Con amor para Meche, por enseñarme su método
Con ese divertido optimismo que le da a uno en enero, deseo hablarles sobre el método MAO.
Aunque este nombre suena como algún sistema filosófico chino, la realidad es que solo se trata de las siglas que uso para mi práctica personal de medir, anotar y ordenar. Como siempre, advierto que estoy lejos de ser alguien que pueda ofrecer consejos para la motivación o el éxito; pero estas prácticas me han servido, es innegable que funcionan y por lo tanto las recomiendo como cuando un amigo da un consejo sin que haga falta ser famoso.
Pero antes, una anécdota: hace algunos años, estaba cenando junto con otros escritores en la casa de un colega y alguien mencionó que cierto intelectual del país, luminaria de las letras nacionales, alardeaba con haber leído más de treinta mil libros. De inmediato, nuestro anfitrión replicó:
¡Mentira, mentira! Cuando esos viejos dicen que han leído tanto, es mentira”.
Alguien argumentó que el destacado intelectual tenía como ochenta años y que bien podría haber leído esa cantidad, a lo que nuestro anfitrión respondió:
Vea, agarre 30 000, divídalo entre 80 (suponiendo que el viejo leía desde que nació) y luego entre 365 y dígame si es posible que haya leído tanto”.
Invito a los lectores a hacer la prueba. Mientras tanto, aquí están los principios del método MAO:
Medir: medir siempre es revelador. Mida lo que tarda realmente en efectuar una tarea, mida el tamaño del mueble que va a comprar y donde lo va a poner, mida el tiempo que se le va pasando canales o viendo el teléfono, mida cuánto va a pagar en intereses al término de ese préstamo, mida cuántas horas al día, al mes y al año le consumen las presas. Compare precios. Verifique los datos, desde el tamaño de un tornillo hasta las noticias. O lo que le están pagando. Calcule si es posible que alguien lea más de treinta mil libros en la vida. Haga esas pequeñas matemáticas que, con nivel de operaciones de escuela, arrojan datos extraordinarios. Mida, calcule y verifique; los resultados siempre van a valer la pena. Como mínimo, van a ser curiosos y prácticos.
Anotar: escribir es una de las mejores cosas que uno puede hacer. No me refiero a escribir artículos o literatura. Me refiero a los recordatorios, libretas, agendas, un croquis, una tabla de Excel o una lista de cosas pendientes. Me refiero a poner por escrito el tumulto que no logra acomodar en su mente, desde la plata hasta las emociones. Escriba lo que descubra cuando mida las cosas. Dibuje sus proyectos. Anote los pro y los contra de una decisión. Haga marquitas. Cultive la memoria, pero no se atenga a ella. Anote la frase que tanto le gustó o que tanto lo puteó. Anote las cosas que ya no quiere hacer. Escriba lo que no se atreve a decir. Anote sus sueños y recuerde siempre aquello de Los diez mandamientos en Semana Santa: “Así quede escrito. Así se haga”.
Ordenar: esta es la parte donde muchos fruncen el ceño, cruzan los brazos, dejan de leer esto y dan vuelta para irse. La palabra orden ha sido terriblemente contaminada, pero de una forma paradójica; se le asocia con valores que gozan de respetabilidad, pero también causa resquemor. Se ve el orden como algo que solo cierta élite de personas muy profesionales, inteligentes o, en última instancia, aburridas pueden dominar; muchos admiran a estas personas, pero no quieren ser como ellas. Se le asocia con buena conducta, normas, control, limitaciones, moralina. Muchos de mis colegas artistas ven el orden como un lastre para la creatividad. Con mi doble sombrero de escritor y filólogo he notado cómo se ve a la filología como un intento fallido de ordenar algo que es imposible ordenar. El filólogo que quería ser escritor y la filología dizque le mató ese anhelo es todo un clásico. El orden ha llegado a asociarse con adoctrinamiento, censura, represión y autoritarismo. Si no, cuando menos es algo tedioso de lo que muchos ni quieren saber. Y no los culpo; la palabra orden está en los lemas de ciertos regímenes, el “nuevo orden” es un cliché distópico. Y sí, en sus modalidades más tradicionales, es aburrido. Pero podríamos contribuir a la reivindicación del término.
Para mí, ordenarse es tomar decisiones propias basadas en la información obtenida y entendida por uno mismo, desde cuál mueble comprar y cómo ubicarlo, hasta mejorar sus finanzas y hacer planes de vida. El sentido de orden que aquí estamos ensayando bien podría significar lo contrario de lo que suele percibirse como orden.
Orden casi ha llegado a ser un antónimo de libertad; se valora el “vivir la vida hoy”, el carpe diem, etc., etc. Pero, ¡cuidado! Asegúrese de que realmente está viviendo hoy y no gastando hoy. Tenga certeza de que está viviendo su vida y no la que le venden. Libertad es otra palabra muy contaminada que se usa para promover el consumismo y la deuda. Recuerdo una campaña publicitaria detestable de tarjetas de crédito que instaba a las mujeres solteras e independientes a endeudarse para, según el anuncio, tener libertad. ¿Realmente es libre una persona endeudada? ¿O un país entero endeudado?
Como siempre, hay perspectivas. Para unos, libertad es dejar de ser asalariados y dedicarse a lo propio. Para otros, libertad podría ser un empleo fijo con horario de oficina para dedicar el tiempo libre a todo tipo de proyectos personales, aficiones y viajes. O vivir en Cahuita y vender copos. O trabajar en una megacorporación y aguantar los gritos del jefe a cambio de un salariazo. O cambiar de trabajo a cada rato. O ser youtuber. O no hacer nada. Como sea, ordenarse es tomar la mejor decisión y ejecutarla. Así es como el orden se convierte en libertad, porque es nuestro orden; no un orden impuesto.
Si usted calcula y anota la cantidad de dinero que va a pagar en intereses por un préstamo y lo que ganaría si mejor lo utiliza para un ahorro; y si logra despojarse de ese enorme engaño de que “solo endeudándose puede uno hacerse de las cosas”, ya usted se está ordenando. Y se está liberando.
El orden tampoco debe ser enemigo de la creatividad, porque el orden requiere información y esta conduce a la inventiva. Generar ideas se estimula con la obtención de datos. En su célebre tratado sobre el guion cinematográfico, Robert McKee define la inspiración como el momento donde la cantidad de información acumulada alcanza una masa crítica que produce multitud de ideas.
Sí, la información también puede conducir al escepticismo y el desencanto; que lo digan mis colegas filólogos que, según ellos, la filología les mató los sueños. Pero también estamos los del odioso grupo de filólogos escritores que podemos atestiguar lo contrario. Por ende, el desencanto es un riesgo, pero no siempre una consecuencia.
Como puede ver, el método MAO es una forma de organización personal, pero también es una manera de liberarse, crear y, de paso, evitar que lo cuenteen. ¿Para qué libros de autoayuda? Mejor consiga una libreta y cultive el método MAO. Tenga siempre a la mano lápiz, papel y cinta métrica. No tema a los croquis, los datos, los números. Póngalos de su lado y empiece a crear un nuevo orden: el suyo.
Ahora sí: ¿puede alguien leer más de treinta mil libros en la vida o es puro cuento?
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