Por Sofia Mora Rodríguez – Estudiante de la Escuela de Estudios Generales
En la era digital en la que estamos inmersos hoy, encontramos que la vida misma se ha vuelto una base de datos, en donde la sociedad no funciona con nombres, sino con un número; sin embargo, este mundo de datos abre la puerta, no solo a la facilidad de obtener y manejar información, sino a muchas inseguridades sobre cuán confidencial es la información sobre el resto de las personas.
Esta duda surge, ya que es difícil creer que, en el nuevo orden de nuestro mundo, la privacidad siga existiendo, más cuando muchas veces, con el objetivo de proteger nuestros datos, terminamos dándoselos a diferentes entidades que creemos confiables, solo por la idea común de la sociedad sobre su buena ética, sin pensar que muchas veces esa zona de privacidad es en realidad un espacio público.
Para muchas empresas, la ética es determinante en su imagen, pues es una carta de presentación. No obstante, la ética, más allá de un valor, es una forma de vida, ya que las personas deciden o no actuar, de acuerdo con su propia moral, esa moral y ética que son construidas de manera individual por cada persona durante su vida, y que está en constante desarrollo.
La ética aplicada a la BD (big data) puede considerarse del ámbito profesional, en tanto que se ocupa esencialmente de la responsabilidad de determinados grupos de expertos, pero también tendría una parte de ética empresarial en tanto que dichos expertos trabajan en corporaciones de ámbito privado o público que deben desarrollar una determinada cultura ética, que les permita tomar decisiones orientadas hacia el interés general de la sociedad o bien común (Zamagni, 2008 y Michelini, 2008, como se citó en Colmenarejo, 2018, p.116).
Con esto, el autor propone definir la ética de una manera simple y a base de conceptos tales como el respeto, la responsabilidad, la integridad, la confiabilidad, la calidad y la confianza. Todos estos principios son tomados por diferentes empresas y compañías, en una taxonomía ciber-ética, en donde siempre, con la misma promesa de confidencialidad, prometen dar un buen uso a los datos masivos, de acuerdo con sus propios principios y la simplicidad que la tecnología les brinda.
Estas promesas son solo el inicio del mundo de posibilidades que se abre ante los infinitos usos de la información, ya que, si proyectamos una vista más amplia sobre el manejo de datos, vemos que no es solo una práctica de las empresas, sino que es una práctica aplicada por entidades locales e internacionales. Por ejemplo, en el orden demográfico, las bases de datos son fundamentales para organizar estudios o clasificar poblaciones, con sus respectivas características. La información recopilada permite elaborar tamizajes sociales, económicos y políticos, entre otros.
Ahora bien, el manejo ético puede influir en la toma de decisiones determinantes para el desarrollo de regiones y poblaciones, por esto la ética no es solo importante como una oportunidad empresarial de crear confianza o credibilidad de las personas hacia las empresas o instituciones, como si su único objetivo fueran los negocios, sino que es importante por la responsabilidad social que significa. Al tener acceso a información sensible, dejamos de concentrarnos en nosotros mismos y respondemos por la vida y datos de otros millones de personas, datos que pueden ser definitivos para toda una nación e incluso para el mundo entero.
Por esto la ética es esencial, ya que se encuentra en todo lo que hacemos; es esa parte vital de nosotros que lucha constantemente contra la sed humana de dominio y control, porque al final del día, por más buenas que sean nuestras intenciones, el tener derecho sobre la información ajena, la necesidad de saberlo todo y el tener acceso a todos los datos será siempre la necesidad humana irreversible de poder, en donde nosotros y nuestra información es el producto.