¿Qué hacemos con los niños y niñas de Costa Rica? ¿Podemos enviarles de regreso a la escuela? Si se quedan en la casa, ¿se va a retrasar su desarrollo? ¿Se les va a olvidar cómo multiplicar? ¿Qué riesgos a largo plazo existen si no van a la escuela?

Y si van a la escuela, ¿se van a enfermar? ¿Van a traer el virus a la casa?

Y si yo tengo un factor de riesgo, ¿mejor no lo mando a la escuela?

Y si hay un caso positivo en la escuela, ¿Se pone en cuarentena a toda la clase? ¿A toda la escuela? ¿Se les hacen pruebas a todos? ¿Existe la capacidad para hacer esto?

Y si llega la vacuna ¿podemos volver a la normalidad?

Preguntas como estas abundan. Respuestas…no tanto.  Sin embargo, la decisión de la reapertura de las escuelas nos abruma desde que comenzó la pandemia, y más ahora que ya se asoma el 2021.

No existen opciones fáciles, así como no existe el riesgo cero. Hay mucho en la palestra, pero por dicha también hay mucho que podemos hacer de aquí a cuando llegue ese momento de volver a las aulas ¡Porque sí! Hay que volver. Las razones sobran. Más allá de los beneficios del aprendizaje, cuando las y los estudiantes están en las escuelas, se desarrollan social y emocionalmente, se nutren en los comedores, se ejercitan en los recreos y tienen acceso a redes sociales y a otros servicios de apoyo que difícilmente se pueden brindar con el aprendizaje a distancia. Las escuelas también significan un lugar de cuido y seguridad para los padres y las madres que trabajan o tienen otras responsabilidades. Y está claro que con cada día que pasan las aulas cerradas, las brechas sociales se profundizan.

Fue aquel 16 de marzo de este año cuando un decreto ejecutivo cerró las escuelas del país. Una medida necesaria en ese momento, dado las lagunas de conocimiento en relación con los mecanismos de propagación del Sars-CoV-2. Pero casi 9 meses después, ¿Qué sabemos? ¿Los niños se contagian y propagan el SARS-CoV-2? ¿Es peligroso volver a las aulas?

Hasta el momento, sin tener claro totalmente el por qué, parece ser que los niños suelen contagiarse menos que los adultos. Adicionalmente, cuando llegan a enfermarse, tienden a experimentar una enfermedad más leve. También parece ser cierto que los niños transmiten el virus con menos eficacia que los adultos, y se teoriza que esto se debe a su menor capacidad de generar aerosoles, o en general a la levedad o ausencia de síntomas como la tos. Además, los primeros datos que surgen de los diferentes rincones del mundo sugieren que se pueden abrir las escuelas de manera segura bajo ciertas condiciones. Sin embargo, los análisis más recientes enfatizan múltiples advertencias, entre ellas que las poblaciones jóvenes juegan un rol más importante en la propagación familiar y comunitaria del virus de lo que inicialmente se creía.

¿Y entonces qué hacemos con esta información en Costa Rica para tomar una decisión si abrimos o no las escuelas? Al respecto, mucho se ha dicho de lo que podemos aprender de otros países. Definitivamente, por más que queramos (y reconociendo que en otras columnas he señalado que podemos aprender mucho de otras naciones) no podemos extrapolar y empatar las experiencias y condiciones de Uruguay, Nueva Zelanda, Singapur, Taiwán, Corea del Sur, entre otros, a las nuestras. Cada país es un mundo. Consideraciones epidemiológicas del virus, características demográficas y del sistema de salud, capacidad de testeo dentro del país, alcance del sistema educativo, inequidades en el acceso de oportunidades, entre otras, juegan un rol vital a la hora de tomar la decisión de abrir o no las escuelas. Los países señalados se caracterizan por varias condiciones que les permiten tener las escuelas abiertas en su totalidad o en modalidad híbrida (una combinación entre ir a clases y recibir materia también en línea) sin mayor riesgo para su población. Lo mismo no se puede decir de Costa Rica por el momento.

Para empezar, las naciones han logrado controlar la propagación del virus durante casi toda la pandemia. Nueva Zelanda y Taiwán, cuentan con menos de 5 casos en promedio por día (Costa Rica más de 1000).  Además, cuentan con sistemas de detección y tamizaje para el Sars-CoV-2 increíblemente eficientes. Hacen muchas más pruebas por habitante que en Costa Rica (en el caso de Singapur, hasta diez veces más). Adicionalmente mantienen la trazabilidad del virus, lo que significa que saben exactamente dónde está circulando el virus, quién lo tiene, quién contagió a quién, y quién inició un brote.  Tienen porcentajes de positividad mucho menores que en nuestro país. En Costa Rica, en promedio 1 de cada 3 pruebas sale positiva. En Uruguay, 1 de cada 50. En Taiwán, 1 de cada 100. Como regla general, y como ya ha sido ampliamente indicado, es muy poco probable que países con tasas de positividad altas, como la nuestra, estén realizando suficientes pruebas para encontrar todos los casos. Más casos sin diagnosticar significa más riesgo de brotes continuos.

Por otro lado, la experiencia de estos países nos dice que una de las mejores estrategias para volver a las aulas de una manera segura, es la modalidad híbrida. No es coincidencia que en nuestro imaginario países como Singapur y Corea representan “el futuro”. Casi toda su población tiene acceso a una red confiable y estable para acceder al internet. En Costa Rica, está claro que a pesar de que 8 de cada 10 ticos usan el internet, aquí tenemos un problema de calidad y cantidad de banda. En un reporte hace algunos meses, el Programa Estado de la Nación hacía la advertencia que apenas el 55% de los 1,2 millones de escolares y colegiales tienen las condiciones necesarias para atender a clases virtuales consistentemente.

También se debe considerar el perfil epidemiológico de nuestro país en comparación con otros, tanto de la población adulta (la que espera en casa, o trabaja en el centro educativo), como de la niñez y adolescencia (la que va al centro educativo). Está bien estudiado que enfermedades como hipertensión, diabetes, obesidad, tabaquismo, enfermedades pulmonares crónicas, y el asma son factores de riesgo importante para sufrir de una complicación por COVID-19 o bien morir de la enfermedad. Los datos de estas enfermedades en Costa Rica nos ponen en particular riesgo al enfrentar la pandemia. Si hablamos de la población adulta, en nuestro país 2 de cada 3 presentan algún grado de sobrepeso, 4 de cada 10 tienen hipertensión, y 1 de cada 6 diabetes. Y si hablamos de la niñez los datos también son alarmantes. Costa Rica es uno de los países del mundo con la mayor cantidad de casos de asma infantil, y preocupante es también la epidemia de obesidad infantil —con 1 de cada 3 niños padeciendo de sobrepeso—. ¿Qué significan estos datos cuando decidamos enviar un niño o niña a la escuela, si la decisión depende de la evaluación del riesgo no solo del menor de edad, sino de cada miembro de la familia? Y ¿qué podemos hacer al respecto?

Definitivamente existen formas de limitar la propagación del virus en las escuelas y colegios, incluidas estrategias relativamente sencillas, como las mascarillas obligatorias. Se pueden también limitar el tamaño de las clases, escalonar los horarios, enforzar el distanciamiento social y mejorar la ventilación de las aulas, inclusive tomar clases al aire libre.

Pero igual de importante, si se van a reabrir las escuelas, definitivamente debemos tener la capacidad de saber, rápidamente, cuándo hay un contagio. La experiencia de Israel nos da una advertencia importante en este sentido. Con la pandemia bajo control, Israel reabrió escuelas con clases limitadas a principios de mayo. Sin embargo, el país bajó su guardia, y un brote que no fue detectado tempranamente forzó el cierre total del sistema escolar de nuevo. Un análisis posterior demostró que existían al menos 100 casos sin diagnosticar a la hora del cierre de la escuela donde se dio el caso inicial.

Entonces de abrir las escuelas, debemos hacerlo muy cuidadosamente. Debemos tener una capacidad aumentada para hacer pruebas, rastrear contactos y aislar efectivamente los casos de COVID-19. Los y las estudiantes y educadores deben poder acceder fácilmente a una prueba y que los resultados de esas pruebas estén rápidamente accesibles a la comunidad escolar. Solo conociendo con certeza la situación real, en tiempo real, de nuestras escuelas podemos hablar de una reapertura segura. De otra manera, sin esta capacidad, arriesgamos la salud de nuestra juventud, los y las profesoras, y de la comunidad en general.

En este sentido es claro que la responsabilidad de la reapertura no recae únicamente en el Ministerio de Educación. La CCSS y el Ministerio de Salud deben actuar y multiplicar exponencialmente su capacidad de trazar casos y hacer pruebas de aquí a enero. Si por la víspera se saca el día, esta tarea va a ser especialmente difícil dado el deficiente estado actual de las pruebas en Costa Rica. Agregado a que la construcción de dicha capacidad de trazar casos y hacer pruebas, por supuesto, va a tener un costo, que va a ser difícil cubrir en un país con un ya importante déficit presupuestario. Pero de ahí la importancia de señalar claramente las prioridades que nos queremos poner como país.

Hasta el momento, en el nombre de la reactivación económica se ha relegado la educación a un segundo o tercer plano. Aunque sí vale destacar, las tardías, pero importantes, inversiones en infraestructura de conectividad para estudiantes y escuelas de más necesidad por parte del Micitt, la Sutel y el IMAS. Necesitamos más acciones como estas, crear planes piloto en comunidades donde el virus circula poco, más recursos para los que menos tienen, más empoderamiento comunitario, mejor priorización, y más soluciones que respondan a nuestro contexto particular.

Recientemente el ahora famoso Dr. Anthony Fauci dijo que si de reabrir las escuelas se trata “deberíamos intentarlo lo mejor que podamos”. Definitivamente que los niños asistan a la escuela presencialmente es una de las tareas más difíciles e importantes que tenemos en frente como país. Pero si hay que tener claro dos cosas. Uno, solo se puede abrir los centros educativos de manera segura si se tiene la circulación del virus bajo control y bien monitoreada, y aún no estamos ahí. Al menos no como país. Y dos, no hacer nada no es una opción. Aún con información incompleta e imperfecta debemos movilizar toda la maquinaria estatal y comunitaria para asegurar un regreso saludable. Hay muchas acciones que el gobierno debe subir en sus listas de prioridades y cuando de educación se trata, las decisiones que tomemos (o no tomemos) hoy, tendrán repercusiones en las décadas por venir. Así que mejor hagamos esto bien Costa Rica.

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