El domingo pasado recibí, con muchísima sorpresa, la lista interminable de libros que habían sido prohibido en los Estados Unidos por el Ministerio de Defensa. Ya me venía preparando mentalmente para ciertas posibilidades que afectarían a colegas escritores, sin embargo, nunca me imaginé que el alcance de las prohibiciones alcanzase las proporciones que alcanzó. Lo digo principalmente por el libro “Freckleface Strawberry” de la actriz y escritora Julianne Moore. El libro aborda la aceptación personal y la diversidad de una niña que descubre que no es tan malo tener pecas. Es un libro infantil que ya está generando debates sobre la libertad de expresión a nivel mundial.
La cultura de la cancelación es, desde que existen las redes sociales, un vehículo social utilizado para expresar la disconformidad de la población, que llama al boicot o rechazo de figuras públicas, por declaraciones o acciones que algunos grupos pudiesen considerar ofensivas. Ahora que la administración Trump ha entrado al poder, algunos escritores se han visto envueltos en este tipo de cancelación por parte de políticos, que aducen que la diversidad, equidad e igualdad son programas más bien discriminatorios para otros sectores. Para placer de unos y pesar de otros, no entraré en el terreno escabroso de tomar partida. Más bien quiero que podamos utilizar esta columna como un medio para cuestionar, entre nosotros y de forma sana, si estos tipos de cancelaciones o prohibiciones son una forma legítima de exigir responsabilidad o, si más bien, son una amenaza a la libertad de expresión.
Las plataformas digitales han amplificado, para bien o para mal, dependiendo de la óptica con la que se le mire, la indignación de la población y han llegado a convertir en nuestra época algunos errores de figuras públicas en escándalos globales. Esto debido al efecto de viralización, ahorrándonos lamentablemente, el espacio para generar contexto y matiz que bien serían de ayuda para tener conversación. En aquellos tiempos en los que este servidor era niño, eran los medios tradicionales los que marcaban la agenda. En este país tendemos a decirle, sin miedo alguno, que son el cuarto poder. Sin embargo, en estos tiempos, son las redes sociales las que dictan sentencia.
Ha habido casos en los que este tipo de cancelación ha tenido una salida positiva, como es el caso del movimiento #MeToo, que sirvió para exponer injusticias reales y exigir cambios en una industria plagada de todo tipo de extrañas situaciones. También, existen casos donde la cancelación ha sido desproporcionada y ha destruido carreras por errores pasados. A pesar de todo, la pregunta sigue siendo, ¿dónde está el límite entre la responsabilidad y la persecución? Porque pareciera que actualmente la línea está por completo desdibujada.
Traigo todo el contexto a colación, porque es importante entender la forma en la que los artistas, hoy por hoy, somos censurados por tomar una posición que se apoya en lo que creemos o sentimos, pero que quizás no se alinea con lo que otra parte de la población piensa. Sigo hablando de libros, por aquello, porque esa es mi principal preocupación.
El arte es un medio de expresión del ser humano, que nos ayuda a dimensionar y aterrizar lo que sentimos, a proyectar las ideas de nuestra cabeza y, en definitiva, a generar discusión de lo que creamos. Si no hay discusión de los temas de nuestras creaciones, no estamos creando.
Los libros que han sido prohibidos en Estados Unidos han generado discusión digital entre los que lo encuentran positivo y aquellos que se sienten indignados. La discusión debería ser entorno a lo que esta decisión hace sentir a las personas, pero los comentarios que he leído han girado en torno a los autores. Estos se han convertido en villanos para millones de cibernautas que, usan las redes sociales, para hacer ataques personales que no vienen a la conversación y que más bien desvían la atención de lo que realmente es importante, lo cual es bastante lamentable porque no hay espacio para el diálogo.
De corazón deseo que en nuestro país el arte no sea censurado nunca, en ninguna de sus formas. Que sigamos siendo un país abierto al diálogo y respetuoso de lo que otros opinan. Que las discusiones acaloradas sean por lo que una pieza de arte nos hizo sentir, y no por lo que opinamos del artista, porque para muchos es muy fácil decir que la culpa es del arte.