Los costarricenses que peinamos algunas canas recordamos que antiguamente ocurrían dos concursos de belleza de alcance nacional: el tradicional, financiado por el canal que está siempre con nosotros; y otro reinado vinculado a las fiestas de fin de año de la capital: la famosa “Ticalinda”.
A la luz de la nostalgia, estas épocas parecían ser mejores. Las familias nos reuníamos en torno a un televisor de perilla que sintonizaba solo seis o siete canales y observábamos la reducida oferta con alegría.
Recuerdo con particular cariño uno de esos dorados años noventa, cuando una muchacha cercana a la familia participó en la susodicha Ticalinda y ganó una de las categorías titulada “simpatía”. Ella nos contó luego en la discreción del hogar que no recibió premio material alguno por dicha distinción, ni siquiera un ramo de flores. Los concursos de belleza son una monarquía vertical absolutista: sólo una gana la corona, las demás no son nadie. También nos relató otras realidades vox pópuli, como los abusos sexuales perpetrados por miembros del selecto jurado, o el odio colosal y absoluta falta de sororidad entre las concursantes.
La Reina obtenía el honor de ser exhibida sobre la carrocería de un vehículo por el perímetro del redondel antes de cada corrida en Zapote, en un simbolismo macabro de los animales y los costarricenses que minutos después también serían exhibidos como carne reemplazable. Pero todo esto es bueno bajo el argumento de: “es tradición y le gusta a la gente”. Igual que las peleas de gallos y la matanza de cristianos en el Coliseo, por ejemplo.
La Ticalinda es un escaparate donde se exhibe el cuerpo de aquella dama que cumpla de mejor forma con los estereotipos hegemónicos, siempre impuestos por los varones que patrocinan estos espectáculos. Las mujeres que se someten a este tipo de concursos, aceptan que existe una jerarquía entre ellas determinada por la forma de sus cuerpos, y que con esa herramienta de producción (su cuerpo, básicamente) deben competir por recursos escasos y restringidos (el vehículo 4x4). Estos bienes suntuarios (tanto la mujer como el carro) son propiedad de una minoría de gamonales políticos y dueños de televisoras, y ellos los reparten a su antojo.
Pero como persona feminista, sufro un conflicto cuando deseo la abolición de estos eventos. El verdadero feminismo aboga por la libre y completa autodeterminación de la mujer, sin obstrucciones ni imposiciones. Bajo tal corolario, si una mujer decide ir a exhibir su cuerpo, inteligencia y personalidad ante un juzgado más o menos público, entonces, que dicha mujer lo haga, y que gane el concurso si puede, sin que nadie la critique o la detenga.
La reacción opuesta es la del feminismo castrista cubano, que prohibió los concursos de belleza pues Fidel los consideraba “frivolidad capitalista”. Por eso esta vez, por primera vez en 57 años, Cuba tendrá una participante en miss Universo. Para ser Miss Universe Cuba, la muchacha ganadora tuvo que huir del hambre siendo niña y atravesar medio continente para llegar a Miami.
Hoy sueño con una Costa Rica libre de estos anacronismos, donde no se torture animales, no se ponga en peligro de muerte a gente pobre, no se exhiba el cuerpo de la mujer cual ganado, y que no se transmita en vivo y diferido una y otra vez los extractos más mórbidos de dichos espectáculos.
La falta de interés de la juventud por esta oferta televisiva omnímoda y añeja quizá alejará a los patrocinadores y lleve a la extinción o reducción de estos eventos. Este año en nuestro país, el concurso de belleza principal “cambió de manos” pues el dueño tradicional lo veía como una pérdida de dinero. Ahora tenemos un “nuevo” concurso de belleza, entenado y en spanglish, sencillo y sin gracia.
Es pronto para soñar con un país libre de corridas de toros y concursos de belleza. Para lograrlo, tengo que trabajar todos los días por una Costa Rica justa y equitativa, donde mis sobrinas puedan poseer un vehículo 4x4 si así lo desean, pero que sepan que eso se consigue con trabajo y estudio; y no ganando el premio al mejor estereotipo.
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