Hemos oído en repetidas ocasiones, ya sea en medios de comunicación o alguno de los miembros de nuestra muy pintoresca fauna política, hablar de democracia y cómo tenemos que cuidarla. Para ser honesto yo comprendo y, hasta cierto grado, comparto este punto de vista. Sin embargo, que la soberanía resida en el pueblo nos ha llevado a estar en una situación precaria a nivel nacional. Costa Rica es un país hermoso, cuya belleza no tiene que envidiarle nada a ningún destino turístico de renombre, pero con una inseguridad que crece cada vez más y nos pone en la lista de destinos peligrosos. Un país caro y que no tiene un rumbo establecido. Al menos no para la mayoría de la población. Pero, ¿cómo llegamos a esto? Es ahí exactamente donde no comparto en su totalidad el manejo de la democracia, y para muestra un botón.

Tradicionalmente y por muchos años, hemos girado todos al son de un baile orquestado por dos grandes agrupaciones políticas. Las mismas agrupaciones han hecho obras para el país, han manejado la economía de la mejor forma que han podido (con sus ya conocidas excepciones) y se han esforzado por dar lo mejor que puedan por nuestra patria. Básicamente, han gobernado siguiendo la senda que le plantean a los electores cada cuatro años.

Es de conocimiento popular que, aprovechando esas situaciones de poder, han usado su posición para enriquecerse, mejorar la condición de sus allegados y encontrar la forma de perpetuarse en puestos claves utilizando cualquier medio posible para torcer las leyes a su favor. Años de situaciones similares, y omitiendo dos malas gestiones de un partido que se presentó como la pomada canaria, llegamos a un 2022 que nos recibió sin ningún ofrecimiento claro de líderes a seguir, y una ciudadanía apática a ejercer su voto. Fue en ese momento, donde aparece una figura que durante años no existió para el país. Ni siquiera residió en él. Esta figura se asoció con otros personajes que otrora tuvieron mucho apogeo por sus duras críticas al sistema político nacional y sus malabares legales, lo cual, a ojos del pueblo, era una carta de presentación infalible para demostrar que conocía la fórmula para el bienestar nacional.

Podemos agregar a esta amalgama una minuciosa campaña electoral que supo capitalizar el enojo ciudadano para conseguir el máximo apoyo… de una parte de la población. Me refiero a una parte porque el abstencionismo ha ido creciendo a pasos de gigante a raíz del descontento nacional, producto de todos los sinsabores de los gobiernos de antaño. El resultado de este experimento político es lo que estamos viviendo ahora y nuestra realidad actual.

Ahora sí. El pueblo habló (no todos), pero decidió probar la nueva fórmula que prometía dejar atrás la política tradicional y manejar el país con un estilo gerencial. Usó su poder en las urnas para dejar atrás todas esas mañas y malas costumbres, para poner en la silla de Zapote a una persona que se desligaba de los “ticos con corona” y se retrataba como uno más del pueblo.

Han pasado ya dos años desde esa elección y el panorama no es muy diferente a lo que teníamos: la corona de algunos ticos fue trasladada a nuevas monarquías, los problemas de malos hábitos y contrataciones dudosas continuaron, la inseguridad sigue en alza ornamentada con guirnaldas de promesas y el costo de la vida no está ni cerca de mejorar.

De lo que sí podemos darle crédito al capitán del barco es que, sin lugar a dudas, ha logrado dividir al país como nunca nadie lo había hecho. Su retórica de culpar siempre a otros, mofarse de las personas que difieren ideológicamente, tratar de enemigo a cualquier medio de comunicación que no alabe su gestión han sido el pan de cada día. Su estilo gerencial se puede catalogar como militar, ya que conlleva comportamientos altamente rigurosos, estrictos y ortodoxos, infundiendo temor a través del poder y autoridad, de forma tal que sus criterios no pueden ser contradichos, porque se pierde el trabajo. El temor que infunde genera que, en el corto plazo, la gente se ponga alerta y se dedique exclusivamente al trabajo, siendo su motivación el temor y miedo (sic).

El hecho de que este estilo sea de un mandatario competente o uno incompetente, determina el éxito o el fracaso de las políticas que ha querido implementar. Como ya se ha dicho antes “dato mata relato”, y un indicador de un mandato mediocre en un estilo gerencial militar, es que gran parte del equipo se retira, otra se alinea y la otra asume una posición de boicot subterráneo, lo cual en el largo plazo conlleva resultados negativos para la organización (sic).

La decisión del pueblo es algo importante para la dirección de un país y en esto no hay duda. Lo que tenemos que analizar y contemplar para las próximas elecciones, es lograr que el electorado sea consciente de la importancia de su voto y su decisión.

Dejar el hígado de lado y evaluar a los futuros gobernantes por su carrera política nacional, su comprensión de nuestro ya complicado sistema legislativo y judicial, su conciencia sobre la situación socio-económica costarricense, su capacidad de negociar con gente que piense diferente, su sabiduría para reconocer cuando debe corregir el curso de sus acciones y la aceptación de la responsabilidad de su cargo.

Para concursos de popularidad están los Reality Shows, y un pueblo enojado y no informado va a creerle al que le susurre más bonito en la oreja.

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