Por Nahany Carolina Meneses Rincón – Alumna de la Escuela de Estudios Generales
Carl Von Clausewitz, en su libro “De la Guerra” (1832), expresa que la guerra es un duelo a gran escala, caracterizado por la imposición de la fuerza física con el propósito de derribar al adversario. Un elemento resaltante en esta definición es la “fuerza física” como un factor inherente a la guerra. Cabe preguntarse entonces ¿puede haber una guerra sin fuerza física?
Responder a esta interrogante implica introducir el término “Guerra Fría” que, según el diccionario Merriam Webster (s. f.), es “un conflicto sobre diferencias ideológicas llevado a cabo por métodos que no son una acción militar abierta sostenida y, por lo general, sin romper las relaciones diplomáticas”. En otras palabras, es un enfrentamiento en el cual no se toma acción directa o de “fuerza” en contra de un oponente.
El mayor ejemplo de este fenómeno fue el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, cuyos primeros signos surgieron por la división de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la rivalidad recrudeció con el establecimiento del Plan Marshall y la alianza militar OTAN para detener la influencia comunista en Europa, a lo que la Unión Soviética respondió con la creación del Pacto de Varsovia y la COMECON. La Guerra de Corea (1950-1953), la Crisis de Suez (1956), la Crisis en Cuba (1962) y la Guerra de Vietnam (1963) provocaron los momentos más críticos de esta lucha por la supremacía del poder. Pero el desenlace de esta prolongada rivalidad se produce en 1991, con la disolución oficial de la URSS y la declaración legal del fin de la Guerra Fría. Sin duda, este fue un evento histórico que dejó huellas palpables en la sociedad, la política y en las relaciones internacionales contemporáneas, lo que lleva a pensar: ¿de verdad la Guerra Fría terminó? Actualmente, ¿podríamos estar frente al renacimiento de la Guerra Fría?
Algunos autores afirman que la Guerra Fría es parte del pasado. Sin embargo, otras voces consideran que no concluyó, sino que evolucionó con la aparición de China en el escenario político mundial. Tal como lo sugiere el diario El País (2020), “después de haber sido desestimada como un fenómeno del siglo pasado, la competencia entre grandes poderes ha vuelto”. Esta idea confirma que no solo el antagonismo entre las potencias sigue vigente, sino que puede derivar en un conflicto a gran escala.
¿Qué pasaría entonces si la disputa se fortalece? ¿Podría esta corriente desembocar en una III Guerra Mundial? Especialistas en el área opinan que sí. Según Merino y Rang (2016), la agudización de las tensiones globales, con guerra de monedas, sanciones y guerra de precios de materias primas, crea la posibilidad real de una escalada de enfrentamiento abierto entre las fuerzas unipolares y las multipolares (p. 58). Cabe destacar que también la forma de “hacer guerra” evolucionó con el avance de la tecnología. En tal sentido, es posible hablar de “guerra híbrida”, la cual incluiría tácticas en el plano monetario, comercial y financiero, ecológico, psicológico, cultural, de contrabando y drogas, mediático, tecnológico, de recursos, guerra en ayuda económica y en leyes internacionales (Merino y Rang, 2016).
A partir de lo expresado anteriormente, se puede concluir que, de detonarse la III Guerra Mundial, no sería como las otras guerras en la historia, ya que los países hoy en día tienen a su disposición diversos tipos de “armas” que no son necesariamente militares. Por lo tanto, dicha guerra abarcaría todas las áreas posibles. Este hecho, aunado al desarrollo de armas nucleares, tendría resultados devastadores para el mundo en general y lo llevaría a una destrucción masiva. No se puede decir con certeza cuál será el desenlace de esta historia, pero hasta ahora el panorama de la política mundial no es favorable para garantizar una paz plena. Lo único certero es que la lucha por el poder sigue y seguirá hasta el fin de los tiempos.