Como psicólogo busco en el pasado la clave para entender el presente, tanto en lo individual como en lo colectivo. Esta inquietud me invita a analizar un episodio histórico que, en mi opinión, nos debería importar pese a su lejanía en espacio y tiempo.
En el año 1625 Carlos I de Inglaterra sube al trono. Él creía ser rey por designio divino. Por lo tanto, consideraba inadmisible que alguien cuestionara sus decisiones.
Su reinado estuvo marcado por un constante conflicto con el Parlamento, el cual frustró repetidamente las intenciones del rey de obtener financiamiento para distintas guerras. ¿La respuesta de Carlos I? Disolver el “estorboso” parlamento varias veces (una de ellas durante 11 años).
En el año 1642, Carlos I irrumpió en la sede parlamentaria para (frustradamente) encarcelar a sus enemigos políticos. Como reacción a este acto ilegal, surge una ceremonia aún vigente en Londres: el día del Discurso del Rey en la Cámara de los Lores, un representante de la corona camina hacia la Cámara de los Comunes para invitarles a escucharlo. En ese momento se cierra la puerta en sus narices, obligándole a tocar la puerta tres veces antes de permitirse su ingreso. Esta ceremonia recuerda la tajante separación entre la Corona y los representantes del Pueblo. La presencia del monarca en ese espacio sigue prohibida hasta hoy.
Los constantes enfrentamientos entre el rey y el Parlamento polarizan tanto el ambiente político que estallan las sangrientas guerras civiles inglesas, que llevan a la decapitación de Carlos I en 1649. Un rey que no toleró el contrapeso de las otras voces del poder.
Con esto en mente, avancemos casi cuatro siglos, hasta la Costa Rica de 2024. En nuestro panorama actual, el presidente del país frecuentemente ataca a los otros Poderes de la República, de manera análoga al enfrentamiento del “divino” Carlos I con el Parlamento. Vemos al huésped temporal de Zapote tratando de esquivar las leyes del país para imponer su agenda, intentando sembrar dudas sobre el actuar de la Contraloría. Periódicas son sus acusaciones a la Asamblea Legislativa, vendiéndole a la ciudadanía la idea de que nuestro parlamento es un gran obstáculo para la Casa Presidencial y potencialmente validando actos de violencia e intimidación contra diputados.
Escuchamos a la ministra de Planificación expresar que “el problema es el estado de derecho que nos obliga a las instituciones públicas a hacer lo que la ley dice”.
Presenciamos, desde Casa Presidencial y desde la bancada oficialista, ataques constantes a la prensa, incluso ante la realidad de amenazas contra la integridad de periodistas.
Hoy como ayer presenciamos la demonización de la disidencia: un gobernante que no tolera el contrapeso de las otras voces del poder. Muchos lo han hecho antes, y sabemos que no suele terminar bien. Mirando la historia, es nuestra responsabilidad colectiva identificar lo que queremos replicar, y lo que no.
Cierro con las palabras del periodista Sydney Harris (1917-1986) en las que veo un desafío para nuestra generación:
La historia se repite, pero con un disfraz tan astuto que nunca detectamos el parecido hasta que el daño está hecho."
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