Hace poco participé de un festival de semillas que se hizo en Cartago, organizado por varias instituciones, como el INA y la UCR. Fue en el Sanatorio Durán, pensé que sería al aire libre, pero el clima en esta parte del país puede ser muy frío, así que lo hicieron en una sección que tiene el sanatorio, donde inclusive hay habitaciones totalmente equipadas para que las personas puedan pasar una noche, yo lo pensaría dos veces.

Sin embargo, el lugar fue muy apropiado tomando en cuenta que venían agricultores de todo el país, especialmente de Talamanca y eso fue importante, porque ahí convergieron personas que realmente entienden del tema de semillas.

Casi no había público y con público me refiero a que no había personas que no fueran productoras y eso me sorprendió. Yo quería que el mundo supiera que había un festival de semillas y pocos conocían de esta actividad. Luego, entendí que estas iniciativas tratan de unir productores de diversos lugares para el intercambio de semillas que es un acto, simbólico y lleno de mística.

Sí, por supuesto que faltó divulgación del evento, pero es que también faltan recursos. Esto fue una muestra de los esfuerzos del sector agroecológico de nuestro país, que trabaja literalmente con las uñas, las manos, el sudor. Y muy poco dinero.

Como quiero que todos los que estamos lejos de esta realidad, aprendamos a cuidar estos legados ancestrales, hice un par de entrevistas, que fueron unas de las más vistas en las redes, y es que la mayoría de los ticos, todos los días comemos arroz y frijoles, pero se han preguntado, ¿cómo fue el manejo de esas semillas? ¿cómo se convirtieron en alimentos, hasta que llegaron a nuestro plato?

Ese día escuché a la profesora Gina Borrego, del INA, quien cerró su presentación con una frase que me quedó resonando:

El mejor lugar para las semillas es la tierra”.

Al ver mi cara de sorpresa, añadió:

Porque si están en un frasco de vidrio en un estante, eso es un museo de semillas… y ahí no hacen nada”.

¡Claro! Vieran mi cara, creo que de verdad yo era la única sorprendida. La semilla espera en la oscuridad, no exige, tiene certeza, tiene confianza en el proceso. Me hice un puño ahí sentada, claro todos hablando de semillas y de pronto mi mente se fue lejos:  a las noticias, el trabajo, la maternidad, la vida en pareja, los amigos… Pensé que ya no hay calma para confiar en procesos.

Este mundo en el que vivo me revuelca día con día, no importan los esfuerzos que hago, tengo meses de caer rendida por andar en carreras autoimpuestas. Me sentí una semilla híbrida, a la que además la siembran en un entorno controlado para que produzca rápido y bonito y como si fuera poco, mentida en un frasco de vidrio puesta en un estante.

Me perdí en mis pensamientos y volví la mirada hacia los productores frente a mí, con un poco de vergüenza porque no conozco ese mundo calmo y sabio de verdad, sentí que les debo respeto.

Ellos saben del tiempo, de la paciencia, con sólo ver una semilla saben si es buena.

Hay tanto que aprender de ellos. Hay tanto que cuidar, la tierra, las semillas, el cuerpo y la mente. Y hacerlo sin pensar en la vitrina.

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