En noviembre leímos en el Club de Lectura CCSS el libro de Truman Capote, A sangre fría, un superventas que narra la historia de un crimen que afectó a una pequeña comunidad en el centro de los Estados Unidos.

Ese trauma colectivo no solo se debía al hecho de que inicialmente se desconocía la identidad de los asesinos, lo que hacía que los vecinos incluso sospecharan entre sí, sino a que la familia Clutter (las víctimas) era muy apreciada en el pueblo. La inseguridad y el miedo se fundaban en que si un crimen tan atroz pudo ocurrirles a ellos, nadie estaba seguro viviendo en sus apartadas fincas, lejos de la gran ciudad.

La captura de los asesinos fue lo que despertó el interés de Capote, quien inició sus investigaciones en el pequeño pueblo de Holcomb, donde se cometió el crimen, y en Garden City, ciudad en la que fueron juzgados los criminales. Allí pudo entrevistar a testigos, investigadores y a los acusados por el crimen, antes de que fueran condenados a la horca.

A sangre fría, novela de no ficción, es un libro clásico que nos muestra el producto de una excelente investigación periodística; aun cuando se trata de una permanente herida en las víctimas supervivientes del crimen (los familiares y amigos de Herb, Bonnie, Nancy y Kenyon Clutter). Es aquí donde la ética periodística adquiere especial relevancia.

Un tema que discutimos en la reunión del club era si la narración de hechos violentos, con la precisión en los datos del lugar y los nombres de las personas implicadas, no sería una forma de revictimizar permanentemente, tanto a la comunidad de Holcomb como a los familiares de los Clutter.

Del otro lado teníamos el gran valor del texto, como síntesis de una amplia investigación desarrollada por el autor, que consistió en la visita a los lugares en los que ocurrieron los acontecimientos, la amplia revisión documental y las múltiples entrevistas a los diferentes actores. Todo ello sin mencionar la experimentación narrativa de Capote, quien relata la historia desde diferentes perspectivas (narradores) y en forma paralela; algo fundamental para mantener la atención del lector, quien desde el inicio ya conoce el final de la historia.

La literatura, y sobre todo la crónica, los textos de no ficción o testimoniales, es un espacio donde no solo es básico el alto nivel profesional del escritor (que muchas veces es periodista), para que su investigación sea exhaustiva y recoja la mayor cantidad de puntos de vista que le sea posible sobre el objeto o situación investigados. También adquiere un papel relevante la formación ética del escritor. Por eso no podemos prescindir de la formación humanística, pues todos nos enfrentamos, en nuestros trabajos y en la vida cotidiana, a discusiones que pueden afectar a muchas otras personas.

Al final no se trata de afirmar de forma contundente que debe protegerse la identidad de los implicados o que debe fabularse la narración para que se mantenga dentro del ámbito literario de la ficción, lejos de la crónica o del testimonio. O, por el contrario, ser lo más fiel a los hechos que se desprenden de los documentos y las entrevistas, para que el lector pueda acercarse lo más posible a la “verdad real de los hechos”, de la que hablan los abogados.

Lo fundamental es que cada situación se aborde desde la ética, la ponderación de las circunstancias y la búsqueda del mayor bien para la sociedad, tratando de causar el menor daño posible a las personas.

Pero al final lo más importante dentro del ámbito de nuestro club de lectura, es la posibilidad que nos abren los libros para acercarnos a diferentes lecturas como lectores hay que se enfrentan a un mismo texto. Es en ese intercambio de interpretaciones donde al final todos aprendemos algo nuevo en cada reunión y, sobre todo, nos permitimos entender posiciones muchas veces distantes a las nuestras.

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