Junio trajo dos fechas importantes: el Día Mundial del Medio Ambiente y el Día de los Océanos. Aprovechando la ocasión, el presidente Rodrigo Chaves se presentó en la Conferencia sobre los Océanos en Niza y aseguró, sin titubeos, que “Costa Rica es un ejemplo de protección oceánica”. Una afirmación que, si uno vive en este país y no solo lo gobierna desde una oficina, suena como mínimo desconectada.

Porque mientras afuera nos proyectan como modelo verde, adentro la historia es otra. En Guanacaste, una encuesta de la UNA reveló que casi el 87% de la población percibe que personas extranjeras están comprando propiedades en zonas costeras, desplazando a comunidades que han estado ahí por generaciones. Y no es solo percepción, basta caminar por Nosara, Monteverde o Santa Teresa para ver cómo se transforman los pueblos en vitrinas de lujo, donde vivir se vuelve impagable para quienes nacieron ahí.

Y la contradicción se profundiza. En 2024, el Minae solicitó acceso al Parque Nacional Corcovado para realizar estudios de minería. Sí, minería en uno de los parques más biodiversos del planeta. El Sinac respondió con lo evidente, está prohibido por ley. Pero el ministro de Ambiente, Franz Tattenbach, insistió. Quiso vestirlo de investigación científica, aunque la comunidad científica, especialistas de la UCR incluidos, advirtió que ni siquiera eso se sostiene.

¿Cómo encaja esto con la narrativa de país verde?

Y si vamos al mar, la cosa no mejora. Costa Rica sigue permitiendo la exportación de aletas de tiburón. Organizaciones como MarViva y FECON han alertado sobre la falta de trazabilidad en la pesca. Sin controles claros, no solo se vulneran especies, sino que también se abre la puerta al tráfico ilegal.

Mientras tanto, quienes creemos en la sostenibilidad seguimos reciclando, cargando termos, usando pajillas de bambú. Pero resulta que el ministro de Ambiente viaja a las COPs en jets privados. Sí, el mismo que nos habla de reducción de emisiones. ¿Dónde quedó la coherencia?

Y por si fuera poco, seguimos sin ratificar el Acuerdo de Escazú. Un tratado fundamental para proteger a defensores ambientales en una región donde la defensa de la tierra puede costarte la vida. Costa Rica lo promovió en su origen… y hoy lo ignora. ¿Será que molesta a quienes prefieren actuar sin transparencia?

Por eso, no es bien recibido, ni justo, que el presidente se presente en foros internacionales como paladín ambiental. Su gobierno no ha hecho más que debilitar la institucionalidad, permitir discursos peligrosos y abrir puertas a intereses extractivistas. Los verdaderos guardianes de nuestro patrimonio natural han sido las leyes que ya existían, los fallos judiciales, los movimientos sociales y las comunidades organizadas. Si no fuera por ellos, ya estaríamos viendo maquinaria en Corcovado.

Costa Rica sigue siendo verde, pero no gracias a este Gobierno. Lo es por la resistencia de quienes aman esta tierra. Pero esa resistencia tiene un límite.

Así que, antes de seguir vendiéndonos como “país líder”, habría que hacer una pausa. Mirarnos sin filtro. Porque ser verde no es solo marketing. Ser verde es un compromiso que se demuestra con acciones. Y hoy, esa coherencia brilla por su ausencia.

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