Hace un par de semanas me comentó una amiga que su hijo había comprado una moto. Me cuenta que por más de un millón de veces le explicó a su hijo los inconvenientes y la responsabilidad que contraía el adquirir una moto. Le explicó que para usarla tenía que ser responsable con él mismo y con todas las personas en la vía; usar casco, ponerse chaleco y respetar las velocidades de tránsito y cumplir las señales establecidas.
Siete meses después, el hijo de mi amiga tuvo un accidente de tránsito. La llaman, llega al lugar y su hijo todavía estaba con vida. Ella llega y de manera natural empieza a recordarle a su hijo el millón de veces que le dijo todas las medidas necesarias que debía tomar para conducir esa motocicleta.
Su hijo no estaba muerto, le estaba prestando atención, pero estaba más quebrado que una galleta soda en la bolsa trasera de un alcohólico. Durante unos minutos mi amiga pasó llamándole la atención a su hijo y tratando de explicar quién había sido culpable de ese accident...