Si un extraterrestre hubiera venido a la Tierra en diciembre del 2007 y hubiera regresado de nuevo en diciembre del 2009, le hubiera costado entender cómo la economía estadounidense perdió 5 billones de dólares (en inglés, trillion) en valor y aumentó diez millones el número de personas desempleadas.
En aquella época, una cantidad importante de gente había adquirido teléfonos inteligentes de reciente invención, la estructura industrial estaba intacta, los bancos y el sistema financiero seguían existiendo y no había habido ni una catástrofe natural, ni una guerra, que explicara la debacle económica.
La diferencia había sido la innumerable cantidad de veces que publicamos, circulamos y nos contamos la historia de que estábamos en la mayor recesión económica global en 80 años. Eso minó la confianza, desestimuló la inversión, recortó empleos e hizo perderse una cantidad significativa de valor económico en toda la economía global.
Todo esto explica lo determinantes que son las historias que nos contamos. Además el pesimismo parece ser un atributo humano predeterminado que proyecta de manera lineal la degradación o deterioro de lo que existe en el presente.
Mientras tanto, la innovación tecnológica, sobre todo aquella que es disruptiva y crea inmenso valor económico, es exponencial. Significa que, por largo tiempo, no vemos lo que sucede debajo de la superficie cuando se está gestando una innovación. Para cuando emerge, ya trae una aceleración que la hace crecer muy rápido en el tiempo. Pero nunca vemos la distancia, el tiempo, el esfuerzo y la inversión que han ocurrido para que esa semillita germine y brote a la vida.
La innovación tiene tres características fundamentales:
- Los grados de libertad para perseguir los deseos de nuestro espíritu.
- La diversidad de personas perfiles participantes ideas cultura saberes e intereses.
- El permiso cultural de equivocarse una y otra vez, aprender de cada experimento, retroalimentar el proceso y volverlo a intentar.
En China recién pasaron una ley que exige a los influencers en redes sociales poseer título universitario para para hablar de temas profesionales. Es cuestionable si eso atenta contra aquellas tres características fundamentales. Pero también es cierto que pone en perspectiva la responsabilidad ética de los contenidos que comparte la gente en redes sociales. La innovación y la comunicación destinada a influir en otros exige parámetros éticos de comportamiento.
Para tener impacto no necesitamos tener una opinión sobre cada asunto que cruza nuestra mente. Una forma exclusiva de libertad, sobre todo en estos tiempos de parálisis por sobredosis de información, es crear el hábito de no tener una opinión sobre cada asunto.
Debemos operar bajo principios fundamentales a la hora de relacionarnos en una sociedad con el afán de construir la mejor versión a la que ella pueda aspirar en un futuro cercano. Un ejemplo de un principio tal lo reitera Elon Musk en su proceso de creación de la empresa aeroespacial privada más exitosa de la historia, SpaceX. Durante la creación de dicha empresa, él le pidió a sus ingenieros, a sus abogados y a sus gerentes que no hicieran más eficiente un proceso, una regulación o una gestión administrativa que no debería existir.
Eso nos caería muy bien en el gobierno, en la política, en la sociedad, en nuestros hogares y en nuestros corazones.
Escuche el episodio 291 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Las historias que nos contamos”.
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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.




