La televisión tiene un poder inmenso y buscando en internet algo que definiera textualmente lo que esta promueve, encontré una publicación en la página de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde menciona:

La televisión proporciona numerosas oportunidades para promover la educación, la comprensión y la cultura, a través de las fronteras y dentro de ellas, y para aumentar la sensibilización del público en cuanto a los acontecimientos mundiales importantes que rigen los titulares".

En teoría, así debería ser. ¿Por qué? Porque una televisión responsable sabe que tiene una misión: contribuir al bienestar común y fomentar una sociedad que sea más informada y empática.

Pero, en Costa Rica, muchas veces esa misión se ve opacada por decisiones comerciales que prefieren el rating y la rentabilidad por encima de la responsabilidad ética.

Un ejemplo de ello son las transmisiones de corridas de toros que hacen algunos canales de televisión nacional, presentadas como parte del entretenimiento, y la cultura en nuestro país. En el pasado, se transmitían en el mes de diciembre, pero en la actualidad se han extendido para celebrar cualquier fecha representativa, o sea, se ha extendido el sufrimiento y maltrato a estos animales, sin dejar de lado a los caballos que sufren también.

Un espectáculo que ha sido disfrazado de cultura pero que se monetiza con patrocinadores, anuncios y rating. Esto se ha convertido en un gran modelo rentable, sin importar el costo ético, ni el mensaje que se le está enviando a las futuras generaciones, el cual es: el sufrimiento animal es parte de nuestra identidad nacional.

Costa Rica se promueve como un país que ama la vida, la biodiversidad, la paz. Pero ¿qué coherencia hay cuando el maltrato animal se transmite con total impunidad? ¿Dónde queda esta? ¿Cómo puede un canal de televisión que habla de “respetar la vida animal”, lucrar al mismo tiempo con el sufrimiento de un toro acorralado, golpeado y acosado en nombre del entretenimiento?

Entonces, en Costa Rica sí existen canales de televisión que aman a los perros y a los gatos, pero que al mismo tiempo, convierten en espectáculo la tortura de otros animales.

La empatía no se fragmenta. El respeto no puede depender de la especie.

No es progreso si seguimos celebrando la violencia. No es cultura si incluye sufrimiento. No es entretenimiento si hay víctimas.

En países como Colombia y México, recientemente han ido dando pasos hacia el fin de estos espectáculos violentos, porque la sociedad debe transformarse y porque es necesario, abrir ese debate de dónde queremos posicionar la violencia en nuestra vida y hasta qué punto es que nos hemos dejado influenciar por esta.

No nacimos aplaudiendo la violencia. No nacimos creyendo que hacer sufrir a otro ser vivo es divertido. Alguien nos lo enseñó. Y, muchas veces, fue la televisión.

Seguimos aplaudiendo con los ojos cerrados y el corazón aparte.

Es hora de que la televisión costarricense esté a la altura del país que dice representar: uno que protege la vida, no que la convierte en espectáculo.

Porque si seguimos callando, el cambio no va a llegar.

Y Costa Rica merece una televisión que eduque, que inspire y que respete a otros, en todas sus formas y tamaños.

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