El cierre de este año 2025 y posiblemente los primeros meses del año 2026 encontrará a las regiones de África y Medio Oriente en una situación de riesgo alto, caracterizado por situaciones de conflictos armados paralelos, el deterioro institucional, profundas crisis humanitarias y la consolidación de nuevas alianzas no occidentales incluyendo países del mundo árabe, Rusia, Turquía e inclusive China.
El vínculo entre frentes activos desde la Franja de Gaza y el Mar Rojo hasta la región del Sahel y el Cuerno de África transforma a ambas regiones en una zona estratégica extendida donde emergen el terrorismo, las rivalidades interestatales, con temas étnicos, redes criminales transnacionales y un acelerado desorden climático motivado por el conflicto.
En el Sahel cerca del 51% de las muertes fueron ocasionadas por el terrorismo durante el 2024 y una tendencia en crecimiento durante el 2025, consolidándose como la región más peligrosa actualmente. Entre noviembre y lo que llevamos de diciembre de 2025 se registran cerca de 500 muertes, principalmente en la franja Mali – Burkina Faso – Níger.
La presencia de la agrupación de Jama’at Nusrat al-islam wal-Muslimin (Al-Qaeda) y el Estado Islámico del Gran Sáhara alcanzan hasta el 40% de las zonas rurales, lo cual se ve profundizado por el vacío de poder dejado tras la salida de Francia y Naciones Unidas.
Esto se da a través de modelos híbridos entre insurgencia territorial y economía criminal, vinculándose con el tráfico internacional de drogas y el financiamiento de otros tipos de delitos internacionales como la trata de personas y secuestros, en una región que ya de todos modos está devastada por otros males sociales.
Para el año 2026 se incluyen riesgos como la expansión hacia el Golfo de Guinea donde se ubican Benín y Nigeria, llevando el conflicto hacia corredores marítimos que son fundamentales para el continente. Esto podría eventualmente incentivar un aumento del flujo migratorios hacia el continente europeo, contemplando que hay casi veinte millones de personas necesitadas de asistencia y más de tres millones de desplazados internos.
Otro riesgo que existe es la consolidación de la Alianza de Estados del Sahel incluyendo a Mali, Burkina Faso y Níger como un bloque geopolítico contrario a Occidente y con influencia indirecta de Rusia, con capacidades limitadas para contener a grupos irregulares. Así, el Sahel se convierte en un elemento de inestabilidad continental, con efectos en países cercanos al Norte de África y por lo tanto expandible fuera del continente.
Luego, en Libia, país que continúa fragmentado entre Gobiernos paralelos y milicias rivales, con la influencia de Estados como Turquía, Rusia, así como actores africanos, se mantienen como corredor clave para la migración hacia las regiones europeas y como ruta de armas para grupos en el Sahel.
También están las constantes tensiones entre Argelia y Marruecos, Estados que rivalizan por la hegemonía de la región magrebí. Los argelinos tienen un importante gasto militar, así como vínculos energéticos con Europa, mientras los marroquíes se han transformado en un “ancla de estabilidad atlántica” para los intereses de países como Estados Unidos, controlando las amenazas regionales de Irán, la inestabilidad saheliana y cooperando con países europeos e Israel, mientras se valida su permanente ocupación y anexión del Sahara Occidental.
El 2026 podría reavivar las tensiones si la situación del Sahel se deteriora poniendo presión sobre sus fronteras y reavivando tensiones diplomáticas hacia una nueva militarización.
En el Cuerno de África y la región sudanesa se vive violencia incontenible. Este último, atraviesa uno de los peores conflictos actualmente, con niveles de desplazamiento que superan incluso a enfrentamientos como el sirio, causando efectos que pueden desestabilizar Chad y Sudán del Sur, impulsar corredores logísticos para grupos terroristas y aumentar los flujos migratorios hacia países del Magreb y Egipto.
En Etiopía, las tensiones internas después del Tigray, la fragilidad económica y disputas étnicas mantienen un riesgo de reactivación de la violencia. Mientras en Somalia, continúa enfrentando al grupo terrorista Al – Shabaab, cuyo debilitamiento parcial no ha eliminado su capacidad ofensiva ni su ambición de desbordarse hacia fronteras como la keniata.
En el Medio Oriente, como tablero en constante movimiento y conflicto, hay posibilidades de escalada en distintos frentes, las dinámicas varían según los actores involucrados. Para inicios de 2026 persiste un riesgo elevado de escalada en varios frentes.
La Franja de Gaza sigue siendo un foco de tensiones con riesgo de guerras intermitentes, presencia de organizaciones vinculadas a Hamás o la Yihad Islámica y un deterioro en la situación humanitaria en algunas regiones. Así como la imposibilidad de gestionar en corto plazo el proyecto de rehabilitación del enclave.
También, se encuentra la posibilidad de nuevos enfrentamientos entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel quienes mantienen una confrontación indirecta a través de proxis en el Líbano, Irak y Yemen. Teherán se proyecta mediante el desarrollo balístico, la fabricación de drones suicidas, asesorías militares y financiamiento de grupos aliados.
También, la posibilidad de una nueva escalada entre Israel y Hezbolá permanece latente mientras la organización chiita no se desarme y continúe posicionándose hacia el sur del río Litani. Mientras, la economía libanesa se encuentra colapsada y el Estado es prácticamente disfuncional, lo cual convierte al país en uno de los puntos más frágiles de la región, pero esperanzados en retomar negociaciones con Israel que pueda disminuir las posibilidades de fricciones, aunque con un margen muy explosivo.
Por su parte, en la zona de Bab El Mandeb, los ataques que realizan contra buques comerciales, así como la militarización de la zona generan un incremento de costos logísticos globales, el riesgo de incidentes entre ejércitos, la vulnerabilidad de países dependientes del comercio energético.
Mientras, los Estados del Golfo se equilibran por medio de reformas internas mezcladas con amenazas externas como el caso de Arabia Saudita y su Visión 2030 mientras continúan las tensiones en la frontera con Yemen, como ha ocurrido en los últimos días en la provincia de Hadramaut que podría condenar nuevamente a este país a una escalada total.
También, Emiratos y Qatar expanden su influencia a través de la diplomacia económica, mantienen situaciones tensas en la zona del Golfo como las posibles amenazas del régimen de Teherán.
Eso sí, en ambas regiones existe una serie de factores transversales que amplifican los riesgos de conflicto durante el año 2026, como lo es la alianza entre terrorismo y crimen organizado en general, esta situación ha transformado al continente africano en un hub global de economías ilícitas y Medio Oriente un puente.
Por otra parte, se encuentra el retroceso democrático y legitimidad erosionada, así como actores externos compitiendo en vacíos de poder y la crisis climática como un multiplicador de conflictos ante factores como la sequía, la degradación de tierras de cultivo y seguridad alimentaria.
Entonces, a inicios del año 2026, ambas zonas seguirán siendo complejos ecosistemas de inestabilidad, donde los conflictos ya no pueden analizarse de modo aislado y donde sin una estrategia internacional de seguridad, desarrollo, gobernanza y adaptación climática, el riesgo dominante es la escalada del conflicto y la regionalización del desorden, con implicaciones que repercutirán a nivel global.
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