¿Eres un joven costarricense que sueña con representar a tu país en el escenario internacional? ¿Has imaginado formar parte de la delegación de Costa Rica en la Conferencia sobre el Océano en Niza o en la Conferencia de las Partes (COP) en Brasil? ¿Sueñas con algún día convertirte en embajador o embajadora de Costa Rica ante las Naciones Unidas, defendiendo los valores fundamentales de nuestra nación: la humanidad, la protección Ambiental y el desarme? ¿O quizá te ves como el próximo innovador costarricense, creando satélites, soluciones digitales o vehículos eléctricos con orgullo nacional?

Me gustaría poder decirte que todo esto está a tu alcance, que el mérito, la pasión y el trabajo duro son suficientes. Pero la verdad es más difícil de aceptar. Si no perteneces a las élites del país, o si naciste en una comunidad vulnerable o indígena, las puertas hacia esos sueños suelen estar cerradas antes de que siquiera puedas tocarlas. No es solo mi opinión. La historia lo ha demostrado una y otra vez.

Detente un momento a observar la lista de delegados que han representado a Costa Rica en las tres últimas conferencias de la COP. Revisa los nombres, sus orígenes y las instituciones a las que pertenecen. Luego observa a nuestros embajadores ante las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, o incluso a los costarricenses que ocupan cargos de alto nivel en esas mismas instituciones. Comenzarás a notar un patrón. Después, mira a nuestros políticos más acaudalados y en qué invierten su dinero. ¿De verdad crees que escucharían tu idea si intentaras presentársela? ¿Se tomarían el tiempo de oír tu visión de una Costa Rica más justa y sostenible, una donde la tecnología y la inteligencia artificial sirvan a todos por igual y no solo a unos pocos?

Si tu respuesta es “no lo sé”, entonces, querido amigo o amiga, ya estás excluido. Eres un costarricense común, como yo, y ese es precisamente el problema. Nuestro amado país enfrenta una profunda crisis de transparencia que, de manera silenciosa, deja fuera a una gran parte de su población. Y cada vez más, también corre el riesgo de quedarse atrás en la era de la inteligencia artificial.

Podrías decirme: “Mae, pero he visto esas oportunidades publicadas en los periódicos o en los sitios web del gobierno y las universidades”. Permíteme decirte, por experiencia propia, que no. Y, por cierto, si debes pagar ₡1.000 o ₡1.000.000 para acceder a plataformas mediáticas y ver esas supuestas “oportunidades”, eso no es transparencia. Es un negocio basado en obstaculizar el libre flujo de la información, controlado por unos pocos medios dominantes.

De la misma forma, cuando el acceso a la tecnología, a los datos o a las herramientas de inteligencia artificial depende del privilegio o de las conexiones personales, reproducimos las mismas desigualdades que nos han dividido históricamente.

Tomemos como ejemplo la Conferencia sobre el Océano de las Naciones Unidas, celebrada el pasado mes de junio en Niza. En teoría, cualquier persona podía postularse en línea para organizar un evento paralelo o solicitar acceso a la llamada “Zona Azul”, el área reservada para funcionarios, responsables de políticas públicas y representantes de alto nivel, con el fin de hacer oír su voz. Sin embargo, esto fue lo que realmente decía el sitio web oficial:

Los eventos paralelos se organizan en relación con la Conferencia sobre el Océano de las Naciones Unidas de 2025, ya sea de forma presencial o virtual, por los Estados Miembros, el sistema de las Naciones Unidas, las organizaciones intergubernamentales y las partes interesadas no gubernamentales acreditadas.”

Suena inclusivo, ¿verdad? Pero en realidad no lo fue. Según tengo entendido, nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto nunca publicó la lista de delegados que representaron a Costa Rica, aquellos que supuestamente hablaban en nombre de todos nosotros. Más preocupante aún, he sabido que profesores de la Universidad de Costa Rica (UCR) fueron retirados de la lista de posibles integrantes de la delegación.

Entonces, ¿quién terminó representando a Costa Rica en Niza? Muy probablemente un pequeño grupo de personas “muy importantes”, altos funcionarios, diplomáticos o figuras políticas. Pero no tú, ni yo, ni el joven costarricense que sueña con aportar ideas y ser parte de la solución, incluidas aquellas relacionadas con el uso ético y equitativo de la inteligencia artificial para nuestras comunidades.

Otro ejemplo surge de las recientes discusiones sobre la gobernanza de la inteligencia artificial en las Naciones Unidas. Durante ocho meses de negociaciones, solo se realizaron dos reuniones abiertas al público, dos únicas oportunidades para que personas externas al sistema pudieran participar de manera virtual y expresar su opinión.

Asistí a ambas, soportando casi cuatro horas en cada sesión. De todo el país, solo dos entidades costarricenses participaron y tomaron la palabra. Lamentablemente, mi empresa no fue considerada una de ellas, aparentemente porque su sede principal está en Singapur, a pesar de estar registrada en Costa Rica y de contar con dos Propiedades Intelectuales registradas en el país. Supongo que, para algunos, eso me hace “menos costarricense”. O tal vez simplemente cuesta imaginar que alguien con un nombre extranjero y un rostro común pueda representar a Costa Rica.

Pero no importa. Aunque escuché mi nombre mal pronunciado cuatro veces, no me afectó. Dije lo que debía decir. Hablé sobre la ausencia de voces costarricenses, especialmente de comunidades indígenas y vulnerables, en estas conversaciones globales tan cruciales sobre la inteligencia artificial inclusiva, la soberanía de los datos y nuestro futuro digital compartido.

Esperaba que nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto fuera quien planteara esas preocupaciones, quien hablara por nosotros, el pueblo de Costa Rica. Pero he comprendido que no nos representan. Representan al gobierno, no a los ciudadanos cuyos sueños y voces permanecen sin ser escuchados.

A medida que se acercan las elecciones, es nuestro derecho y nuestro deber colectivo decidir quién nos gobernará. Las preguntas planteadas en este artículo no buscan desanimar, sino guiarnos al momento de elegir a nuestros próximos líderes.

¿Nos sentimos verdaderamente incluidos en la toma de decisiones, o solo estamos allí para servir a las élites? ¿Cómo podemos saberlo cuando no hay transparencia ni mecanismos claros que garanticen la participación de los ciudadanos comunes, y de sus voces digitales, en la construcción de nuestro futuro?
Si Costa Rica desea seguir siendo un referente mundial en materia de paz y sostenibilidad, ahora debe también convertirse en un ejemplo de ética e inclusión en el ámbito de la inteligencia artificial, garantizando que los datos, la innovación y las oportunidades pertenezcan a todos.

En una verdadera democracia, especialmente en un sistema multipartidista, los partidos políticos deben contar con constituciones claras y principios definidos, de modo que podamos votar por sus ideas y valores, y no únicamente por los rostros conocidos de nuestras élites.

La fortaleza de Costa Rica siempre ha provenido de su gente: de sus maestros, agricultores, científicos y soñadores que creen en una nación justa y transparente. Es hora de recuperar ese espíritu y recordar a quienes detentan el poder que la democracia, al igual que el futuro de la inteligencia artificial, no es un privilegio de unos pocos, sino un derecho de todos.

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