Frente a la “polarización afectiva” causada por el miedo al otro, los seres humanos estamos ante la posibilidad de construir desde un mundo más conciliador en tanto aprovechemos mejor el poder unificador de las experiencias vivenciales y cerremos el paso a una racionalidad que nos distancia.

Tarea retadora es dejar de mirarnos el ombligo, salir de nuestra cápsula moralizadora y mirar al otro con ojos distintos, menos acusadores y más compasivos, más concertadores. María Emilia Correa Pérez, connotada socióloga y líder en sostenibilidad y emprendimiento nos dice cómo hacerlo en su entrevista en esta nueva edición de Próxima Frontera.

De la mano de esta cofundadora del Sistema de Empresas B, un tipo de empresa que utiliza el poder del mercado para dar soluciones concretas a problemas sociales y ambientales, descubrimos el poder que hay detrás de admitir la diversidad de opiniones para construir sociedades más resilientes.

María Emilia nos habla en su entrevista sobre los riesgos de relacionarnos solamente con agregados humanos que comparten las mismas visiones de mundo e intereses; ese conjunto de “amigos” o conocidos que no discrepa entre sí, donde las opiniones son homogéneas, donde los desacuerdos son impensables, esos grupos que son de palmadas en la espalda y dedos pulgares arriba.

De acuerdo con la socióloga, si bien, estos agregados sociales homogéneos nos hacen sentir confiados, seguros y dueños de la razón, conllevan el riesgo manifiesto de causar una creciente “polarización afectiva”. Tal polarización es un fenómeno que se observa con frecuencia y cuyo síntoma es una sociedad que no logra ponerse de acuerdo porque cada quien se ha atrincherado en su “verdad subjetiva”.

En ese contexto de subgrupos estandarizados e inconexos, es donde debe replantearse el valor de la diversidad como condición humana para aceptar al otro, al que piensa distinto, y así tener espacios de conciliación para construir en conjunto nuevas y mejores visiones de mundo.

Las burbujas son la manifestación del miedo a quienes piensan diferente”, explica María Emilia, quien relató su experiencia personal en relación con el plebiscito que se llevó a cabo en su país de origen, Colombia, en el 2019 y que planteaba la aceptación o el rechazo del pueblo a la firma de un acuerdo de paz entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) y cuyo resultado fue negativo ante la sorpresa de quienes aspiraban a una salida al viejo conflicto bélico.

Más que el hecho de que hubiera ganado el “no”, lo que se evidenció en Colombia, según la entrevistada, fue a un país polarizado y cuya división de opiniones parecía irreconciliable porque no se había hecho a profundidad la tarea de entender las razones de uno y otro grupo para crear soluciones que se apegaran mejor al respeto de la posición de la mayoría.

En este sentido, para María Emilia, es frecuente que como humanos pensemos que los problemas son la culpa del otro, del que no piensa como yo; mientras que el otro piensa a la inversa.

Sin embargo, la entrevistada señala que del miedo puede también salir algo positivo y esto es reconocer que estamos asustados para, a partir de esa realidad, identificar qué es lo que nos asusta tanto del otro y compartir emociones entre las personas, porque, a fin de cuentas, esto es lo nos ayuda a reconocernos y a entendernos mejor como seres humanos.

Para la entrevistada no hay necesidad de que todos seamos iguales en el sentido de un pensamiento único porque lo verdaderamente positivo es que podamos compartir experiencias entre las personas, sin importar nuestras diferencias y sin la intensión de tratar de obligar al otro a cambiar su opinión para que se asemeje más a como yo quiero que esa persona sea, piense y se comporte.

La capacidad de hacer algo juntos, de tener una experiencia en conjunto, sin que medien posiciones o maneras de pensar, nos ayuda a conectarnos desde un espacio distinto de la racionalidad, cuando se logra vivir esta experiencia se aprende a perder el miedo del otro”, explicó la entrevistada, quien señaló que ejercicios de este tipo han dado resultados muy sorprendentes incluso entre rivales y enemigos acérrimos como ha sucedido incluso con adversarios de guerra.

De esta manera, según María Emilia, al compartir experiencias y no posiciones vamos construyendo otro tipo de relación a partir de la práctica viva, que es la que nos permite trabajar juntos a pesar de, o quizá más bien porque, tenemos profundas diferencias. “Eso es aprender a conectarnos a otro nivel. Aprendemos que somos personas que podemos compartir un espacio vital”, señaló.

Empresas y diversidad

En las empresas solemos buscar algo muy loco y es el intentar alinear a todos los colaboradores”, explicó María Emilia, quien indicó el contrasentido de poner a todas las personas en una misma página y amoldarlas a una perspectiva unificada para, después de tal estandarización, pedirles a esos mismos colaboradores que innoven y que piensen fuera de la caja cuando expresamente ya se han cortado todas las líneas de pensamiento alternativo o divergente.

Para la socióloga es necesario que comencemos a mover otros caminos neuronales. Haciendo referencia al historiador francés Fernand Braudel, Emilia explicó que de acuerdo con este pensador “los cambios de la humanidad no son movilizados, como se cree, por los cambios tecnológicos, estos cambios realmente han sucedido cuando la humanidad se atreve a cambiar los límites de lo que considera posible, cuando la gente se atreve a pensar cosas que antes no se permitía, pensar para ver cosas que antes no podía ver”, señaló.

Para la entrevistada, no hay duda de que este proceso de pandemia nos está ampliando los límites de lo posible y esta situación claramente genera incomodidad, nos saca de nuestra tranquilidad y nos enfrenta a desafíos, esos desafíos, son, sin embargo, los que nos enseñan qué tan lejos somos capaces de llegar; de una u otra forma estamos siendo forzados a ser distintos, a cambiar.

Cuando a Emilia se le pregunta cuál es, desde su perspectiva, la “próxima frontera”, ella apunta con claridad que esto sería alcanzar un desarrollo económico que no tenga por único pilar de éxito el rendimiento financiero, sino un desarrollo económico que pusiera en el centro la generación de vida, un desarrollo regenerativo que genere bienestar para hoy y para mañana, que brinde rendimiento financiero pero que permita que haya un futuro abundante para las personas y para la naturaleza y que su indicador de éxito aspire no solo a la producción de ganancias y bienes, sino más bien a la generación de vida.

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