La ley de la atracción se refiere a información, relaciones, experiencias y estados de bienestar que querríamos alcanzar para nosotros mismos y para otros.
La importancia de las redes personales es, en parte, la influencia que tienen quienes conocemos sobre nuestras vidas. Y, en parte, la influencia que tienen en nuestras vidas las personas que conocen las personas que conocemos. Ese efecto diferido o indirecto o con grados de separación de nuestras relaciones directas ha sido muy estudiado por la ciencia, en particular por un libro denominado Connected, de Nicholas Christakis y James Fowler, ambos investigadores de la universidad de Harvard en los Estados Unidos.
Se dice que somos el resultado de las cinco personas con las que pasamos más tiempo. También aplica para las cinco personas cuya información consumimos como influenciadores en nuestras vidas, aunque no las conozcamos en persona. Podemos elegir de manera activa y consciente esas cinco personas que queremos seguir para parecernos más a ellas y transformarnos en quienes queremos llegar a ser, con otros como referencia en caso de que resulte de utilidad.
De lo que trata la ley de la atracción, apoyándose en la ciencia que explica al menos de manera preliminar la física cuántica, es que todas las células y moléculas de nuestro organismo vibran en la misma frecuencia energética de los pensamientos, ideas y creencias que tenemos. Si no queremos lo que somos y lo que tenemos y nos gustaría cambiarlo, debemos cambiar, primero, aquellos pensamientos para vibrar en frecuencias energéticas distintas. Para ello, debemos cambiar nuestro sistema de creencias. Suena fácil, pero es en realidad sumamente difícil. Y si es difícil cambiar uno mismo una creencia, es mucho más difícil hacer que otra persona cambie una creencia suya. Ese es el origen de todos los conflictos y de todas las guerras.
Una manera de introducirnos al cambio de creencias para alterar la frecuencia energética en la que vibramos y poder resonar con coherencia en la de nuestros anhelos es un ejercicio que busca robustecer nuestra capacidad de concienciación y estar presentes.
Cualquier ejercicio de meditación, visualización o quietud que nos permita estar conscientes del aquí y el ahora interrumpe la dinámica de nuestra mente de desplazarse al pasado conocido o al futuro esperado. Esos dos escenarios nos generan siempre las mismas emociones: las que generan las vivencias que ya pasaron y conocemos, y las de expectativas que tenemos sobre sucesos futuros y cómo nos gustaría sentirnos al respecto.
Si cultivamos la presencia, ese instante en que no hay afinidad emocional conocida con el estar aquí y ahora, se genera un breve episodio de incertidumbre emocional. De ahí emerge posibilidad, algo nuevo, una idea o pensamiento, una sensación o indicación del próximo paso que debemos dar, una preocupación urgente que atender, una verdad que solo podemos decirnos a nosotros mismos con la franqueza que ofrece la intimidad al estar presentes.
La posibilidad inspira una misión hacia algo que queremos y debemos hacer y se torna inevitable. Quizás, incluso, se torne una prioridad. Entonces despierta en nosotros un sentido de urgencia para ejecutar, emprender y cumplir en un plazo determinado, corto, cierto, cercano, que me permita saber hoy mismo cuánto soy capaz de querer algo que anhelo.
Ese sentido de urgencia activa en nosotros el impulso a la acción clara, concreta, eficaz y transformadora.
Estos cuatro elementos: posibilidad, urgencia, misión y acción se reúnen en él acrónimo PUMA.
Escuche el episodio 276 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “La técnica PUMA”.
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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.