Todos escuchamos este año sobre la publicación de En agosto nos vemos la última obra del premio Nobel Gabriel García Márquez, la última pues según sus hijos no queda nada más. Fue una de las grandes revelaciones de este año. Lo que caracteriza a una revelación es la novedad. No la calidad. 

Creo que todos teníamos la idea de que En agosto nos vemos sería una obra de calidad inferior en el universo de García Márquez, pero incluso con esa expectativa me ha parecido muy inferior, no solo respecto de las grandes novelas de Gabo, sino en general: es una obra de enorme deficiencia, pues su historia es débil, las figuras literarias poco innovadoras, hasta trilladas, los personajes construidos débilmente, su psicología poco trabajada, como de borrador, y un desenlace que no sorprende. 

Y estoy seguro, que se lee (que debemos leer) esta obra con nostalgia, con cariño por Gabo, aunque acá su estilo casi ni se refleje (y parezcan más bien otras manos, quizá por el proceso arduo de edición que tuvo esta obra). No se trata de nostalgia por el realismo mágico (la novela no pertenece a esa corriente), no creo que alguien esperara otra novela de realismo mágico. Se trata de que en este caso hay un universo literario imaginativamente pobre, y lejos de las figuras literarias bellas de sus obras anteriores. 

Si la vemos como un documento humano, la lucha de un hombre contra la senilidad que lo aquejó, si la vemos como el último esfuerzo de un gran escritor ya casi desprovisto de la memoria que le permitió crear tantas maravillas, entonces la obra adquiere cierta magia, o depositamos en ella cierta magia, y podemos decir cosas como “aunque no sea una buena novela, la leeré con cariño en honor a tantas alegrías que me dio Gabo”.

Quien lea la novela tendrá la historia de una mujer casada que, año con año, visita la isla en que está la tumba de su madre, ahí, año con año, sostiene encuentros extramaritales. Eso es todo lo que encontrará, al menos en cuanto a narrativa. Ni imágenes bellamente construidas, ni personajes entrañables, todos raquíticamente construidos (les falta carne, profundidad y solidez). 

Me llamó la atención que posee múltiples referencias a música clásica, no esperaba eso y es disfrutable, enriquece la lectura al buscar las obras que “recomienda” la protagonista. Eso, y que es de fácil lectura, como para leerla de un tirón, fue lo único que me gustó.

Gabo no quiso publicar esta obra, quizá eso se debió respetar. Se escribe mucho, pero no todo pasa el filtro del escritor, y si este estimó que no iba, no debió ir. Sus hijos justifican la publicación afirmando que la enfermedad de su padre quizá le impidió juzgar adecuadamente la calidad de la obra, ver sus virtudes. Quizá más bien se debió ver como el esfuerzo de un hombre deteriorado por dar una sentencia sobre un producto a descartar. Los lectores agradecemos un libro más de Gabriel García Márquez, pero agradecer y estar contento con el resultado es muy distinto, en mi caso, claramente no lo estoy. 

La mayoría de las reseñas sobre ella dicen lo que considero exageraciones sobre su calidad, creo es el peso y el cariño por Gabo (o el temor de hablar mal de uno de los grandes de la literatura). Yo, para cultivar el cariño por Gabo y recordarlo, prefiero seguir releyendo El otoño del patriarca. O bien, ahora que salió la adaptación de Cien años de soledad, releer su obra magna.