La semana pasada les comentaba que me encontraba en Nueva York. La razón principal —la joya de la corona— de un viaje tan breve a la Gran Manzana tenía que ver con recibir, una vez más y con los brazos abiertos, a Tom Felton, el actor que interpretó a Draco Malfoy en las películas de Harry Potter. Felton decidió el año pasado que quería volver al rol que lo hizo famoso, y qué mejor manera de hacerlo que con la obra de teatro Harry Potter and the Cursed Child (Harry Potter y el legado maldito).

No tengo ni que explicarles la energía que se sentía en el Lyric Theatre. Fue surreal, casi onírico. ¿Cómo se enlaza la realidad cuando la persona con la que uno creció a través de la pantalla está ahora frente a uno, en carne y hueso? No sé ni qué decirles al respecto. Pero sí puedo contarles algunas lecciones que me dejó la experiencia.

La primera: siempre se vale volver a lo que nos hace felices. Para Felton, fue regresar a un personaje que marcó a toda una generación. Para los artistas, quizá es volver a aquel manuscrito, aquella canción, aquel poema o aquella pintura. Usted póngale el nombre que quiera.

La segunda: la pasión, por sí sola, no basta. Hace falta constancia y disciplina para construir un legado. Felton sabe que lo que hizo de joven estuvo bien, pero hoy regresa maduro, con experiencia de vida, para interpretar un rol que —en este punto de la historia— exige justamente esas dos cosas.

La tercera, vinculada a las anteriores: no hay que temerle a retomar lo que alguna vez dejamos incompleto. Ya fuese por miedo o por descontento con nuestro propio trabajo. Nunca se sabe: quizá esa pieza artística, revisitada ahora, luzca infinitamente mejor que hace unos años.

Para cerrar, solo puedo decir que todos sabemos que ser artista no es fácil. Pero no siempre se trata de buscar lo cómodo, sino lo que nos incomode, nos desafíe y, en última instancia, nos haga crecer.