobernanza de la internet e inclusión para mejorar las condiciones de vida de las personas.

Los cambios profundos en nuestras concepciones del espacio y el universo seguirán dándose a una velocidad mucho más rápida que en otras épocas, eso nos llevará a conquistar-crear “nuevos mundos”, los que, a su vez, modificarán nuestras creencias, forma de hacer la vida y la política mismas. Esta es solamente la antesala de algo mucho más amplio y de un debate ético-político complejo, que ya muchos teóricos de nuestro siglo han comenzado a plantear de forma seria y académica, superando aquellas ideas de conspiración o ciencia ficción y presentándonos un panorama real y prospectivo de hacia dónde transitará la humanidad en las próximas décadas.

Independientemente de nuestras posturas sobre esta realidad, no podemos dejar de preguntarnos algunas cuestiones básicas, como, por ejemplo; ¿Están pensando nuestros políticos en ese mundo que ya tenemos encima? ¿Cuáles oportunidades y retos nos traen como países en vías de desarrollo? ¿Son suficientes las herramientas epistemológicas que tenemos hoy para entender a lo que nos enfrentamos como humanidad? ¿Cómo modificará esto las relaciones entre naciones y los conflictos? ¿Superaremos el colapso ambiental de la mano de esta nueva era del conocimiento? ¿Cómo y cuál será el futuro del arte de gobernar y la democracia? ¿Cuáles serán esas formas adecuadas de gestionar lo público y devolverle su valor correspondiente? Nuestra labor apenas inicia.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.