Si hoy día algún émulo de William Walker osara invadir nuestro país, lo tendría facilísimo. Ya fuera por el norte u otro punto cardinal, él y su gavilla serían recibidos con profusión de rótulos en inglés, aunque muchos de ellos con monstruosos errores ortográficos. Por acá y acullá, la infaltable negociación del suelo patrio mediante los On sell y For rent y su supuesta lluvia de billetes verdes que traen la felicidad y el desarrollo; a continuación se anuncian los resorts (¿?) de confuso pero pretencioso significado, así como los refugios etílicos con lamentables nombres como Pedros(¿?) bar o Howard cantina o el presuntuoso y de moda, Vips; y ni qué decir de las pensioncillas baratas con nombres evocadores de la geografía gringa a despecho de la rica toponimia local. Seguidamente, como parte del juego en las grandes ligas, la larga sucesión de locales de las grandes cadenas especializadas en la venta e intoxicación con comida chatarra, ubicadas muchas veces en esos enormes centros comerciales, engendros de pésimo gusto arquitectónico y mal llamados malls, que en galana lengua no son otra cosa que hipermercados.

Todo en inglés. Y si entraran en alguno de tales negocios, se llamarían a engaño porque, aunque toda la publicidad está —o pretende estar— en la lengua de Shakespeare, pocos son los vendedores locales que podrían hilvanar alguna plática inteligente y productiva en ese inglés macarrónico de muchos de los nativos. Las tiendas, sin embargo, suelen tener nombres tomados del inglés, a menudo impronunciables, con rótulos implorantes que anuncian sus sales, lo que en tiempos de los abuelos bienhablados no eran otra cosa que baratillos.

La larga carretera está llena de talleres automotrices, travestismo del galano lenguaje, que esquiva así lo obvio: género masculino del sustantivo con su correspondiente adjetivo masculino, automotor. Incluso antes de llegar a la capital, en las cercanías del Hospital México, los sobrinos del tío Sam verían un gran negocio de venta de autos que se promociona como si fuera un distrito… automotriz. (Publicistas gloticidas, ¿para qué se les paga?)

El mentado Juan. Pero el acabose se da pasando antes frente al aeropuerto internacional, que honra el nombre del héroe nacional: Juan Santamaría. Por un lado, el aeropuerto de vuelos locales se anuncia con un gran rótulo como terminal doméstica. Habíamos oído hablar siempre de la economía doméstica, de los oficios domésticos y hasta de la malhadada violencia doméstica. Pues no: ahora, por calco servil del inglés (domestic), en vez de hablar de una terminal local, o de vuelos locales, se prefiere el repelente anglicismo. ¿Es que dentro de ese edificio vuelan los aviones como en una casa?

La cosa no acaba aquí. Hace algunos meses, por la onda media, los controladores del aeropuerto internacional se comunicaban con aviones en vuelo, refiriéndose a aquel como “El Coco”. Pues parece que, borregamente, hay que hacerlo facilito para los hablantes de otras lenguas y ahí va el sopapo para el gran héroe nacional. Y, de paso, para la misma Alajuela, su cuna natal, que es ignorada en tanto el aeropuerto se identifica con las siglas SJO. ¿Qué falta? ¿Pasarnos al inglés con todo y valijas? ¿Por qué no? ¡Airport John Saint Mary! Y esto sin pasar, ni por Alajuela ni por otras ciudades o pueblos en días patrios, donde escolares y colegiales marchan en ceremonias oficiales al son de modas y músicas de inspiración servilmente filibustera… Quo vadis, Costa Rica?

¡Venciste, William Walker!

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