De alguna u otra manera, todas las personas alguna vez aprendemos que siempre existen dos lados de la historia.
En 1769 nació en Francia Napoleón Bonaparte, recordado por algunos como un genio de la estrategia militar, retratado por la historia como un tirano arrasador. Su modelo de Estado se basa en que a su monarquía se le debe plenitud de poder. No en vano, Bonaparte conquistó violentamente casi toda Europa.
En 2017 me fui de eurotrip con mis amigas. Uno de los lugares que menos disfruté es París. El metro es increíblemente hediondo, y la plaga de ratas es 30 veces mayor a la de San José, por el mercado de la Coca.
Sin embargo, mi lugar favorito de la capital del amor es sin duda el Museo de Louvre. Qué espectáculo. En una de sus paredes cuelga una obra sin comparación: La Consagración, del pintor francés Jacques Louis David.
La pintura retrata el momento de la autocoronación de Napoleón e incluye a más de 190 personajes. Naturalmente, Michelle y yo, que teníamos casi cinco horas de recorrer el museo, nos sentamos un rato frente a esta particular obra que mide 9,79 metros de ancho por 6,21 de alto. Nos quitó el aliento. Durante un momento ni podía creer lo que veía. “Mich, ¿estás viendo la capa de Josefina? parece gamuza de verdad”.
No les puedo explicar qué es ver esa pintura. Enorme. Hermosa. Realista. Pero como en todo, hay un truco. Escuché en la audioguía del museo que la mamá de Napoleón (retratada casi en el centro del lienzo) en realidad no estaba el día de la coronación, porque no aceptaba que Napoleón se casó con Josefina. Sin embargo, ahí quedó inmortalizada.
Una cosa es lo que vemos en la pintura, y otra cosa es lo que sucedió en la ceremonia. Gracias al relato histórico sabemos que lo que se ve en la obra de David es el deseo que tuvo el emperador, pero no la realidad.
EL RELATO ES IMPORTANTE
Hace algunas semanas tuvo lugar en Costa Rica un foro que discutía sobre independencia judicial. Organizado por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) y la Asociación Costarricense de la Judicatura (ACOJUD).
Recordarán que hace algunas semanas terminé una serie de entrevistas sobre la necesidad de hacer una reingeniería nivel Dios en el Poder Judicial. No solo yo lo pienso, también algunos magistrados y magistradas. Muchos de ustedes también.
Luego de que sucedió el foro, el Poder Judicial, Cejil y el Semanario Universidad reprodujeron un relato: la independencia judicial debe garantizarse.
Sin mayor sobresalto, el presidente de la Corte, el magistrado Fernando Cruz Castro, mencionó que “se requieren garantías bien definidas, que sean eficaces para que la marea de los intereses del poder no derribe la función de la magistratura”.
Por el lado de CEJIL, su directora Claudia Paz y Paz, dijo que el trabajo de los y las juezas de “sentar en el banquillo, juzgar y condenar a altos funcionarios, incluyendo a mandatarios y ex mandatarios” así como a la élite económica, les ha resultado, en algunas ocasiones, en destituciones arbitrarias, acoso y amenazas a nivel centroamericano.
Y, el diario universitario relató una especie de crónica sobre foro en el que hace especial hincapié en la situación del Poder Judicial respecto de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas. Destaca que el anuncio de Hacienda de recortar ₡2500 millones por no acogerse a la regla fiscal afecta el funcionamiento de este poder. Brevemente, la crónica menciona que Cruz Castro reconoce la verticalidad del sistema judicial actual y que, con todo y todo, en Costa Rica existe un buen nivel de independencia judicial.
Sobre la actividad no hubo más. Nadie preguntó de dónde sale la premisa del foro. Es decir, si el relato es que se debe garantizar la independencia naturalmente la pregunta es ¿de qué?, ¿qué impide la independencia?
Si es que alguien preguntó, la respuesta no se reprodujo. Entonces, nos quedamos con el relato deseado: hay que garantizar la independencia. Hay que garantizar la… como una lora todos repiten… hay que garantizar la…
CUESTIONAR EL RELATO
Una de las personas que fue invitada al foro es Perfecto Ibáñez, ex magistrado español. Con él quedé de verme una tarde de estas para exponer el otro relato. El relato que cuenta que en Costa Rica “nunca ha habido una Corte angélica”.
Como de independencia hablaron, de independencia cuestiono. Veamos.
A finales de 1700 la reputación de Napoleón quedó cimentada luego del golpe de Estado que dio durante la Revolución Francesa, “yo soy la Revolución”, dijo. Un año antes de que pidiera a David que inmortalizara su coronación, en 1804, se autoproclamó monarca del Primer Imperio Francés. Para muchos esto era parte de su éxito como estratega militar, pues para entonces ya había conseguido triunfar ante los italianos, egipcios, holandeses y austriacos.
El Código Napoleón fue una especie de modelo político que poco a poco fue adoptado por la Europa hasta entonces conquistada por los franceses. Esta estrategia napoleónica del Código Napoleón no responde a otro fin que no sea la concentración de poder.
Bonaparte no era fan de la independencia de nada, al contrario, fue un ruin conquistador, quien una vez en la cima de la monarquía que él mismo reinstauró, gobernó bajo un régimen opresor, donde claramente todo el poder era concentrado en sus manos.
Esto pese a que en la Constitución de de 1799 se reconoce una especie de división de poderes existentes solo en el papel, porque en la práctica Bonaparte fungió como un dictador.
Todo este repaso histórico para decirles que nuestro sistema judicial obedece al modelo napoleónico. ¿Se imaginan?
Hablemos sobre la independencia judicial. En Costa Rica la cúpula de la Corte Suprema de Justicia maneja a todo el Poder Judicial. Hace los nombramientos de todo, maneja la plata de todo, ¿cuál es la perversión de este modelo?
—La perversión es la acumulación de funciones abiertamente contradictorias. Una es la función de gobierno político [cómo se administra el Poder Judicial], y otra cosa es la jurisdicción [cómo se ejerce la justicia].
Los jueces deberían ser rigurosamente independientes y no tener que estar mirando hacia arriba pendientes de que su nombramiento depende de alguna voluntad política.
En sistemas como el costarricense, cuando los magistrados además de conocer de recursos de casación [recurso contra fallos definitivos en los cuales se supone una mala interpretación legal o error esencial del procedimiento] también gobiernan [administran el Poder Judicial], se introduce un ingrediente político indeseable al ámbito de la jurisdicción.
Este sistema es muy particular porque la Corte Suprema tiene un poder enorme. Yo digo que más que un tribunal es un portaaviones.
El sistema judicial de Consejo, por ejemplo el italiano (que es una institución judicial independiente del ámbito político), tiene por finalidad garantizar la independencia. Yo creo que es una buena institución. Pero ojo, no en todos los países donde hay una institución que se llama “consejo” se reproduce el modelo italiano.
El Consejo costarricense no tiene nada que ver, porque este Consejo es un apéndice de la Corte Suprema [el Consejo Superior].
El sistema italiano nace como una respuesta a la vieja configuración de la magistratura. En la época del fascismo, cuando en Alemania, en Italia o España los jueces seguían masivamente a los poderes en sus medidas autoritarias, surgió la pregunta ¿cómo se evita esto?
Entonces nació esta idea de una institución independiente, de configuración mixta, donde la corte de casación (que antes tenía contenido político) pasa a ser solamente un tribunal.
Es decir, los jueces de la vieja Corte Suprema que gobernaban y tenían poder político pasan a ser únicamente jueces, a dictar sentencias (que es lo que tiene que hacer alguien que se autodenomina magistrado/a).
Entonces, se separa la jurisdicción. Una jurisdicción politizada no puede perseguir la corrupción. Hace falta una instancia independiente.
Los derechos fundamentales de las personas tienen que defenderse frente a la política y frente al poder económico. Una instancia política no podría defender ni garantizar estos derechos..
La lógica del sistema napoleónico es evitar controles que puedan limitar el poder de quien esté a la cabeza. La camaradería política no solo permitió a Napoleón autoproclamarse monarca, sino también mantener a sus amigos arriba.
La independencia judicial no se ha inventado ahora, viene de Montesquieu, y ha producido efectos extraordinarios. Es irrenunciable pero debe ser bien articulada.
Dos magistradas de la República han dicho que no es el momento oportuno para modificar la manera en la que se eligen los magistrados y magistradas.
—¿Y cuándo es el momento oportuno para limitar el poder de determinadas instancias? ¿Cuándo hubiera sido oportuno introducir al voto femenino? Nunca. Jamás.
Siempre habrá una diputada o dos diputados que consideran que no es momento, porque las reformas democráticas limitan derechos y quitan poder.
Por eso los momentos constituyentes son momentos muy particulares en los que una sociedad entera ya no soporta más.
Los sujetos de poder jamás en la vida encontrarán un momento oportuno para limitarse. Entonces, yo creo que cualquier momento es oportuno para ganar en derechos.
No hay poder bueno. Ya lo decía Aristóteles "en el poder hay algo de animalidad", y Aristóteles sabía menos del poder que nosotros. Lo bueno que puede esperarse del poder es cuando funcionan las garantías: del policía cuando hay un juez, del juez cuando hay un tribunal. En una palabra, el Estado de Derecho es un sistema de desconfianzas, que esencialmente es lo que lo garantiza.
El poder es tremendo, decía Montesquieu “el poder por definición tiende al abuso. Hasta a la virtud habría que ponerle un límite". El poder por definición tiende al abuso y se resiste a los límites.
Esto es tan real como la vida misma y tan viejo como el mundo.
Mi última pregunta es respecto al relato que se nos ha dado a la ciudadanía sobre que el último bastión de la democracia, cuando no son épocas electorales, es el Poder Judicial (porque cuando son épocas electorales pues es el Tribunal Supremo de Elecciones).
En la generalidad se piensa que si se cae el Poder Judicial se cae todo. Entonces, si esto es así es cierto que la estabilidad del Poder Judicial garantiza la democracia, ¿qué pasa cuando se sabe que el Poder Judicial no es tan democrático en sí mismo porque su cúpula concentra todo poder? ¿Cómo podemos entender esta contradicción?
—Es una contradicción que viene de lejos. La historia del Poder Judicial es una historia de horrores y de errores, ha dicho algún autor.
Históricamente los poderes judiciales no han sido democráticos. Han sido instrumentos de poder en manos del poder político. Es a partir de la segunda posguerra cuando al Poder Judicial se le dota de independencia y se le hace una instancia vinculada a los derechos fundamentales.
Es a partir de ahí cuando el Poder Judicial comienza a jugar un papel de contrapeso. De límites a una política que carecía de ellos. Es una dialéctica pero claro, para eso falta jueces con un estatuto adecuado.
Los derechos fundamentales nunca han llovido del cielo, ha habido que pelear por ellos. La jurisdicción independiente se crea a base de operadores que crean en ella y de ciudadanos que la apoyen e impulsen.
El tema de la independencia judicial me interesa porque, personalmente percibo que, ni entre ellos mismos existe confianza, a lo interno de la Corte.
—Si lo que enfrenta a los jueces fuera un problema jurídico sería relativamente fácil resolver, porque quien no estuviese de acuerdo haría un voto particular. Pero si la ruptura del problema es político...
¿Qué hace un problema político en un tribunal de justicia? A mí me parece que sistemas como éste tienen dentro anticuerpos que lastran la calidad de la función. Yo creo que es un mal sistema, y no es que lo crea yo personalmente. Es obvio.
En el mejor constitucionalismo un sistema como este sería, y es, profundamente criticado. Es aberrante por autocontradictorio.
Yo creo que si no se hubiese dado el caso del magistrado al que destituyeron [Celso Gamboa] y que el presidente de la Corte y otra magistrada se pensionaron, y el fiscal general también, en Costa Rica tal vez no nos hubiésemos dado cuenta de lo que sucedía y seguiríamos pensando que el Poder Judicial es todo lo maravilloso que dice el relato. ¿Por qué cree usted que este sistema se mantuvo en pie tantísimos años?
—En parte la información, y en parte también por los propios creadores de opinión pública. La prensa en esto tendría un papel, seguramente por muchas omisiones o por muchas complicidades.
En parte también porque la gente no tiene una particular formación sobre estos asuntos. Pero yo creo que este tipo de cosas tienen la virtud de que ponen el acento sobre la verdad de los problemas, y sirve para ilustrar a la ciudadanía de la verdadera realidad en la que viven.
No creo que en Costa Rica haya habido nunca una Corte angélica. Yo a esta misma Corte la he conocido siempre, y se ha gobernado a los jueces con mano de hierro y políticamente.
Lo que pasa es que los jueces, bueno... seguramente tenían otras sensibilidades, hoy sin embargo creo que hay una cultura de la jurisdicción en todos nuestros países que ha crecido mucho, y ha mejorado. Porque hay cosas que se veían con normalidad y ahora empiezan a ser criticadas...
Ahora que eso llegué a la gente requiere su tiempo y trabajo, y una buena prensa.
UNA GOLONDRINA NO HACE RELATO
Que yo haya estado trabajando en seguirle la pista a qué dice la cúpula judicial y cómo realmente se comporta no cambia nada. Puede venir cualquier magistrado y magistrada a decir misa, pero lo que realmente hablan son los resultados, los cuales son —hasta ahora— nulos.
Nadie toma decisiones que, en primer lugar democraticen el poder a lo interno, y segundo que le devuelvan la confianza a la ciudadanía de que no están haciendo de la política judicial un beneficio propio.
Luego de la serie con los magistrados y la entrevista de la semana pasada, con el superintendente de pensiones, una realmente entiende que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Durante el foro por la independencia judicial, el presidente de la Corte dijo que “el Poder Judicial no puede entrar en el activismo político”, refiriéndose a la consulta que le hizo el Congreso respecto de la Ley de Fortalecimiento a las Finanzas Públicas.
Lo curioso —y contradictorio— del relato de Cruz de “no entrar en activismo político” es que, él mismo entró en ese activismo. Tanto así que se inhibió de conocer el asunto en la Sala Constitucional, tribunal del cual es magistrado.
Inhibirse le permitió dar criterio político sobre la entrada en vigencia de dicha ley. Al final de cuentas, por unanimidad la Sala estimó que el plan fiscal no afecta la independencia judicial, pero tal parece que en el foro nadie se acordó de esto.
La entrevista de hoy la termino un poco acongojada, porque al final de mi conversación con el ex magistrado español, sale del fondo de mi cabeza decir “perfecto don Perfecto, gracias por atendernos”. El hombre se me queda viendo como quien está acostumbrado al mal chiste y de un fortísimo apretón de manos me despide.
Luego de varias derrotas militares, y por indeseable, a Napoleón lo destierran a la isla de Santa Helena, donde murió supuestamente envenenado en 1821. Justo en ese año Costa Rica firma su independencia de España. Hoy, casi 200 años después, me parece increíble que nuestro Poder Judicial no haya podido librarse del lastre que representa la concentración de poder. Más que increíble, me parece también una vergüenza.
El cuadro de La Consagración, por lo que ya les conté, intenta relatar el lado de la historia que a Napoleón le gustaba. El repaso histórico nos cuenta que, aunque esa representación tiene elementos verdaderos, no es fiel al evento. No deja de ser un relato deseado.
El relato deseado del Poder Judicial es proclamar que buscan arduamente todas las maneras posibles de garantizar la independencia en su actuar.
No deja de ser deseado porque además es un relato de casi 20 años. Si quisieran garantizar la independencia, habrían empezado por tomar las decisiones políticas de gobierno judicial, que son las que les corresponde, y así dar el ejemplo. Pero ya sabemos que esas decisiones siguen estando pendientes, y quién sabe hasta cuándo seguirán pendientes. Entonces, a la ciudadanía nos toca cuestionar su relato.
Cuando el pleito es político se depende de la voluntad política. Y esto, amigos y amigas suscriptoras de delfino.cr, es algo que también debemos cuestionar siempre. ¿Hay o no voluntad? A mí me parece que no. Gracias por leer.