El psicólogo experto en inteligencia emocional, Daniel Goleman, dice que “Los monos no tiran de una cadena para conseguir una banana si eso causa un shock en otro mono”; es posible que a cualquier persona con un poco de empatía también le costaría, o renunciaría a un beneficio propio, si directamente le causa un dolor a un semejante, ¿o no?
Goleman dice que la empatía parece desaparecer cuando creemos que el otro ha sido injusto, cuando creemos que competimos por recursos o cuando creemos que ese otro no pertenece a mi grupo. Añadiría que la empatía desaparece más fácilmente cuando ese otro no está al alcance directo de nuestra vista —en tiempo y espacio—, cuando somos parte de un sistema muy amplio o abstracto para poder ver a otros que están en otros lugares del sistema o cuando vivimos en unas burbujas de poder y de privilegio. El pueblo ayuda al pueblo, dicen por ahí; los pobres necesitan el apoyo de otros, de las relaciones con amigos, familiares o vecinos, pero los ricos no, ellos pueden darse el lujo de pagar por lo que necesiten por eso, dice Goleman, es más fácil la desconexión con otros que estén más abajo de su escala social, sus necesidades, sus emociones, su dolor, su lenguaje o sueños, suelen ser más indiferentes. Bueno, y están aquellos que carecen de empatía y se les identifica con un perfil más bien sociopático.
Debajo de muchas de estas dinámicas existen creencias, paradigmas mentales que debemos cuestionar. Esta reflexión es relevante, pues ninguno de los grandes desafíos que hoy enfrenta la humanidad, incluso para su sobrevivencia, podría resolverse sin empatía, sin que nos importe el otro; estamos todos interconectados, si no estamos siendo parte de la solución es que somos parte del problema. La desigualdad, el cambio climático, incluso la pandemia por COVID-19 tiene todo que ver con nosotros, ¿en qué lugar estamos en medio de todo esto? ¿Qué rol estamos jugando? ¿Veo al otro? ¿Estoy causando daño directo o indirecto a otros semejantes? En el relato bíblico, cuando Caín asesinó a su hermano Abel, Dios le pregunta: “¿Dónde está tu hermano?”, a lo que Caín responde: “No sé. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar de mi hermano? Si hay un valor esencial para la humanidad que debe prevalecer es la empatía, sino lo hacemos por amor, hagámoslo por supervivencia, nadie se salva solo, nos necesitamos. Matar al hermano no solo puede serlo en sentido literal como el asesinato o el femicidio, sino en el acaparamiento de los recursos, la corrupción, la explotación de los y las trabajadoras, la contaminación ambiental, la discriminación; de alguna manera debajo de cada una de esas manifestaciones hay una negación del otro como válido e igual.
El connotado biólogo Humberto Maturana dice que predicar el amor sin entender que es una emoción que se constituye en las acciones de aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia, no sirve de nada; que vivir según sistemas normativos que niegan la legitimidad del otro, niegan o invisibilizan al otro, no es amor, es guerra. Y no, no estamos en guerra, los tiempos actuales requieren de una lógica de cuidado, no de guerra.
Lo único que podría salvarnos es la conexión, la empatía, que nos lleve a una nueva forma de relacionarnos, de tratarnos, de trabajar, de vivir. Quizás ahí no solo encontraremos la solución a muchos problemas sino una paz más duradera. Que la crisis nos permita mirarnos a los ojos y pensar que otro tipo de sociedad es posible.
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