Para sobrevivir una pandemia, por ejemplo, y conllevar los ataques de nervios. Para curar moretones, reír y llorar nuestras circunstancias, para aceptar las más incómodas imperfecciones y alargarnos la vida. Las amigas, en plural, nutren nuestra existencia, mejoran la salud, reducen el estrés y nos ayudan a entrever el mundo desde otra perspectiva. Esas que cada tanto inventan excusas para continuar conversaciones. Las que de manera jerárquica están conectadas a la altura de nuestro corazón. Sin ser familia, las amigas se convierten en hermanas al ingresar al templo de nuestra vida privada. Las que tienen amigas saben de cuál amor bonito les estoy hablando.

Con los años he aprendido que las amigas no se les quiere por “utilidad” o conveniencia, las amigas no tienen ese cometido de servir para algo específicamente sino de ser. Simplemente se quieren, se admiran, se cuidan y se sostienen con honestidad, voluntad y cariño. Las amigas nos suponen un sitio importante en sus vidas, les interesa lo que nos pasa y participan activamente en esta infinita reconciliación con la vida.

Comparables a esos cables en el alumbrado público, hechos un nudo y apuntando a diferentes direcciones, casi sin sentido, pero que al final cada uno de esos cables llega a algún lugar para descargar energía y proveer luz propia.

Las verdaderas amigas no se encuentran todos los días, son un relato largo de historias, de tejidos importantes y lazos fuertes de confianza que nos hacen evolucionar en nuestro pequeño universo de sentimientos. Poseen una temperatura especial, nos suman calidez humana y saben leer nuestro estado de ánimo sin mucho esfuerzo. Ellas caminan a nuestro lado, de la mano, en este atlas de amores, desamores, aciertos y desaciertos. Con una mirada certera te dan un consejo prudente sin estropear tu corazón, y sin haberlo planeado, se convierten en consejeras amateurs. Quizás esta forma de operar solidaría e incondicional la aprendimos de las mujeres que han venido caminando desde muy lejos, con anhelos y rituales, avanzando libres de rivalidades absurdas.

Me cautivan las amigas vitamina porque figuran que están en constante crecimiento y evoluciono junto con ellas. Nos aceptamos y queremos bien. Ciertamente he perdido algunas en la travesía y que en su momento fueron importantes. Otras, de pronto, me enseñaron qué por ahí no era el camino ya que, como decía mi abuelita, el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. Nací para tener amigas, las celebro, las busco, las necesito y viceversa. Es un verdadero placer tener amigas y sentirse acompañada en esta escuela de convivencia llamada mundo. Una y otra vez, gracias a todas esas amigas por existir y quererme igual.

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