No tenía pensado involucrarme en política. Tampoco escribir una justificación.
Sin embargo, muchas personas me han preguntado por qué acepté una candidatura a diputada, y creo que vale la pena explicarlo.
No es una historia épica ni una confesión personal. Es el resultado de años observando, analizando y trabajando desde distintos espacios donde la política, aunque uno no quiera, siempre termina tocando la puerta.
En Costa Rica, hablar de política suele despertar frustración. Para muchos, es sinónimo de corrupción, privilegios, promesas incumplidas y de un aparato estatal que cada vez resuelve menos. No sorprende escuchar frases como “todos son iguales” o “yo no me meto en política porque me puede perjudicar profesionalmente”. Ese desencanto es real y tiene razones de sobra.
Pero también esconde una verdad incómoda: en política no hay sillas vacías.
Cuando los ciudadanos capaces, preparados y honestos deciden no involucrarse, esos espacios los ocupan quienes tienen otros intereses: conservar privilegios, manipular recursos públicos, sostener redes clientelares o simplemente asegurarse una carrera política que le garantice un estilo de vida de “clase media” como diría uno de nuestros ilustres magistrados. La política funciona como un hoyo negro: si los que quieren un país distinto se retiran, lo llenan quienes se conforman o se benefician del estancamiento.
Así, el argumento de que “la política está podrida, mejor no me meto” se convierte en un círculo vicioso: la ausencia de los mejores deja espacio a los peores.
La cultura de la indiferencia
Parte del problema nace de algo que nos inculcaron desde pequeños: “de política, fútbol y religión no se habla”. Esa frase, que parece inocente, cultivó generaciones de ciudadanos que evitan los temas incómodos. Pero, a diferencia del fútbol o la religión, la política sí tiene consecuencias directas en nuestra vida.
¿Por qué? Porque todos los días los políticos deciden cuánto pagamos de impuestos, qué servicios recibimos, qué proyectos se financian, qué trámites debemos cumplir y qué oportunidades se abren o se cierran para quienes producen. Lo más duro es que esas decisiones casi siempre se toman pensando en el corto plazo o en mantener contentos a ciertos grupos, no en resolver los problemas de fondo.
Por eso, la indiferencia no es neutral: es un permiso tácito para que otros decidan por nosotros.
Un país cada vez más enredado
Costa Rica tiene enormes fortalezas: una democracia estable, belleza natural, talento humano y una tradición de paz que nos distingue. Sin embargo, nos hemos ido enredando en una red de reglas, trámites y regulaciones que complican la vida diaria en lugar de facilitarla.
Somos un país sobre regulado. Las leyes y normas se acumulan sin orden ni coherencia, como si cada generación política hubiera puesto un ladrillo más sin revisar la fundación existente. El resultado es una muralla de trámites que agobia al emprendedor, desmotiva al trabajador y frena la innovación.
Así las cosas, estamos atrapados por una institucionalidad que en teoría debería resolver problemas, pero que en la práctica los multiplica. En los hospitales no atienden con rapidez, la infraestructura se atrasa eternamente, los trámites consumen tiempo y paciencia. Y lo más frustrante: nadie parece estar a cargo de arreglarlo.
La Asamblea Legislativa: ¿motor o freno?
En este contexto, la Asamblea Legislativa debería ser el espacio donde se piensan soluciones de largo plazo. Sin embargo, con frecuencia se convierte en lo contrario: un obstáculo más, un lugar donde la energía se gasta en luchas absurdas, cálculos electorales y repartición de puestos, negocios o cuotas de poder.
La Asamblea debería ser el lugar donde se discutan y aprueben las reformas que transformen la vida de los ciudadanos: simplificación de trámites, apertura de mercados, control del gasto, rendición de cuentas y evaluación de instituciones. En lugar de eso, demasiadas veces es una fábrica de estorbos, donde los proyectos necesarios se archivan y se aprueban solo los que no incomodan a nadie.
Esa es la trampa del statu quo: quedarnos exactamente donde estamos, aunque el terreno se hunda.
La urgencia del cambio
La ciudadanía lo sabe. En la calle se percibe un cansancio generalizado. La gente está harta de promesas incumplidas, de problemas acumulados y de sentir que el país se estancó.
Las reformas estructurales que debimos emprender desde los años 80 siguen esperando. En esa década, mientras otros países enfrentaron con valentía los ajustes que requerían para modernizarse, aquí decidimos aplazarlo todo. El costo de esa inercia se mide en décadas perdidas, en oportunidades desaprovechadas y en jóvenes que hoy emigran porque no ven futuro en este país.
Seguir postergando el cambio ya no es opción. Cada día que dejamos pasar, Costa Rica se atrasa un poco más frente al resto del mundo.
Un ejemplo que inspira
En medio de este panorama, hay nombres que marcan diferencia. Mi amigo Jorge Dengo demostró con hechos que sí se puede hacer política de otra manera: con visión nacional, sin clientelismo y con compromiso real con el país. Su paso por la Asamblea Legislativa mostró que no todos son iguales, y que con coherencia y valentía la política puede recuperar credibilidad.
Su legado deja la barra alta. No para endiosarlo, sino para recordarnos que sí hay otra forma de hacer las cosas y que conformarnos con menos sería un error imperdonable. Su ejemplo es un llamado a que más ciudadanos capaces se animen a participar.
Involucrarse en política no es un acto de ego, sino de responsabilidad colectiva. Se trata de entender que el país no cambia desde la indiferencia, sino desde la participación activa.
Sí, es incómodo. Sí, genera críticas. Pero si quienes tienen la capacidad, la preparación y la convicción no dan el paso, el espacio lo ocuparán los mismos de siempre: los que saben moverse en las sombras para mantener las cosas como están.
Meterse en política es abrir camino. Es decirle a los jóvenes que no renuncien a soñar con un país mejor, que la política no tiene por qué ser sinónimo de desencanto.
Inspirar para avanzar
Ahora bien, se puede hacer política desde afuera, la respuesta es sí. Tenemos tres años de hacerlo desde Primera Línea e independientemente de si llego o no a la Asamblea, voy a seguir trabajando. Porque soy de hacer, no de quedarme en diagnósticos eternos.
Desde Primera Línea ya demostramos que se puede incidir, y lo vamos a seguir haciendo: manteniendo presión política, impulsando proyectos que favorezcan a los ciudadanos y deteniendo a los que los atropellan.
La lucha por un país mejor no empieza ni termina en una curul: se sostiene con convicción y acción constante.
Costa Rica necesita recuperar la esperanza. Y la esperanza no se construye con discursos bonitos, sino con decisiones valientes y acciones concretas.
La verdadera inspiración está en demostrar que sí se puede avanzar, que la política puede ser un instrumento al servicio de la ciudadanía. Que la Asamblea Legislativa puede dejar de ser una traba y convertirse en motor del desarrollo. Que podemos dejar atrás la maraña de regulaciones absurdas y optar por un Estado que funcione mejor y cueste menos.
Este no es un proyecto personal. Es un compromiso colectivo, con la historia y con el futuro.
No dejar la silla vacía
Costa Rica está en un punto de quiebre. No se trata solo de política, sino de volver a creer que este país puede cambiar si nos atrevemos a hacerlo distinto.
El cambio no vendrá de arriba ni de afuera: nace en cada persona que decide involucrarse, que deja la comodidad del reclamo y da un paso al frente. Porque cuando los buenos se cansan, los mismos de siempre encuentran espacio para seguir. Y cuando la indiferencia gana terreno, se apaga la posibilidad de construir algo mejor.
Por eso, hoy más que nunca, llenar las sillas vacías es un acto de esperanza. Devolverle sentido a la política es devolverle sentido al país. Y ese cambio no empieza con grandes gestos, sino con una decisión sencilla: no mirar para otro lado.
Cuando más ciudadanos se atrevan a hacerlo, Costa Rica volverá a moverse hacia adelante. Y entonces sí podremos decir que el país cambió, no porque alguien lo prometió, sino porque nosotros decidimos hacerlo posible.
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