Para este artículo, le pido prestado al fotógrafo Giancarlo Pucci el título de su hermoso libro y de la fundación que conformó, siguiendo el rastro de su pasión por los árboles. Giancarlo conversó con la ingeniera forestal Sara Ramírez en nuestro último podcast de La Telaraña, titulado Reforestación. La conversación, que fue conducida con su habitual suavidad por Jurgen Ureña, nos llevó por un viaje apasionado desde las raíces hasta las ramas distantes de unos árboles majestuosos.
Tomo algunas ideas tejidas durante el podcast para invitarlos a escucharlo. Incluso la opción de saltar directamente ahí puede ser más interesante que seguir leyendo y, por supuesto, no me voy a ofender.
Durante los años 50 y 60 del siglo pasado, la deforestación fue sinónimo de progreso en Costa Rica. Se taló para hacer fincas y eso estaba bien visto. Luego, durante las siguientes tres décadas, Costa Rica dio un vuelco y se tomaron decisiones muy acertadas en conservación. Una de ellas fue el pago por servicios ambientales, que hoy debe ser repensado porque depende, en buena medida, de una tasa a los combustibles fósiles, cuyo consumo debe reducirse para combatir el cambio climático.
Hoy contamos con algunos corredores biológicos interurbanos y varias organizaciones, como Amigos del Río Torres y Rutas Naturbanas que nos invitan a cambiar de paradigma.
¿Por qué viajar dos o tres horas para ver el bosque en un parque nacional cuando las ciudades podrían albergar más biodiversidad y acercar ese bosque hasta nuestros barrios? ¿Por qué no avanzar en el proceso de fortalecer nuestros corredores, aceras y jardines? Hace unos meses le di vuelta a estas ideas en un texto titulado Una estaca de güitite, en el que menciono varias organizaciones que han clasificado los árboles y plantas según su idoneidad para ocupar aceras, desagües y terrenos quebrados.
Quienes viven en las zonas rurales, y quienes tenemos ya algunos años, conocemos mejor los nombres y la utilidad de los árboles. Los más jóvenes cuentan con una conciencia ambiental más visible, perfecta para motivar la sensibilización y educación y llevarnos a ser así personas más plenas. Al acercarnos a los árboles, nos acercamos a nosotros mismos. Conforme más nos acerquemos a nosotros mismos, más cuidaremos a los árboles. Ese es el círculo virtuoso de los árboles mágicos.
Esta época seca es perfecta para observar y tocar a los árboles, sentir sus cortezas, mirar sus flores, percibir su aroma, reconocer todos esos bichitos que conviven en ellos y aceptar que somos un organismo más, que debe vivir en armonía con ellos. La floración de un cortés amarillo fue, para Giancarlo, el detonante de su pasión por los árboles y, a la vez, un motor para su redescubrimiento personal. Acerquémonos a los árboles para redescubrirnos y encontrar nuevas pasiones. Esa es la consigna.
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