Cuando tenía 18 años tuve la dicha de pescar a Soda Stereo en el Gimnasio Nacional. El 96 fue amable con Costa Rica, llegó cargado de buenos conciertos. Había que medir si era posible ir a alguno tomando en cuenta muchas variables, en mi caso agregando que iniciaba el segundo año de la carrera de Biología en la UCR, cargado de giras. La mayoría de mis amigos intentaron ese año ver a Héroes del Silencio. Yo, aunque por su influencia ya hasta gritaba Avalanchaaaaa con ellos, prefería mil veces a Soda.

Llegó el día y recuerdo estar caminando frente a La Sabana buscando la puerta por la que nos tocaba entrar, mientras notaba lo bien acompañada que iba entre la multitud. “Me colé” en el grupo que había armado mi hermano Federico para ir al concierto, con Abel Guier, Luis Montalbert-Smith y Mássimo Hernández, ni más ni menos que el grupo Gandhi completo. Ojalá hubiera tenido yo personalidad para corista porque ese hubiera sido el momento. Bueno, no me quiero desviar del cuento, lo importante es que con cualquier otro grupo de mis amigos no creo que hubiéramos intentado acercarnos tanto a la tarima entre el molote, pero claro que Gandhi tenía clarísimo que este era un evento histórico y que valía la pena estar bien cerca.

Terminamos frente a Zeta Bosio, a lo mejor a muchos lectores no les tengo que contar que así se llama el famoso bajista de Soda. Zeta dedicó una buena parte del concierto a coquetear con las chicas del público haciendo contacto visual una por una. Por un momento pensé que estaban locas alrededor mío cuando gritaban “¡me vio, me vio!” No, no estaban locas, lo pude corroborar en persona (claro, que las chicas introvertidas no lo anunciábamos a gritos). Pero por más guapo que fuera Zeta eso no fue, para mí, lo mejor del concierto. Lo mejor fue que decidieron abrir con una pieza en su momento algo rara, pero que casualmente era de mis favoritas. Así que no se me va a olvidar, aunque el fracaso de inteligencia artificial de Google me haya dicho hoy que Soda Stereo solo vino a Costa Rica una vez en el 87. No se me va a olvidar cuando Soda Stereo tocó “Planta” en vivo en Costa Rica el 6 de febrero de 1996. Tengo la letra impresa en mi memoria con la voz de Cerati:

Savia savia por mi cuerpo, como oro de Acapulco

Voy preparándome, a aaa aaaa

No sé qué me pasa, a aaa aaaa

que ya no puedo volver, al oír al oír, al oír al oír

Tanto irme por las ramas , ahora recorro las heridas

No fue suficiente fe, a aaa aaaa, una vez por semana

y ya no puedo volver , al oír al oír, al oír al oír

Mi voz vegetal, necesito hoy tener amarrados los pies

En el aire, sé que soy nada más que menos, de lo que podría ser

Me resisto hoy a empujarte a otro juego de azar

En el aire reverbera el ansia de mi voz, mi voz vegetal vegetal, amor vegetal. . .

Algo en querer tener amarrados los pies . . . tener savia en lugar de sangre y una voz vegetal ¿Por qué resulta tan fascinante? La verdad a los 18 no me acuerdo de haber sentido la necesidad de ir más allá del hecho de que me encantaba esa música y esa letra -estaba feliz con ponerla en repeat de vez en cuando- y esa sí que la cantaba. Pero a finales del año pasado me leí una novela que me la recordó y me puso a analizarla más a fondo.

A ver, jamás me voy a creer el cuento de que la letra de Planta se limita a hablar explícitamente de una planta alucinógena. En todo caso, si se inspiró en experiencias con Salvia divinorum, en la letra habrá de seguro más sustancia y elementos filosóficos y existenciales que analizar. Soda Stereo claramente nos invita a imaginar lo que se sentiría ser una planta, a la par de frases con sabor metafórico a búsqueda de identidad, transformación, expectativas, contrastes entre libertad y límites, culpa, riesgo, crecimiento y origen, por mencionar algunos temas evocados por la pieza.

Las plantas tienen su magia, como bien lo resume Zoe Schlanger en su nuevo libro de divulgación científica, Light eaters (2024). Son seres vivos con capacidades fascinantes. Soda Stereo en cierta forma anticipó con esa pieza una época fascinante de la botánica, en donde se está discutiendo si se ha menospreciado la inteligencia de las plantas, si bien diferente de la inteligencia animal, y hasta se pasa por temas relacionados con la definición de conciencia y de sistemas vegetales análogos al sistema nervioso. Si están con ganas de leer no-ficción, este es un librazo.

Pero a ver, les dije que fue una novela la que me recordó la pieza, hablemos de la novela. Estaba yo al tanto de los resultados de la entrega de premios Nobel del año pasado, triste de ver lo que solo puedo describir como una tendencia a subestimar los logros de las mujeres. Escribo al día siguiente del Día Internacional de las Mujeres, así que es un buen día para quejarme de los resultados de estos premios. En estos tiempos ya eso no se puede explicar por falta de mujeres con descubrimientos, logros y creaciones del impacto o calibre requerido, y me temo que es el sistema el que falla en reconocerlas.

Un solo Nobel fue entregado a una mujer en el 2024, el de literatura. En ese momento fue que decidí leer “La vegetariana” (2007), de la escritora coreana Han Kang. Lo agarré en vacaciones de fin de año sin expectativas claras más allá de saber que una mujer que gana un premio Nobel en una época en la cual los logros de las mujeres tienden a subestimarse, debe ser una gurú superior en su arte, seguro mejor que todos los escritores del planeta juntos. Y la lectura fue tan fuerte, tan interesante, tan impactante, que la verdad escribo para compartir y procesar. En resumen, es una genia y vale la pena conocer su obra. En los próximos párrafos está mi reflexión y análisis de “La vegetariana”, lo cuento aquí a modo de Spoiler alert, por si prefiere leerla primero sin enterarse de nada. Por otro lado, para nada es un análisis completo, y espero que si no le importa conocer algunos detalles, más bien se convierta en una invitación a la leerla.

La vegetariana

La transformación en una planta que la pieza musical de Soda Stereo apenas evoca, Han Kang la explora a fondo. Kafka es famoso por haber descubierto, en la transformación a un insecto, una metáfora perturbadora que expresaba las implicaciones psicológicas del aislamiento sociocultural y la discriminación, entre otros. ¿Qué le ofrece a Han Kang la transformación en planta como metáfora?

Como bióloga me resulta interesante desglosar la riqueza potencial de algunos elementos del contraste animal vs. vegetal, aunque tal vez no se requiera ser bióloga para hacerlo. Con ancestros evolutivos vertebrados, mamíferos y primates, las y los Homo sapiens tenemos ciertos conflictos con la herencia biológica animal que esto implica para nosotros. Por un lado, pertenecemos a una rama con inteligencia potencial indiscutible, y de eso sí que estamos orgullosos. Pero por otro, a veces observamos el comportamiento de nuestra especie, y encontramos algunos conflictos, por ejemplo con la violencia primitiva que podemos manifestar en conflictos sociales, con las implicaciones de ser facultativamente depredadores y con ciertos aspectos de nuestra sexualidad -por mencionar con sutileza apenas la punta del iceberg-.

A veces nos cuesta enfrentar estos lados “animales” de nuestra naturaleza biológica; hasta usamos la palabra “animal” como un insulto. Bueno, a lo largo de la novela se descubre que la expectativa sembrada por el título (La vegetariana) es apenas el principio de una fuerte transformación en donde se va dejando atrás, psicológicamente, este “lado animal”. El primer paso de esta transformación para Yeong-hye, la mujer coreana que es el personaje principal de la novela, es que ella deja de comer carne.

La primera parte -que para mí resultó espeluznante- es narrada desde la perspectiva del esposo de Yeong-hye. En el plano simbólico, pienso que en ella dejar de comer carne representa un alto a varios tipos de violencia que se van revelando en el texto. Se siente también, en esa decisión sobre la alimentación, un deseo de libertad: en la vida de esta mujer y el contexto coreano (en algunos sentidos podría generalizarse a un plano más cosmopolita), no volver a comer carne es una rebelión y una necesidad de poner límites y tomar el control de su cuerpo y de su vida.

La determinación es absoluta y desde la perspectiva del esposo, un tipo de locura. Pero en el marco de la violencia de género que la narración va revelando, la persona lectora queda en una posición en la cual no hay más que comprenderla y empatizar con ella, pues la presión familiar por someterla a la “dieta normal” y a su marido va cruzando líneas desde lo pasivo-agresivo hasta lo abiertamente agresivo y físicamente violento que cualquier lector con un gramo de compasión percibirá como inaceptable e inhumano. ¿Cuánto puede aguantar una persona, una mujer coreana, una mujer en cualquier parte del mundo, sin que se rompa el hilo que la sostiene como un ser humano racional y digno?

La metáfora de la transformación en planta es un recurso que le permite a Han Kang explorar las profundidades de esta pregunta, lo cual le da una cualidad muy seria a la novela y muy diferente del éxtasis de la pieza musical de Soda Stereo que comentaba al principio.

El recurso metafórico de la transformación en planta, combinado con la creatividad de Han Kang, resulta en una segunda parte de infarto, cargada de suspenso y erotismo. Como lectores observamos cómo se van cruzando líneas que en nuestra mente es imposible no cuestionar o juzgar a nivel moral, pero que a lo mejor “permitimos” sabiendo que en el fondo se están explorando temas de fondo de la sexualidad humana que son centrales para la crisis psicológica en la que se encuentra Yeong-hye.

La botánica adquiere una presencia por primera vez explícita en la novela, inspirando formas de arte que se fusionan con el cuerpo humano y nos invitan a plantearnos, simbólicamente, esta dualidad animal vs. vegetal. Pareciera que se intenta dejar atrás las cualidades inherentes a la brutalidad animal, para buscar una sexualidad de cualidades suaves y sutiles,  de cualidades florales. ¿Es este el amor vegetal al que cantaba Cerati?

Algo que me llamó mucho la atención fue que, en general, la obra expone una perspectiva de género en donde si bien el lado femenino tiende a estar en desventaja, el dominio de los matices grises, la complejidad de las interacciones con los personajes secundarios, y las sutilezas de la novela hacen que nunca se caiga en una victimización trillada. En medio de la transformación, hay momentos de liberación y triunfo para Yeong-Hye, algunos frágiles y breves, pero ella nunca se da por vencida y lucha por su libertad hasta el final.

In-hye, hermana mayor de Yeong-hye entra de lleno como una segunda mujer principal dentro de la historia, convirtiéndose en aliada y guardiana fiel a la transformación completa. Prefiero decir poco de la tercera (y última) parte, para mí desgarradora. Resulta irónico que la libertad inherente al movimiento que distingue a los animales de las plantas, se niegue como recurso de liberación; yo la entiendo como una elección desesperada. Es un recurso psicológico que viene de la necesidad de escapar de una realidad intolerable y que se repite, en diferentes formas, arrastrando vidas de mujeres -plural- que no resisten la carga. Se revela que si se rompe el tejido racional de las mujeres, se rompe el tejido social que ellas sostienen.

Definitivamente no es una lectura liviana. Si está con ganas de leer algo menos fuerte, a lo mejor lea “En agosto nos vemos”, obra póstuma de Gabriel García Márquez. Esta es una buena novela corta que nos recuerda lo maravilloso que es don Gabo y nos lleva por un viaje emocional loco e interesante, pero sin peligro de infarto. Por otro lado, si quiere un viaje emocional fuertecito, con escenas que le dejan con la boca abierta, personajes y sucesos que nos hacen pedacitos, y temas complejos con más carnita y sustancia para quedarse pensando, entonces sí, léase La vegetariana. Quedó en mi colección de novelas geniales desgarradoras, a la par de Nunca me abandones (Kazuo Ishiguro), La vida de Pi (Yann Martel) y la trilogía de la tierra fragmentada (Nora Keita Jemisin).

No puedo decir más, ya dije demasiado. Imagino que “Planta” -la pieza musical de Soda Stereo- estaría en el soundtrack si algún día le hicieran una película estilo “Everything, everywhere, all at once”. Ayudaría a transmitir el deseo de que Yeong-hye tenga éxito en su escape y su liberación. Imagino las notas misteriosas del bajo, las intervenciones de violines y platillos, la voz de Cerati, mientras Yeong-hye adquiere savia en lugar de sangre, echa raíces y hojas, come luz en lugar de comer animales. ¿Realismo mágico? ¿Ciencia ficción? No lo sé . . . mejor aún sería un mundo en el cual ninguna mujer tuviera que requerir a sueños de locura imposibles y desesperados; la película bien podría ser de terror.

La riqueza simbólica y metafórica que descubrió Han Kang en esta transformación en planta tiene infinitas capas de análisis. Es una lectura que atrapa, cautiva y vuela, página tras página. O a lo mejor será necesaria una pausa para asimilar los hechos y procesarlos, como me pasó a mí, que me quedé dándole vueltas y queriendo entender todas las capas. Dice Han Kang que la literatura permite explorar las profundidades de otro ser humano, y que así se van flexibilizando nuestros límites; con cada lectura crecemos, de cada lectura salimos más abiertos.

Qué mejor razón para leer en estos tiempos; que nos permita sumergirnos en las profundidades del otro, de la otra, para comprender a fondo sus realidades y perspectivas y que así superemos nuestros límites y nos apoyemos dentro del tejido social en el que estamos inevitablemente inmersos e interconectados.