Si nos dicen que una persona es íntegra o ética, tenemos una noción bastante acertada de lo que nos quieren dar a entender, creemos que es casi lo mismo (aunque no lo sea), pero no necesitamos más explicación. Ahora bien, si nos dicen que una persona es proba, la mayoría de nosotros se quedaría sin entender por dónde va el asunto.

Sin entrar en largas explicaciones, ética es una palabra que viene del griego y que trata sobre la formación del carácter y la toma de decisiones. Es decir, no se trata (como algunos creen) de un pseudoderecho que busca imponer comportamientos o castigar incumplimientos. La ética se enfoca, más bien, en tener un proyecto de vida claro y tomar decisiones con base en él, mientras también respetamos a las personas con las que convivimos.

Por su parte, probidad es una palabra que nos viene del latín y, en su origen, se relacionaba con la bondad, la honradez y la confianza. Sin embargo, con el tiempo su uso se hizo habitual en el derecho, sobre todo en la administración pública, para referirse a aquellos funcionarios que orientan sus acciones al cumplimiento de los fines que se le han encomendado. Entonces, cuando nos dicen que una persona es proba, básicamente nos dicen que cumple cabalmente con su trabajo, sin ceder a la corrupción, sin salirse del camino.

El caso de la integridad es interesante, pues su origen latino nos habla de algo completo, a lo que nadie “le ha metido la mano” (no tocado). Por lo que una persona íntegra es aquella que se ha mantenido firme y no ha perdido su rumbo, sin doble cara, coherente entre lo que piensa, dice y hace.

Vemos entonces que las palabras parecen ser muy similares, pero tienen matices diferentes. La probidad suele circunscribirse al campo laboral y al desempeño de las funciones y le basta con que la persona cumpla, sin adentrarse en los razonamientos.

La ética, no se circunscribe al ámbito laboral, sino que considera a la persona como un todo, su proyecto vital y, por tanto, a sus razones para actuar de una u otra forma, considerando su trabajo como parte de ese proyecto.

Imaginemos entonces que le ofrecen un soborno a un funcionario público, si se niega a recibirlo porque sabe que le puede traer consecuencias negativas (como perder el empleo o problemas con la ley), está siendo probo, pero no necesariamente ético. Pero si lo rechaza, además, porque hay algo interno que le hace saber que eso es incorrecto, más allá de la posibilidad de castigo, que lo convertiría en un tipo de persona que no quiere ser, ahí se hace presente la ética.

Es decir, la persona proba, se adhiere a las normas y al interés público en la realización de su trabajo. La persona ética, además es fiel a sus principios incluso cuando no la ven o no se prevén consecuencias negativas.

¿Y la integridad? Aprovechando el sentido de completitud y coherencia de la palabra, se entiende que una persona íntegra lo será tanto en el ámbito personal como el laboral, en lo público como en lo privado, cuando lo mande la norma externa pero también cuando lo haga solo la interna.

En la práctica entendemos que la persona íntegra debe ser ética “vitalmente” y proba “laboralmente”. Es decir, una persona con un claro proyecto de vida que rige su vida con base en principios, poniéndolos en práctica como valores (ética) y que a la antepone los intereses colectivos a los personales en el ejercicio de sus funciones (probidad).

Así las cosas, si queremos referirnos a las personas como trabajadoras (principalmente en lo público) que cumplen cabalmente con las normas y sus funciones, la probidad nos resulta suficiente. Pero si queremos agregarle el componente ético, entendiendo a la persona en su triple dimensión laboral, ciudadana y humana, será siempre preferible hablar de integridad.

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