El 22 de agosto de 1974 la cantante italiana Mina decidió desaparecer justo cuando estaba en la cúspide del éxito. Se hartó. Eligió vivir y se fue a Suiza, donde ha estado recluida desde entonces. Nadie la ve. Solo se escucha su voz prodigiosa.
Una vez al año saca un disco –que siempre está en los primeros lugares de popularidad– y esa mujer, que hoy tiene 81 años, se ha convertido en una leyenda. 47 años llevan los italianos esperando su regreso, y aunque todo parece indicar que no volverá, la esperanza sigue viva.
Algo así pasaba con Pilar Cisneros. Una periodista prodigiosa que decidió retirarse en su momento de mayor influencia. Se hartó de su socio (Ignacio Santos) y de las presiones empresariales para que traicionara su esencia beligerante. Decidió irse y lo hizo antes de lo que habríamos imaginado. Decidió vivir.
Una vez al año, en promedio, doña Pilar salía de su escondite para publicar un editorial capaz de colapsar a la opinión pública. Ocho años han pasado, y la aguerrida peruana se negó rotundamente a volver a la escena periodística que dominó por décadas.
Personalmente, siempre conservé la esperanza de que doña Pilar volvería a hacer periodismo. Es más, soñaba con poder trabajar con ella cuando volviera.
El anhelo de su regreso estaba todavía vigente el día que recibí la noticia de su postulación. Fue un balde de agua fría.
Cuando Pilar Cisneros me dijo –como se lo dijo a numerosos periodistas– que jamás entraría en política, yo le creí.
“No quiero ser diputada, no quiero ser ministra y no quiero ser embajadora. A quienes dicen que yo voy a entrar en política les aconsejo que se busquen un sillón bien mullido para esperar, porque Pilar Cisneros no va a entrar en política”, me dijo durante una interesante entrevista a raíz del infame video de Demo Lab en el que aparecía con una serie de figuras de la política –entre ellas el siempre deleznable Ottón Solís–. Le creí.
Siguiendo su ejemplo, yo había dicho en numerosas ocasiones que no entraría en política, pues el papel del periodista es el que es: cuestionar. Al enunciar dicho postulado, jamás imaginé que doña Pilar decidiría cruzar al otro lado.
Diez meses han pasado y la histórica periodista hizo uso de su derecho a cambiar de opinión para anunciar su candidatura a una diputación por el Partido Progreso Social Demócrata, liderado por el exministro de Hacienda Rodrigo Chaves.
Tras el anuncio, y con gran dolor, debo despedirme de doña Pilar. De la periodista, desde luego.
Lamento que Costa Rica deba resignarse a no recuperar el trabajo que doña Pilar hacía en los medios de comunicación y seguir en esta deriva de periodismo efímero y ligero que venimos padeciendo últimamente –con honrosas y muy valiosas excepciones–.
Hacen falta periodistas dispuestos a asumir posturas impopulares. A ganarse el odio de quien piensa distinto y los ataques de quienes se dicen demócratas, pero aspiran a un país con pensamiento único.
La política
Si algo demuestra esta postulación es que Cisneros ha tenido un cambio en su pensar sobre la política que podríamos considerar abismal. No solo por abrazar una aspiración electoral, sino por la evolución de las ideas que ha defendido a lo largo de los años.
De declararse “socialista”, pasó a pedirle al gobierno de Carlos Alvarado que le diera la mano al sector privado “que es el que produce riqueza” para sacar al país adelante. Además, abogó por la aprobación del crédito con el Fondo Monetario Internacional. No tengo duda de que Hugo Chávez y Fidel Castro se revuelcan en el infierno ante semejantes posturas.
Antes de su postulación, yo consideraba a doña Pilar como una liberal progresista, por lo que su decisión de contender por un partido socialdemócrata me parece llamativa.
Espero firmemente que –de lograr su cometido– Cisneros impulse un cambio en el actual sistema para la elección de diputados. Tal vez la noticia de su aspiración habría resultado aún más interesante si hubiese podido hacerlo como candidata independiente y no con un partido político.
Pilar Cisneros fue –todavía me cuesta asumir ese verbo en pretérito– una periodista incorruptible. Espero que como política conserve esa línea.
No sé si su candidatura llegará a buen puerto. No sé si Rodrigo Chaves ganará la presidencia o si su partido tendrá una fracción representativa en el Congreso –bien podría ocurrir que sea solo doña Pilar quien obtenga una curul o que ninguno de los aspirantes lo logre–, pero estoy convencido de que las intenciones de la peruana-costarricense son legítimas e impulsadas únicamente por el amor que profesa por este país.
Pocos saben que doña Pilar llegó a Costa Rica huyendo del régimen militar-comunista de Juan Velasco Alvarado, quien dio un golpe de Estado en el Perú en 1968. Si hay un gentilicio que sabe lo que cuesta construir una democracia y a dónde conduce la corrupción de esta, ese es el peruano.
Me despido de doña Pilar, la periodista. Quedo expectante de lo que pueda ocurrir con Pilar Cisneros, la política. Mi admiración pública queda a un lado para entrar en el papel que ella nos enseñó con su ejemplo durante tantos años: el de fiscalizador.
No les miento. Espero vivamente que después de explorar este capítulo –sea cual sea el resultado– decida volver al periodismo.
Una gran lección queda de todo esto… “Nunca digas nunca”.
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