Entender que el mercado no es perfecto es la razón fundamental para la intervención gubernamental. Sin embargo, muchas veces el Estado en vez de ayudar a mejorar los resultados del mercado, los empeoran. Ese es el argumento más frecuente para criticar al Estado y dejar que el mercado haga su labor. La pregunta es si el remedio es peor que la enfermedad. Así como el Estado no es siempre eficaz para resolver las fallas de mercado, el dejar sin controles a este último encierra peligros significativos. Uno de ellos es el “capitalismo de los amigos”.

La idea central del capitalismo de los amigos es que las empresas, en vez de invertir en mejorar su productividad, capacitar a tus trabajadores, innovar, etc., se vinculan con el Estado y otras empresas para buscar rentas (rent seeking) conformando una red que desarrolla acciones orientadas a beneficiarse a cambio de resultados mediocres o nulos. Es decir, la inversión más rentable de las empresas que participan en este modelo es seducir funcionarios, pagar viajes a parlamentarios, ministros, etc., “donar” bienes y servicios a cambio de favores políticos, etc. Otra forma frecuente de ello es intervenir en organizaciones rentables o que funcionan bien hasta hacerlas inútiles, de forma de apelar a la ineficiencia para venderlas, no al mejor postor, sino al amigo postor. Asimismo, las empresas se coluden entre ellas para beneficiarse en contra de los intereses de los consumidores, en complicidad con el Estado, o bien ante su indiferencia (o inacción).

Este modelo encubre sus acciones en “el funcionamiento del mercado” en donde toda intervención pública genera mas costos que beneficios.  Como existe vasta evidencia respecto de los desfavorables resultados de la intervención pública (desde los extremos de la constitución de empresas públicas, hasta la más sencilla regulación estatal ante fallas de mercado), el capitalismo de amigos funciona basados en una distorsionada versión del mercado, unida a la debilidad institucional.

Ejemplos de ello son la colusión de las farmacias en Chile (grandes cadenas de farmacias se pusieron de acuerdo para subir los precios de los medicamentos, fundamentalmente los necesarios para tratar enfermedades crónicas). Ello sucedió también con el papel higiénico y otros productos. Cuando por fin las autoridades quisieron poner un alto estas actuaciones, los juicios fueron muy largos por las permanentes apelaciones de las empresas, y finalmente las multas fueron minúsculas en comparación con las enormes ganancias de la colusión.  Asimismo, el caso Odebrecht es probablemente el más famoso respecto de la corrupción en América Latina; esta empresa brasileña pagaba recompensas (coimas) a presidentes, ministros y otros funcionarios con el propósito de ganar contrataciones públicas. En este caso estuvieron involucrados los gobiernos de Argentina, Brasil, Ecuador, Panamá, Perú, y otros. Cuando las empresas actúan de manera dolosa o ilegal, y el Poder Judicial actúa de manera imparcial y obliga a estas empresas a una reparación económica, si ellas pagan, la proporción del mismo es irrisorio respecto de las ganancias; en otros casos las penas son inverosímiles, como el caso Penta asociado a delitos tributarios en el que los acusados fueron “condenados” a recibir clases de ética y cuatro años de presidio “en libertad”.

Como es visible, este modelo de capitalismo se oculta detrás de las herramientas de mercado como los acuerdos entre empresas, las alianzas público-privadas, las contrataciones públicas, etc., exacerbando las debilidades de la economía. Las consecuencias de este modelo son el debilitamiento / desaparición de la meritocracia y su reemplazo por este mecanismo que fortalece la mediocridad, y lleva a las sociedades a una imitación de la democracia, donde existen elecciones periódicas, medios de comunicación, oposición política, etc., pero funcionando bajo el esquema de búsqueda de rentas que debilita los contrapesos del sistema democrático.

De esta forma, el capitalismo “de verdad” desaparece porque no hay forma de competir de manera justa y transparente con empresas que ya tienen ganada la partida desde antes que esta empiece, o cuyas relaciones con el gobierno hacen imposible una administración transparente y equitativa.

El capitalismo de amigos es un enorme riesgo para las democracias de América Latina. La única forma de detenerlas es con transparencia en la gestión pública, reglas claras, una prensa independiente, y mecanismos ciudadanos de monitoreo y evaluación de la gestión pública y privada.

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