La líder de la oposición política en Venezuela y candidata de las fuerzas democráticas, electa abrumadoramente en primarias el 22 de octubre de 2023, María Corina Machado, expresó hace unas semanas que un proceso de transición estaba en marcha en el país sudamericano de forma “indetenible”.

Pero, ¿qué es un proceso de transición? Según esta definición disponible en enciclopediadelapolitica.org se entiende por transición:

el proceso de sustitución de un régimen autoritario, implantado y ejercido al margen de la ley, por uno democrático, en una secuencia carente de traumas y rupturas”.

En este planteamiento se subraya que las transiciones excluyen la ruptura, por lo que “si una dictadura es abatida de pronto por una insurrección popular violenta —como ocurrió en Cuba en 1959, o en Nicaragua en 1979 o en Rumania en 1989— allí no hay transición: hay ruptura, o sea transformación brusca de un régimen de facto en uno constitucional” (o viceversa).

En síntesis, transición es sinónimo de cambio gradual y antónimo de cambio abrupto. Algo, si se quiere, “negociado”, pactado con el régimen anterior. En tal sentido, en la literatura existente sobre la materia se trae a colación como ejemplos transicionales el español y el chileno de 1989.

En el primero, se apunta a que desde el interior del mismo régimen franquista, ya fallecido el dictador, se impulsaron “grandes cambios y reformas políticas, desde arriba y desde la legalidad, hasta lograr una democracia plena”, cuestión que se logró con “el consenso de la inmensa mayoría de las fuerzas políticas

Pacto, consenso y gobernabilidad-concertación, son los términos que historiadores chilenos como Cristina Moyano-Barahona asocian al proceso vivido en Chile entre 1987 y 1989, en buena medida influenciado por la experiencia española, que pasa por el plebiscito de 1988, que le aporta cierto grado de ruptura para “forzar una negociación con las fuerzas armadas”, bastión del régimen pinochetista.

Para entrar en el caso específico venezolano, la historia registra la “transición postgomecista” impulsada por el general Isaías Medina Angarita entre y 1945, que se vio interrumpida por el golpe de Estado del 18 de octubre de ese año, cuando el partido Acción Democrática liderado por Rómulo Betancourt (conocido en Costa Rica por su estancia en este país durante los primeros años de la década de los 30) junto a un grupo de jóvenes militares, optaron por dar el “salto cuántico” hacia un régimen de sufragio universal.

De modo que “al norte del sur”, en la “patria bolivariana”, pareciera que los cambios no son tan graduales; llega un punto en que la soga revienta y llegamos a otro plano. Incluso de esta forma puede leerse el “chavismo” con su irrupción en la escena política a través de una intentona de golpe, aunque luego haya triunfado con los votos.

Y es precisamente por este análisis que pretendemos responder a la pregunta inicial, reformulándola de esta forma: ¿podemos hablar de una “entrega negociada y gradual” del poder por parte del chavismo?

El simple hecho de que se organicen unas elecciones en las que solo participen quienes la camarilla “gobernante” decide, plantea ya, para continuar con el argot lúdico, un juego muy macabro, en el que las alianzas para dar paso a esa “transición” lucen complejas, por decir lo menos. Participar apoyando a alguno de los “candidatos opositores aprobados por el régimen”, podría terminar siendo el espaldarazo que requieren para contar con la aprobación internacional y eternizarse en el poder de manera legal y legítima, y no lo contrario.

En este orden de ideas, y frente a un cártel criminal como el constituido por los personeros del régimen venezolano, por quienes Estados Unidos de América y su sistema de justicia ofrece recompensas, a nuestra amiga María Corina solo le queda seguir, como ella misma ha manifestado y ha venido haciendo, construyendo fuerza, de “abajo hacia arriba”.

Ese músculo puede encontrar una vía de expresión inédita en el evento pautado para el 28 de julio, o tal vez continuar su “indetenible” consolidación para abrirse cada vez más espacio en ese inexorable juego de ajedrez político, que incluye a actores de poder global, bien hacia el “jaque mate” o ruptura, bien hacia las tablas de una “transición a la venezolana”, con más carácter de ruptura que de transición en sí.

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