En su encíclica Pacem in Terris (1963), el Papa Juan XXIII hizo un llamado universal a la paz cimentada sobre cuatro pilares esenciales: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Lejos de ser un texto meramente religioso, este documento constituye una pieza de incalculable valor político y jurídico, en tanto propone un orden social y jurídico fundado en la dignidad de la persona humana y en la promoción del bien común. En la Costa Rica actual, de cara a las elecciones presidenciales del 2026, la vigencia de esa doctrina no solo es pertinente, sino urgente.

Durante más de dos siglos, nuestra patria ha consolidado un Estado social y democrático de derecho, tal como lo define el artículo 1º de nuestra Constitución Política. Este modelo, sustentado en el respeto a los derechos fundamentales, en la división de poderes, y en una democracia participativa, ha sido el marco para construir una nación pacífica, civilista, con una vocación humanista que ha sabido evitar los abismos del autoritarismo. Sin embargo, este legado no está garantizado: debe ser cultivado, defendido y renovado con responsabilidad por cada generación.

Los procesos electorales, por su misma naturaleza, despiertan pasiones. Son tiempos donde las ideologías se enfrentan, los discursos se endurecen y el ruido de las redes sociales puede silenciar el análisis sereno. Pero precisamente por ello, es cuando más necesitamos recordar las enseñanzas de Pacem in Terris. Porque si olvidamos que el adversario político también es nuestro compatriota, si dejamos que la desinformación, la violencia verbal y el desprecio por las instituciones ganen terreno, corremos el riesgo de erosionar los cimientos de nuestra democracia. Una democracia que, aunque perfectible, sigue siendo un ejemplo regional de estabilidad y legalidad.

El Estado social de derecho costarricense no es una entelequia teórica: implica una estructura jurídica y política orientada a garantizar la equidad, la inclusión, el respeto a los derechos humanos y la promoción del bien común. Requiere diálogo entre actores sociales y políticos, colaboración entre poderes públicos, y una ciudadanía comprometida con la legalidad y la convivencia pacífica. Y eso demanda mesura, espíritu crítico y visión de largo plazo.

No podemos permitir que unos cuantos meses de polarización y desorden destruyan lo que ha tomado generaciones construir. No se trata de suprimir el debate político —que es sano, necesario y expresión de libertad— sino de elevar su calidad. Debemos rechazar el discurso de odio, el populismo emocional, la mentira estratégica y la manipulación de masas. Como bien lo señala Juan XXIII, no habrá paz si no se respeta la verdad, si no se reconoce la dignidad de cada persona, si no se actúa con justicia.

Costa Rica necesita, más que nunca, una ciudadanía activa y reflexiva, que anteponga el amor a la patria sobre los intereses personales o partidarios. Necesitamos líderes que comprendan que gobernar es servir, no imponer; que sepan que el poder se ejerce con límites, con responsabilidad y con sujeción al derecho. Y necesitamos medios de comunicación, iglesias, universidades y movimientos sociales que actúen como mediadores éticos, promotores del diálogo y guardianes de la institucionalidad.

En el fondo, lo que está en juego en cada elección no es simplemente quién gana, sino cómo salimos del proceso: más divididos o más unidos; más desconfiados o más conscientes de nuestra responsabilidad cívica. La encíclica Pacem in Terris nos recuerda que la paz no es solo ausencia de guerra, sino un orden fundado en la justicia y el respeto mutuo. Y eso es también, en esencia, el corazón del derecho constitucional democrático.

Que esta campaña electoral sea un momento de renovación cívica, no de destrucción. Que no olvidemos que todos somos costarricenses, hijos de una patria común, bendecida por la paz, y que todos —desde nuestras diferencias legítimas— tenemos el deber moral y jurídico de protegerla.

Porque perder la República por unas elecciones sería perder el alma de Costa Rica. Y eso, sencillamente, no nos lo podemos permitir.

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