Puede que sea porque nací en San Carlos que veo con tanto potencial y una mirada de entusiasmo el defender la ruralidad y los territorios fuera de la GAM. Sus recursos, su identidad, su gobernanza, su gente. Solo puedo ver en ellos oportunidades para impulsar modelos económicos cargados de mayor equidad e inclusividad para el país. Idealizo entonces la posibilidad de tener una sola Costa Rica nutrida por la diversidad de sus territorios, o por lo menos, una con menos disparidad y más fraternidad entre sus regiones.
La pregunta entonces es ¿cómo? ¿Cómo iniciar un proceso hacia una realidad distinta? La planificación de un país desde la integralidad y la equidad es un tema complejo, no hay duda, pero debe iniciar por entender y preguntarnos qué queremos como territorio rural y hacia dónde vamos. Una tarea que no debe ser tomada a la ligera, ni despreciar el peso que tiene en el desarrollo de una región y por ende del país.
Una visión, es una imagen poderosa de un futuro deseable, una guía para conectar el futuro al presente, el arranque potente en las primeras etapas de planificación. Una visión es también una oportunidad de empoderamiento de los territorios, un espacio para la imaginación colectiva, para crear e imaginar otros mundos posibles, una herramienta para responder a los desafíos y problemáticas más agravantes de nuestros tiempos y los que vendrán.
Estas imágenes no pueden ser impuestas, se deben crear, alimentar y originarse desde los mismos actores que serán responsables de su materialización y que vivirán los efectos de su impacto. Solo de esta manera, la visión será un espacio común para el dialogo, la acción y el encuentro.
Esta visión, que responde a las particularidades y la identidad del territorio, a su gente y recursos, estará cargada de fuerza y sentido de pertenencia que permitirán mantener la dirección aun cuando las situaciones cambien. Esta claridad permitirá acompañar y dar continuidad en medio de transiciones políticas, cambios de liderazgos, crisis económicas y eventos impredecibles que podrían ser espacio para reacciones y decisiones no premeditadas o sin consideración de los objetivos a largo plazo.
Es justamente por esta razón, por esta claridad y cercanía a la visión colectiva que, al contrario de guías inamovibles o camisas de fuerza, una visión territorial está cargada de adaptabilidad a los cambios y dinámicas del territorio, su fortaleza radica entonces en su flexibilidad y evolución desde una base sólida. Está claro que no pretendemos predecir con exactitud el futuro o controlarlo, pero los sistemas y variables sobre los cuales planificamos e imaginamos el territorio pueden ser adaptados y ajustados constantemente.
Además, la planificación del territorio rural con enfoque adaptativo es crucial frente a los desafíos ecológicos, económicos y sociales actuales. Desigualdad, vulnerabilidad al cambio climático, desarrollo de las actividades productivas, responsabilidad ambiental, economía de bienestar y otros temas de alto interés en los territorios fuera de la GAM, hacen necesario que cada acción individual, esté articulada a una visión colectiva, y la materialización de un futuro premeditado.
Una visión, es una herramienta y el medio para procesos sólidos desde su origen, pero sensibles con la evolución del territorio y el contexto. Cada territorio y cada actor debe ser responsable de su visión, debe ser defensor de sus intereses, y debe ser el hilo conductor a través del tiempo. Municipalidades, sector público, agencias de desarrollo, empresariado, sociedad civil, todos los actores presentes en el territorio deben encontrar en esta visión colectiva su espacio de acción.
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué queremos cambiar? ¿Qué tiene valor? ¿Qué queremos mantener? ¿Con qué nos identificamos? ¿Cuál debe ser mi papel? Desde el cuestionamiento crítico y constructivo, la visión será un compromiso social, una alianza con el futuro que queremos y un pacto con el territorio.
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