"A mis hijos los educo yo" rezaba la consigna con la que los partidos de tendencia religiosa trataban de ganar votos en las últimas elecciones. La idea fundamental se sustentaba en alejar a menores de los programas de estudio de afectividad y sexualidad, la mal llamada "ideología de género" y luchas sociales relacionadas con el reconocimiento de derechos de personas LGBT.

La propuesta de la diputada Ivonne Acuña (expediente legislativo 22.396), presentada casi un año antes de la fecha en que se acudirá nuevamente a las urnas, no puede desligarse del interés político y oportunista por conquistar votantes para partidos que se abanderan con pensamientos conservadores y religiosos.

El llamado "Homeschooling", que hasta trata de devastar nuestra lengua española, o "educación en el hogar" puede ser aplicado en países como Finlandia, Francia o Rusia con menores cuyos progenitores o encargados tienen una formación educativa y cultural amplia o recursos económicos suficientes para contratar educadores profesionales que den clases en la casa. Dudo que esa modalidad tenga algún sentido en Costa Rica pues durante la pandemia se demostró que la niñez no solo sufre de falta de conectividad a internet y acceso a material impreso, también es víctima de violencia familiar y ausencia de condiciones necesarias para aprender en sitios cómodos, silenciosos, ventilados y agradables.

Es válido, entonces, señalar tres aspectos.

Descrédito de la carrera docente

Una persona profesional de la pedagogía y la educación invierte entre cinco y doce años de su vida, como mínimo, para graduarse con los títulos de bachillerato, licenciatura, maestría o doctorado en una universidad pública o privada. Todo ello es el resultado del proceso histórico que viene desde la reforma liberal de Mauro Fernández a finales del siglo XIX, la creación de la Escuela Normal de Costa Rica en 1914-1915 o la profesionalización docente lograda por medio de la fundación de la Escuela de Pedagogía en 1940 y la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, en 1957.

No se trata de dar clases como quien aplica un recetario o se guía por medio de un tutorial de internet. La formación de un profesional en ciencias de la educación implica una compleja urdimbre de diferentes disciplinas como filosofía, psicología, sociología, antropología, lingüística, neurociencias, estadística, investigación, historia, artes, entre otras, aunadas a campos específicos del conocimiento como el aprendizaje de la lengua materna, lenguas extranjeras, matemáticas, ciencias naturales, estudios sociales, música, artes visuales, literatura, deportes, entre muchos otros.

Debe señalarse que algunas carreras de educación, de universidades públicas y privadas, están acreditadas ante el Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior (Sinaes) y por lo tanto garantizan la graduación de profesionales con altos niveles competitivos a nivel internacional.

Resulta que un padre o una madre podría olvidar esa compleja formación y alegar "a mis hijos los educo yo" con métodos rudimentarios y carentes de sentido científico. Eso sería como tomarse la potestad de diagnosticar y recetar medicamentos sin ser profesional en medicina, sacar muelas sin títulos en odontología o construir edificios sin diploma alguno en arquitectura o ingeniería.

El conocimiento utilitario

Imposible no pensar en estos momentos en Mauro Fernández, Omar Dengo, Joaquín García Monge, Roberto Brenes Mesén o Emma Gamboa. Ellos reforzaron, en diferentes momentos históricos, la idea de que el Estado debería procurar conocimientos que enaltecieran la dignidad humana y para eso se ha creado y fortalecido un Ministerio de Educación Pública. El propósito no es solo aprender a leer y escribir, resolver algoritmos, identificar las partes de la célula o recitar, de memoria, los nombres de los ríos de Costa Rica. El propósito es formar personas comprometidas con valores de solidaridad, equidad, comprensión, que sepan que una fórmula científica tiene tanto valor como un poema, una partitura o los conocimientos deportivos.

Si en el hogar escogen los planes de estudio y diseñan la visión curricular que más convenga a sus creencias, estaríamos ante el grave peligro de formar seres humanos incompletos.  El fin último sería certificar la "adquisición" de lo supuestamente aprendido en exámenes trimestrales, se perdería el sentido integral de la educación de ampliar la visión de mundo y lograr que la sociedad costarricense sea la de personas que aspiren a vivir en paz y armonía.

Lo que interesará, al final del proceso, es "pasar el examen" y podrían quedar en el olvido los aspectos más trascendentes, como la interiorización de valores y el desarrollo de la capacidad de vivir en comunidad.

En la escuela se aprende para la vida

La socialización, en los centros educativos, es importante. En la institución de educación preescolar, primaria o secundaria aprendemos a jugar, resolver conflictos, enfrentar diferencias, forjamos amistades que nos acompañan durante toda la vida o sabemos que existen personas que piensan diferente a nosotros.

Es la escuela un sitio donde nos preparamos para los retos sociales y laborales que enfrentaremos en la vida adulta y es un lugar en el que planeamos mucho de lo que seremos en el porvenir.

Pobres niñas, niños y adolescentes que aprendan inmersos en la soledad, frente a un computador, bajo la tutela de una persona que puede carecer de la preparación pedagógica mínima y sin conocer a gente de su edad para tratar asuntos comunes. ¡Pobres!

La propuesta de la diputada Acuña debe ser estudiada cuidadosamente por el Ministerio de Educación Pública, las universidades, los colegios profesionales y la Asamblea Legislativa pues anuncia el peligro de propiciar un golpe mayor a nuestro debilitado sistema educativo.

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