He sido un ser subjetivo que coexiste en un mundo de subjetividades; todos somos sujetos, al fin y al cabo. Esta subjetividad es expuesta en un contexto de Costa Rica como país compuesto por una interculturalidad que suele terminar en la más violenta discriminación. Por ello debo examinar las características de este fenómeno meramente humano como es la migración.

El ser humano ha migrado desde que es ser humano, se desplazó desde África a Europa, Asia y el resto del mundo, avanzando en un proceso de movilización voraz de subsistencia hasta que se asentó. En los 10.000 años siguientes los pueblos se desarrollaron y desde entonces existió un arraigo al pueblo, surgieron identidades etnocentristas que decían “mi cultura y mi sociedad, es mejor y más poderosa que todas los demás”. En fin, algún otro pueblo caía ante la guerra, la hambruna, las tempestades y la crisis, pero su gente debe (sobre)vivir y se ve obligada a migrar. La misma historia persiste y se ha repetido y tal parece que aún no aprendemos de este proceso, de sus causas y consecuencias, ni de como posicionarnos ante este.

Costa Rica es parte de esa diáspora humana, los genes de cada uno de nosotros son capaz de rastrearse a todos los rincones del mundo, y no es de extrañar, pues somos parte de la misma especie Homo sapiens sapiens. Este no es un intento de sostener el cliché discurso idealista de “todos somos hermanos y debemos llevarnos bien”, por supuesto que no; es más bien denotar lo frágil que es un argumento nacionalista por sobre la dignidad humana. Estos sentimientos de identidad y pertenencia son tan débiles como los escasos doscientos años de Costa Rica como país o los últimos cien de una educación que nos exalta a Costa Rica como una Suiza enclavada en Centroamérica, mejor que cualquier otro vecino de la región.

Así llegamos al presente y presenciamos las manifestaciones de violencia del día sábado 18 de agosto, en el que se entonaba el futbolístico “¡oe, oe, oe, oe, ticos, ticos!” y el xenofóbico “¡Fuera nicas! ¡Fuera nicas!”. Ya fue conocido el resultado: arrestos, decomisos y un ministro de Seguridad que rechazaba la manifestación por que “no corresponde con la idiosincrasia costarricense”. No obstante, debo insistir en lo siguiente: no fue solo un acto de xenofobia, son un ejemplo más de falta de empatía y sensibilidad por el otro humano con el que compartimos más que solo la gentileza de un país como Costa Rica que le ha ido solo un poco mejor que a tantos países como Nicaragua.

Dije anteriormente que no voy a caer en idealismos e ignorar las dificultades que pasamos los costarricenses (no peores de los males que asolan a los nicaragüenses) y entiendo a la desesperación que sienten muchos conciudadanos de este país que, como yo, conformamos un sentir de indignación contra lo que ocurre en la administración publica y vemos como se nubla la confianza en los poderes del estado. Sin embargo debo insistir lo siguiente:

Yo soy un sujeto que vivió en Nicaragua, aunque haya nacido y viva actualmente en Costa Rica, he presenciado la difusa diferencia entre ambos países. El ser humano es diverso, y sin embargo nuestras diferencias como pueblo son mínimas, por algo lo único que nos separa es una línea imaginaria en el río San Juan.

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