Nos contaba Ernest Hemingway el cuento corto más triste del mundo: «Se venden zapatos de bebé, sin usar» (en inglés, "For sale: baby shoes, never worn"). Sin contemplar la eventualidad de ser padres —o no—, es una historia que nos transmite una inmensurable cantidad de sentimientos, en una simplicidad absoluta.
Pero ¿cómo logra Hemingway transmitir algo tan poderoso en tan pocas palabras? La respuesta yace en la tridimensionalidad del texto. ¿Han escuchado la expresión de que un texto o personaje “son planos”? Pues entender de qué va eso es nuestra misión de hoy.
Y es que, cuando leemos, no buscamos solo entretenimiento. Buscamos también ese “algo” que, no importa qué nos diga, nos deje con una impresión diferente del mundo. Que nos haga sentir algo más en el entorno y que, ojalá, nos cambie la perspectiva de vida. Si conocen a un escritor que les diga que lo anterior es sencillo, pues miente. Es la parte más difícil del trabajo (y ojo, que es un “trabajazo”), y se logra con práctica y con un entendimiento profundo de lo que queremos transmitir.
Para empezar, el texto debe comunicarnos algo a nosotros como escritores. Esa sutileza y ese simbolismo que estamos insertando y que entendemos de qué va. Alguien me preguntó el otro día cómo manejar el simbolismo en una historia que estaba trabajando. Después de lo que pareció una eternidad en mi mente, pude dispararle un ejemplo: «Léase la Biblia» —le dije lacónicamente. El comentario dejó silencio, porque mi respuesta iba dirigida a un no creyente, pero una risotada de mi interlocutor cortó con buen filo lo que pensé que sería un momento incómodo.
Y es que a lo que me refería, principalmente, es al tipo de simbología que utilizan los antiguos textos. Desde el uso de los números 3, 6 y 7 como elementos que pintan una explicación, hasta la alegoría de la creación en el Génesis, cuyas imágenes Miguel Ángel plasmó en la Capilla Sixtina.
Luego, el texto debe comunicarle algo a los personajes. Así como lo leen. El texto necesita contar con una profundidad absoluta para los protagonistas de las historias, para que así puedan desarrollarse y crecer como componentes de la historia. Un personaje necesita comenzar la historia con aquello que cree que “quiere” y evolucionar hasta un punto en el que descubra que no es lo que quiere, sino lo que “necesita”.
¿Los dejé “bateados”? Pues simple: Julieta “quiere” irse del país para estudiar y trabajar porque siente que eso la hará feliz, pero lo que Julieta “necesita” es darse cuenta de que quiere irse del país para dejar atrás su complicada familia, y que primero tiene que aprender a hacer las paces con su pasado para poder caminar hacia su futuro. ¿Le van viendo la profundidad? Un ejemplo claro de cómo una pequeña historia deja de ser plana en dos líneas.
La tercera, y última, es que el texto debe comunicarle algo a la audiencia. Esa sutileza de la que hablábamos debe ser apenas perceptible para el lector, para que, de esa forma, sea él quien vaya descubriendo poco a poco lo que queremos comunicarle. Debe haber una sugerencia implícita que le ayude a ir armando las piezas en su cabeza y poder entender qué es la historia y quiénes son los personajes. Como quien dice: «Dibujó una media luna en su rostro». Se lo digo, sabe a qué me refiero, pero no se lo doy todo de una sola vez. Lo invito a imaginarlo y dibujarlo en su mente.
Dicho esto, los invito a leer nuevamente lo que, a mi parecer, es la historia corta más triste del mundo y darle esa tridimensionalidad que es la que hace que, después de hoy, nunca olviden esta historia:
Se venden zapatos de bebé, sin usar”.