Jeanine Cummins entró en medio de aplausos al set de grabación. Con una media sonrisa saludó al público y, antes de sentarse en la silla reservada para ella, estrechó la mano de su entrevistadora, la estadounidense Oprah Winfrey. Mientras ojeaba de paso a los invitados, se preguntaba cuántos de los que estaban allí querrían lapidarla, y cuántos habrían ido por mera curiosidad. Fuera cual fuese la razón, ahora tenía una audiencia a la cual dirigirse y no podía arruinar el momento. La razón: su novela había sido acusada de apropiación cultural y de una insensibilidad absoluta al redactarse.

Tierra americana (American Dirt, Penguin Random House, 2020) fue todo un fenómeno, para bien y para mal. Desde defensores como Stephen King hasta un marketing considerado insensible, el libro, sin dudas, dio de qué hablar. Retrata la historia de Lydia, una mujer mexicana que huye con su hijo hacia Estados Unidos tras un ataque del narcotráfico. El problema, para muchos, es que Jeanine, a pesar de tener ascendencia puertorriqueña, se identificaba como una mujer blanca. Por otro lado, el libro retrataba una experiencia profundamente compleja sin que la autora perteneciera a la comunidad latina ni tuviera una relación directa con ella.

Años después, siguen existiendo dudas sobre quién es dueño de las historias. ¿Puedo yo, como escritor, contar una historia que involucre a alguien más? ¿Puedo retratar la vida real desde mi perspectiva cuando la historia no me atañe directamente? ¿Qué pasa si quiero contar algo profundamente personal, pero la otra persona no quiere ver su vida expuesta de esa manera?

La pregunta que sigo discutiendo, después de muchos años, con colegas y lectores es: ¿no es acaso mi trabajo como escritor ponerme en los zapatos de un personaje para contar su historia? Sigo pensando que sí, pero también creo firmemente en que, como parte de mi oficio, debo investigar e informarme. No hay defensa posible si escribo desde el estereotipo o desde “lo que se sabe” de ciertas situaciones o personas.

Creo en la importancia de la literatura para conectar audiencias, experiencias e historias, siempre desde una posición de escucha, no desde la apropiación. Pero también creo en la urgencia de dar voz a relatos que son propios de muchas comunidades, minorías o individuos. Lo importante, ante este tipo de situaciones, es el diálogo, no el señalamiento. En especial cuando un autor se informa de manera responsable, con quienes debe hacerlo, para contar una historia que profundice en la naturaleza humana.

La empatía es uno de los valores que más se desarrollan con la lectura. Deseo, de corazón, que más personas lean en el mundo. Ahí sí que no pueden decir que la culpa es del arte.