Una exploración espiritual y testimonial sobre las mujeres que regresan a su esencia tras haberla silenciado bajo la obediencia. 

Existe un antiguo mito inuit transmitido durante generaciones que cuenta la historia de una mujer que fue arrojada al mar por su padre y cuyo cuerpo se transforma en esqueleto quedándose en el fondo del mar. En la historia, más adelante, aparece un pescador que la saca del agua sin saberlo. Su interpretación, la metáfora del ciclo de la vida, la muerte, vida, como una forma de renovación del ser.

La historia de la mujer esqueleto se repite una y otra vez dentro de cada ser, con olor a esencia femenina, voces acalladas, identidades escondidas, castigos asumidos que son atrapados por las profundidades, a la espera de mirar llegar al pescador.

Se dice que la mujer esqueleto vive bajo las aguas frías del inconsciente, esperando que alguien tenga el valor de mirarla sin huir.

La llegada del pescador representa la liberación, el momento en el que la mujer reconoce esa esencia masculina dañada que ha anulado su feminidad, que se ha sentido merecedora de simplemente cumplir la labor de buscar alimento. No existe la posibilidad de extraer a la mujer esqueleto sin confrontar el miedo, la duda e incluso el deseo de volver atrás.

Yo tenía 7 años, cuando el primer aire de la mujer llena de carne me recordó que tenía un propósito más allá de mi existencia. Ese recuerdo se mantuvo latente de manera intermitente, aun cuando luego fui arrojada al mar.

Claudia, en cambio, suspira y deja escapar su sonrisa mientras recuerda en su infancia el revoloteo de sus alas coincidiendo con hadas, mariposas y otros insectos que le hacían sentir la magia de la presencia y conexión perfecta con su ser (C. Correa, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

Para ella la vida fue acabando de a poco. A diferencia de la mujer esqueleto, ella fue arrojada al mar por su madre, sin dejar de lado a ese Dios, padre castigador que estuvo muchas veces en desacuerdo con la niña mala que empezó a ser. En su historia hubo un día de esos con necesidad de sentirse hueso y carne, en el que decidió hacer uso de su mano para recordarse la posibilidad de vibrar y conectar con el placer que solo puede dar la carne. ¡Pecadora! Empezó a ser su nombre tras ser arrojada (C. Correa, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

“El destierro no es solo estar fuera de la patria, sino fuera de la vida” (Zambrano, 1977).

A Araceli, la vi llegar como años atrás llegó a la vida, antes de los huesos, con una belleza inigualable asociada a su sonrisa, su espontaneidad y su solidaridad. Ara, empieza a hablar libre mientras divaga en recuerdos de antes de la primera muerte. “Siempre supe que era alguien especial”; su rostro desfigura su sonrisa cuando recuerda ese instante donde a falta de belleza y excesiva sensibilidad, su carne fue poco a poco desintegrándose lento, en el agua,  sus bailes libres se apagaron y la culpa empezó a tener olor a algas en descomposición (A.Cuevas, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

“Quedé embarazada, estando muerta, a los 19. No se puede dar vida cuando se está en la muerte, por eso ese ser dejó de latir tan solo 3 meses después de albergarse entre mis huesos” (A.Cuevas, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

La muerte simbólica no es castigo, pero se siente como tal a pesar de ser una pérdida de memoria espiritual.  “La caída del alma no es pecado: es olvido” (Zambrano, 1977)

Cuando aparece Carmen, sus ojos de inevitable azul me muestran de inmediato el recuerdo vivo de aquella época en la que vivió en las profundidades del mar. En su mundo no hubo domesticación desde la religión, pero sí un peso abrumador del clan al que se le hizo insuficiente, el simple hecho de nacer para pertenecer (C.Cosme, comunicación personal, 28 de octubre del 2025).

Carmen ríe a carcajadas cuando recuerda que de niña veía la vivencia del mundo como un juego plantado en las manos de alguien mucho más grande que observaba. Dos años estuvo alejada del área de juego mientras a fuerza gestionaba a través de terapias la herida propiciada (previo a la muerte absoluta) por un tema de abuso sexual sufrido a manos del papá de su madre (C.Cosme, comunicación personal, 28 de octubre del 2025).

Se podría pensar que fue el abuelo el que la arrojó al mar, pero él solo la hirió para que dejara un camino de sangre. Carmen fue arrojada al mar por decir lo que otros callaban, por intentar llevar luz. Ella fue el pescador que madrugaba en las mañanas, consciente de la necesidad de hacer, más que de ser.

El alma femenina se pierde cuando se deja de escuchar su voz; la voz desaparece cuando el entorno cercano te pide a gritos que calles. Cuando las mujeres pierden el contacto con su naturaleza instintiva, se vuelven “excesivamente civilizadas” y dejan de escuchar la voz profunda que las guía desde el alma (Pinkola, 1992)

El encuentro con los huesos — escuchar el llamado del fondo

Aún en los huesos, el cuerpo guarda memoria como ese espacio de archivo, donde se inscribe la historia, el dolor, la herencia y también la sanación. “El pasado siempre está con nosotras. Lo llevamos en nuestros cuerpos”(Campos-Pons, 2024)

De la inconsciencia del pescador por adentrarse donde otros no lo hacen,  nace la recuperación de la consciencia de una mujer. Se comienza con ilusión, en confusión, mientras se desconoce que es momento de enfrentar miedos y se sigue pensando en la supervivencia.

El pescador lucha, intenta alejarse de los huesos, no recuerda esa antigua vida. El miedo lo lleva a anularla hasta que se encuentra con ese instante de compasión.

“Papá, hacia dónde vas o desde dónde estás, ya sabés que mi vida es un infierno, por favor háblale a Dios de mí”. Con voz que aún recuerda la rigidez de las redes adheridas, Claudia recuerda este instante de forcegeo y deseo de emerger a la superficie (C. Correa, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

La pregunta ¿a qué vine?, dejó de ser suficiente para Ara. La ausencia de la mujer que habla, es libre y que quiere vivir fue insostenible. “Dios mío, si hay algo que aún no he entendido, por favor muéstramelo”, fue su clamor para adherirse al anzuelo y buscar la nueva vida (A.Cuevas, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

Carne, carne, carne, cantaba la mujer esqueleto con el corazón del pescador en la mano (Pinkola, 1992, p.188).

 El corazón no deja de hablar nunca, en tu corazón están las respuestas. El quién eres, es el tambor que suena a tu propio ritmo, tu propia música, ese tambor que sabe hacia dónde te lleva, dice Ara cuando ve llegar nuestro cierre (A.Cuevas, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

“Solo después del delirio, cuando se ha perdido todo, el alma puede escuchar la voz que la llama” (Zambrano, 1989).

Carmen escuchó de su alma en medio de una diabetes gestacional que le devolvió la feminidad a su cuerpo. “Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. La hendidura de la entrepierna y unos pechos que le permitieran envolver y dar calor” (Pinkola, 1992, p.188).

“Hoy respiro libertad, hoy quiero sentarme y ver el atardecer y disfrutarlo, sin mi cabeza, con tanto pensamiento futurista, quiero mi paz” (C.Cosme, comunicación personal, 28 de octubre del 2025).

El consejo de Claudia para otras muertas: “déjese morir, que detrás de cada muerte hay un renacer, tranquila, vuélvase mierda que usted de ahí se va a parar” (C. Correa, comunicación personal, 27 de octubre del 2025).

Clarissa P, María Z, María Magdalena C, Claudia C, Araceli C y Carmen C, seis mujeres que dejaron de buscar ser buenas para buscar ser verdad.

Referencias bibliográficas.

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