En un acto simbólico y sin mayor trascendencia, la Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica acordó “manifestar su total rechazo e indignación” al Comité Olímpico Internacional y al gobierno francés por un acto en la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos de París 2024. Según algunos (haciendo eco de muchos medios conservadores) el susodicho incidente fue una burla al cristianismo por la similitud de la puesta en escena con el mural “La Última Cena” de Leonardo Da Vinci. Para mí lo interesante es la racionalidad (o falta de) que hay detrás de esto. Aunque el espectáculo pueda parecer fuera de lugar, cabe también la gran posibilidad de que esa interpretación esté bastante equivocada.
Según palabras del propio director artístico, Thomas Jolly, la puesta en escena está inspirada en una cuadro llamado “El Festín de los Dioses” de Jan van Bijlert del siglo XVII. Si bien es de una época posterior a la pintura de Da Vinci una cosa es evidente: liga mejor con la posterior adición de un actor representando a un dios pagano (Baco) que la otra obra. El elemento que articula toda la discordia es la “mesa”, que en realidad fue usada como pasarela para coreografías. A mí en lo personal me parece un poco fuera de lugar (después de todo, ni Baco es el dios griego del deporte ni los “drag queens” parecen tener mayor relación con el evento) pero toda la secuela de indignación a nivel mundial parece ilustrar a las claras la falta de amplitud de ideas que tienen muchos, por no decir desconocimiento. No sé si seré ingenuo, pero en su momento no se me ocurrió comparar esa escena con la última cena ni a la DJ del centro con Jesucristo, pero en fin.
Desde hace ya varias ediciones se hizo costumbre que la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos sea una exhibición de la cultura del país anfitrión. En época reciente han dejado una profunda huella sensorial la de Beijing 2008 y en menor medida la de Londres 2012 (subjetivamente ésta última me pareció un echarle en cara al mundo cuánto han influenciado los británicos la cultura pop contemporánea). Difícilmente haya una creación artística que no esté basada en algún trabajo anterior. El famoso mural de Da Vinci no es ni mucho menos la primera representación de la última cena de Cristo. Hay una obra muy famosa del pintor Ugolino di Nerio de alrededor del año 1325. Pero sí hay algo que me llama la atención de la obra de Da Vinci es que los personajes (los apóstoles) no se estorbaran entre sí, puesto que están todos de un mismo lado y con un paisaje soleado al fondo. No es como yo me imaginaría una cena típica en la noche.
En todo caso el mensaje de los conservadores del mundo parece claro: cuidado con reunir a un grupo de gente al lado de una gran mesa porque se puede malinterpretar. Me pregunto por qué a nadie se le ocurrió comparar la escena con “Los Romanos de la Decadencia” de Thomas Couture. Pero si hay dos cosas que Francia le recordó al mundo a las claras (por si acaso alguien lo olvidó) son las siguientes: que el sexo en sus múltiples manifestaciones hace tiempo dejó de ser un tabú para ellos como bien lo atestigua su arte y que tienen un estado estrictamente laico. ¡Vaya escándalo!
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