Fabricio Alvarado Muñoz, candidato presidencial de Nueva República, presentó a la corriente legislativa el proyecto de ley (expediente 25.274) que propone reformar la Ley Fundamental de Educación (Ley 2160) para promover el estudio de la Biblia en el sistema educativo.

La Biblia, libro fundamental del cristianismo, es un texto sagrado que merece ser leído con respeto y con la debida interpretación. Precisamente por su profundidad  -y por el riesgo de lecturas antojadizas- requiere una mediación experta. En ella se establecen dogmas que rigen la vida de los cristianos desde hace más de dos mil años. Dividida en dos partes, el Antiguo y el Nuevo Testamento, la Biblia se lee desde la fe, como documento histórico o literatura antigua. Además, no necesitamos recurrir a la Biblia para fomentar los “valores morales, religiosos y culturales” a los que alude la propuesta de ley. Explico.

Si realmente queremos hablar de valores morales, religiosos y culturales, la educación costarricense debería apostar por enseñar antropología. Sí, antropología.

De la antropología aprenderíamos el valor de la diversidad cultural y la apreciación por la diversidad biológica del mundo que habitamos. Nos hace personas morales porque nos enseña a pensar críticamente, a cuestionar nuestras propias creencias y prejuicios. Desde la ciencia, la antropología nos muestra que la ética no nace del dogma, sino del entendimiento profundo de la diversidad humana. ¿Razas? La antropología nos explica por qué biológicamente no existen: el color de la piel se entiende en términos de adaptación al clima y la geografía. Y aunque objetiva, la antropología no es neutral: nos da las herramientas para comprender que la jerarquía del color de piel constituye racismo, una de las formas más perversas de volvernos la espalda entre humanos.

¿Adán y Eva? La antropología los aborda como parte de la tradición religiosa cristiana a la que pertenecen y nos explica, con lujo de detalles, de dónde realmente venimos. Y no por eso debemos dejar de creer en Adán y Eva; por eso insisto en la necesidad de una interpretación experta, para que el simbolismo encarnado en estas figuras cobre sentido en un contexto religioso.

Pero, ¿de dónde venimos?

Desde 1837, cuando Darwin —en contra de todo y después de pensarlo mucho— nos reveló la historia de nosotros mismos como una trama de evolución y adaptación al medio, comprendemos que la diversidad humana es fruto de una larga conversación entre la historia, la biología y la cultura. Y también entendemos que, en apenas medio siglo, hemos roto ese diálogo con la naturaleza, acelerando el calentamiento global y destruyendo el ecosistema del que dependemos. La antropología, además de ser ciencia, nos enseña a ser seres morales porque nos hace conscientes de nuestro papel y de nuestra responsabilidad en el antropoceno.

A Fabricio Alvarado le preocupa la pérdida de valores familiares. Deduzco que le preocupa preservar la familia patriarcal nuclear: papá-hombre, mamá-mujer, hijos e hijas Pero ese es un ideal reciente. En Costa Rica, entre los Bribri, se practican formas de matriarcado con matrifocalidad y matrilinealidad; también existen prácticas de poligamia entre los Ngäbe Buglé. Estos conceptos antropológicos nos permiten comprender las distintas formas de familia existentes en el país desde antes de la llegada del cristianismo, todas ellas protegidas por la Constitución al reconocerse como prácticas culturales de parentesco. Asimismo, la antropología nos enseña las muchas otras formas de hacer familia que existen en el planeta. Y todas están bien.  Son expresiones legítimas de cómo las personas, en distintos lugares y tiempos, han encontrado maneras diversas de cuidarse, convivir y perpetuar la vida.

A Fabricio Alvarado también le preocupan las Sodomas y Gomorras contemporáneas. Ninguna supuesta “depravación sexual” se combate con la Biblia, sino con educación sexual: con conocimiento sobre consentimiento, derechos sexuales y derechos reproductivos. Y si de homosexualidad se trata, volvamos a la antropología. Ella explica cómo, según la cultura, pueden existir dos, tres, cuatro o más géneros, y todos son válidos. Prácticas que, lejos de ser perversas, son celebradas y protegidas. No hablo solo de expresiones contemporáneas: muchas provienen de tradiciones históricas milenarias. El hinduismo reconoce a las hijra como un género no binario, y solo criminalizadas con la llegada del colonialismo británico. En Indonesia, el pueblo bugi reconoce cinco géneros; entre los zapotecos de México, los muxes constituyen un tercer género; y lo mismo ocurre en otras culturas de Norteamérica y África.

Usar la Biblia como texto educativo amenaza el pensamiento crítico, reduce la enseñanza al pensamiento único cristiano y la expone a la instrumentalización política o a una exégesis equivocada, y es antidemocrático, porque amenaza nuestra convivencia plural. En la escuela no necesitamos ni catequesis ni dogmas. A la escuela se llega para comprender otros mundos más allá del propio, para cuestionar lo que vemos y oímos, y para debatir y sopesar ideas. La antropología nos enseña precisamente eso: a ver al prójimo en toda su diversidad y a comprenderle en su contexto. Y cuando hacemos eso, nos volvemos ciudadanos morales, incluyentes y diversos.

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