No es coincidencia que cuando escribo estas líneas, se celebre el día de las Madres y pienso en la tierra que me sostiene. La que me permite caminar y me alimenta, me cuida y da apoyo.

Cuando observamos, la costumbre en la vida de la ciudad es fácil de seguir, son tantas estructuras sociales y distractores que inconcientemente el cuerpo se mueve por la inercia de lo que hay que hacer.

Levantarse, alistarse, a veces llevar a los niños a la escuela, o intentar tener un espacio de ejercicio, pero casi siempre esto es en carreras monumentales contra el reloj, las presas de las carretaras colapsadas, todo sucede en medio del ruido que emiten las noticias matutinas que nos despiertan con los hallanamientos, arrestos, homidicios, femicidios, etc.

Parece una rutina mortal de novela oscura que además no tiene nuevos argumentos y nunca se termina.

Pueden sonar pesimistas mis palabras aunque reflejen la realidad actual de muchas ciudades, no es conincidencia.

Ese tiempo que nunca alcanza, mientras la mayoría corren detrás de las metas y objetivos con el disfrás del progreso y el éxito como un fantasma, puedo afirmar que sólo cuando uno ha estado ahí, logra identificarlo.

Sin embargo, de manera necesaria llega un día en que los sentidos se encuentran con la naturaleza, con un árbol, con el mar, con un bello jardín de orquídeas, con un atardecer, el río bajando de la montaña, la catarata, el silencio y el susurro del bosque, aves que miran el caminar humano desde las copas altas y frondosas, el amanener, las estrellas, algún cometa, el sol y la luna.

Los ojos, la boca, el olfato, el tacto y el oído se conectan con el campo que muestra su acuerala en el horizonte de tierras trabajadas para alimentar el cuerpo. Las huertas, las enrredaderas de chayotes y ayotes que cubren espacios donde crece la vida. Los tomates guindando.

Y sin darnos cuenta la mente y el corazón se aquietan, cuando comienza el estado de conección con la Madre Tierra, no hay forma de detenerlo, aun cuando dure unos segundos, es una recarga natural de vida, que es oxígeno supremo. La naturaleza es el refugi natural del ser humano.

De la locura dentro del cemento y el reloj corriendo sin poder alcanzarlo, levanto la mirada a las montañas y añoro su abrazo y quietud.

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