Con todo gusto rectifico, don Sergio.
El viernes pasado en el Reporte Delfino aludí a la visita de Edmundo González Urrutia a Costa Rica. La falta al deber de cuidado me llevó a escribir “reconocido internacionalmente como el legítimo presidente electo de Venezuela para el período 2025-2031”, frase que claramente se queda corta pues debí agregar (por ejemplo) “por países como Costa Rica, Uruguay, Argentina, Canadá, Estados Unidos, Panamá y Paraguay entre otros”.
Esta imprecisión no es trágica, pero sigue siendo inaceptable, por lo que hoy rectifico, corrijo y ofrezco mis sentidas disculpas a nuestra audiencia.
Digo que no es trágica porque evidentemente en el Reporte existe un grado de complicidad con el lector; conocemos el perfil de nuestra audiencia y sabemos que difícilmente el dato omitido no es de conocimiento común, así como también lo es el hecho de que Nicaragua, Bolivia, Honduras y Cuba (por citar ejemplos siempre en América) sí han reconocido a Nicolás Maduro Moros como el presidente legítimo de Venezuela.
También son ampliamente conocidas las posiciones “intermedias”. Chile, por ejemplo, calificó las elecciones como “un fraude” y retiró a su misión diplomática de Caracas. Brasil, México y Colombia no han reconocido formalmente la victoria de Maduro, pero mantienen sus vínculos diplomáticos con Venezuela.
Toda esta información es tan pública y notoria que nadie con dos dedos de frente pretendería “engañar” a la audiencia omitiéndola intencionalmente, por lo que es claro que mi error fue involuntario. De todos modos mi posición con respecto a Maduro dista de ser un misterio, la he dejado clarísima n cantidad de veces y no requiero de artimañas para hacerlo, la comparto con toda transparencia.
Un error involuntario: una oportunidad de aclarar algunos términos
Reconocido y enmendado el fallo aprovechemos el editorial de hoy para abordar un mensaje que recibí del exdiputado Sergio Ardón Ramírez, producto de mi equivocación. Me parece una sana oportunidad para aclarar algunos conceptos y algunas dudas.
Rescato una frase de su primero correo: “para volver a los canales de la objetividad, tendrías que cambiar esa desventurada afirmación”.
Ante un error como el que cometí, sí procede enmendar y lo hago sin reparo alguno, en esta y en cualquier otra ocasión en la que me equivoque. Escribo más de 200 reporte por año, no estoy por encima de redactar una frase imprecisa en alguno de ellos, por más que tengo la paz mental de acumular más de 7 años en estas sin un episodio más “grave” que este al que hoy aludo.
Sin embargo, la razón por la que corrijo es porque es lo correcto, punto, no para “volver a los canales de la objetividad”. El Reporte Delfino no fue, es ni será, nunca, objetivo. Desde su primera edición estableció con toda claridad que se trata de un ejercicio de periodismo interpretativo en el cual, a partir de hechos noticiosos (género de información) yo ofrezco mi lectura e interpretación de lo ocurrido (género de opinión). Por ende, el reporte es subjetivo desde su propia esencia, pues lo que comparte con la audiencia está inherentemente teñido por mi punto de vista, que, lejos de camuflarse o esconderse, es absolutamente transparente.
Como don Sergio terminó su primer mensaje escribiendo “tu alineamiento personal no debe estar por encima de tu responsabilidad como periodista”, me tomé el trabajo de ofrecerle una respuesta honesta, educada y serena, aceptando mi error pero aclarando que no encontraba de recibo sus prejuicios y el tono condescendiente de su mensaje. Cajita blanca; me contestó con un segundo mensaje todavía más condescendiente y desafiante. No pasa nada, a diario recibo correspondencia similar. Sin embargo, de esta respuesta también puedo rescatar una frase útil con fines didácticos: “Ud. nos ha querido convencer que Ud. es independiente y objetivo. Demuéstrelo”.
No voy a referirme a las formas detrás de esa línea, me centraré en el fondo.
Independencia editorial
Cuando he dicho que Delfino.CR es independiente no he faltado a la verdad y eso es fácil de comprobar porque soy el director, el editor en jefe y el único responsable legal del medio. Sin ir muy lejos: el nombre es mi apellido. No respondo a una junta directiva o a un consejo editorial. Si me equivoco (o nos equivocamos) la responsabilidad es 100% mía. Nadie que no sea parte de nuestra redacción tiene injerencia alguna sobre nuestra línea editorial. Más claro todavía: Nadie me puede despedir. Si estuviera en Sinart, me podría despedir a placer el Consejo de Gobierno. Si estuviera en Semanario, me podría cortar las piernas el Consejo Universitario de la UCR. Si estuviera en Teletica, me podría jalar el aire la familia Picado. Si estuviera en La Nación, la junta directiva de Grupo Nación. Si estuviera en CR Hoy, Leonel Baruch. ¿Sigo o ya se comprende?
Aunado a todo lo dicho tengo otra bendición que fortalece (aunque sea accidentalmente) mi independencia: no tengo familia en Costa Rica salvo mi mamá, la famosa “Doña Tere” una inmigrante uruguaya pensionada. Es decir, no tengo “vínculos comprometedores” con nadie. Un tío en la Caja, un primo exdiputado, un sobrino en el MEP, una suegra en el Poder Judicial... nada. Doble puntaje: no tengo aspiración política alguna y a diferencia de doña Pilar a mí si me van a enterrar sin cambiar de criterio en ese tema.
Mi perfil no tiene mayor misterio y ya lo he contado antes: crecí en Turrialba y me gradué del mismo cole público en el que estudió Jorge Debravo. Después de limpiar su tumba y entender que carecía de su talento como poeta decidí de todos modos atender su llamado desde el periodismo: “El mundo camina hacia una era de amor y de fraternidad. La miseria desaparecerá de la faz de la tierra. La igualdad de derechos y de oportunidades se impondrá a pesar de los que luchan por esclavizarlo. ¡Venid a la lucha, hermanos! ¡Que lo que ha de ser será más pronto si nuestros brazos empujan los molinos de la historia!”.
Eso es todo: esa es mi lucha, esa es mi motivación: “La canción del poeta debe alumbrar el camino de los pueblos”. Cambie poeta por periodista y listo, ya tiene usted claro mi norte don Sergio. Le recuerdo, también, el final del manifiesto de Jorge: “Mi poesía no se sujeta a ninguna norma ideológica preconcebida. Nace simplemente, dice lo que se ha de decir y nunca calcula los intereses que resultarán favorecidos o golpeados”.
Así las cosas si yo pienso que Maduro es un dictador y un tirano lo voy a decir todas las veces, con todas las letras, con absoluta transparencia y desde la plena libertad que nuestra robusta democracia (por la que trabajamos todos los días) me ofrece. Lo digo porque soy libre de decirlo, no porque nadie me lo pida o me lo sugiera.
“Objetividad”
En cuanto a querer convencer a alguien de que soy “objetivo” quisiera poner fin a ese mito de una vez: nunca he hecho tal cosa ni me interesa hacerlo. Por el contrario, me he dado gusto citando en reiteradas ocasiones a un narrador de fútbol, Fernando Palomo, quien en la biografía de su Twitter escribió: “Coincidir con tu subjetividad no me hace objetivo”. Así las cosas ahí donde don Sergio me ve como “pro-gringo” (porque critico a Maduro) otros me ven como “pro-China” (porque critico el decreto 5G) y en ambos casos me parece igual de anecdótico porque tengo siempre presente aquella frase a menudo atribuida a Anaïs Nin: “No vemos el mundo como es, sino que vemos el mundo como somos”.
Mi compromiso (nuestro compromiso) es siempre el mismo: la búsqueda de la verdad en función del bienestar colectivo. Más allá de eso tenemos claro que el trabajo periodístico siempre será objeto de interpretaciones, críticas y hasta ataques, sin importar cuán riguroso sea. Y está bien: es parte de. Las críticas (desde el elemental respeto...) son más bien sanas y deseables y somos los primeros en promoverlas. Nos complace (por ejemplo) publicar artículos de opinión cuestionando nuestro trabajo y siempre recomendamos la lectura de otros medios para complementarlo y contrarrestarlo. Ese es siempre el escenario ideal. Nadie tiene “la verdad”, nosotros incluidos, solo estamos participando de su búsqueda y agradecemos a quienes nos acompañan en esa cruzada (y muy particularmente a quienes nos dan la mano con una suscripción). En el camino, por supuesto, podemos equivocarnos, pero nunca nos temblará el pulso para reconocerlo.